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El reverendísimo Messi

Pesa sobre las espaldas del equipo la asignatura pendiente de no poder obtener la Champions League. El viaje relámpago de Messi a Arabia Saudita fue la chispa que encendió la mecha de una absurda culpa sobre el argentino.

Cuando semanas atrás un grupo de barrabravas del Paris Saint Germain se acercaron a la concentración del club y gritaron vivamente “Messi, hijo de p.…” pocos, por estas tierras, dimos crédito de semejante reacción.

El PSG es un club prácticamente sin historia, creado en 1970, fruto de la fusión de dos entidades absolutamente menores: El Stade Saint- Germain y el París Footbal Club, con la intención de que la capital francesa tuviera un cuadro competitivo en el viejo continente.

Sus barras están caracterizadas como un grupo violento. Sus integrantes son jóvenes de menos de 35 años que se consideran “franceses puros”, mayoritariamente de extrema derecha y de expresiones racistas y xenófobas.

Como el fútbol no lograba desbancar al rugby, en 1976 el PSG decidió vender baratas las entradas – casi gratis – para conseguir hinchas. De allí surgieron los ultras.

Más tarde llegarían los jeques y empresarios qataríes que,con sus inversiones fabulosas, dotaron al plantel de las estrellas que permitieran soñar con logros a nivel europeo.

Así como el equipo parisino se ha cansado de ganar títulos a nivel local, pesa sobre sus espaldas la asignatura pendiente de no poder obtener la Champions League.

El viaje relámpago de Messi a Arabia Saudita – que bien merecido tuvo una multa y el pedido de perdón de la pulga-fue la chispa que encendió la mecha de una absurda culpa que, sobre el argentino -y también sobre el lesionado Neymar Jr.- pesa.

Una responsabilidad tan irracional como el no poder comprender que el PSG no es un equipo equilibrado a la hora de enfrentar a otras potencias internacionales.

Así como, con un conjunto plagado de individualidades alcanza para campeonar en el cabotaje francés, se precisa de un equipo compensado y tácticamente aceitado para aspirar a cetros europeos.

Si encima al entrenador de turno le toca gestionar los egos de jugadores como Mbappè, Messi, Ramos, Neymar, Hakimi, Marquinhos o Verratti pronto se comprenderá la mayúscula dificultad de la empresa. No en vano han desfilado por el Parque de los príncipes, Blanc, Emery, Tuchel, Pochettino y ahora camina por la cuerda floja el propio Galtier.

Curiosamente la billetera si bien contribuye significativamente, no es suficiente para consolidar procesos deportivos que requieren de tiempo. En ese aspecto el PSG da de bruces con el ejemplo de la propia selección gala, donde la continuidad y los objetivos claros han conseguido un equipo temible y de incuestionable nivel.

Pero para estos energúmenos parisinos siempre será más sencillo encontrar algún chivo expiatorio. Y para ello quien mejor que el capitán de la selección de Argentina quien a sus 35 años dejó a “les blues” con la servilleta en la papada del ansiado tricampeonato mundial. Demasiada frustración para quienes viven a cuadras del Arco del Triunfo.

Un párrafo aparte merece el sesgo de malestar que produce en ciertas sociedades, el ver a una persona plena. Encontrar en el capitán albiceleste a un hombre que luego de mucho intentar, ha alcanzado deportivamente lo que se propuso y que además es feliz con su familia, no es motivo de agrado para gente que carga con frustraciones que canalizan a través del fútbol.

Un mundo donde a los futbolistas, se los trata como máquinas que deben llegar al resultado pretendido, como de a lugar. Y si se les paga grandes sumas de dinero, con mayor razón aún. Pues bien, está visto que mientras más se conduzcan los grupos atendiendo a las personas, mejores resultados se tendrán.

Decía con su sabiduría proverbial Julio Velasco: “los seres humanos somos individuos…cuando pienso en cada jugador, a cada uno lo pienso como una entidad en sí misma. Y tengo que hacerlos jugar en equipo, entonces se trata de ponernos de acuerdo para que funcione”. La fórmula será personas y equipo a la par, algo que aplica también a otros ámbitos como reparó John Nash el premio Nobel de Economía de 1994, inmortalizado en la película Una mente brillante.

Por ello si el PSG no se replantea como llegar a la orejona por otros caminos que tengan que ver con la paciencia, la aceptación de las caídas como parte del camino y la conformación de un verdadero equipo reparando en las individualidades, difícilmente obtenga el resultado anhelado… mientras tanto podrán seguir puteando al reverendísimo Messi.

*Abogado. Prof. Nac. de Educación Física. Docente Universitario. angrimanmarcelo@gmail.com


Cuando semanas atrás un grupo de barrabravas del Paris Saint Germain se acercaron a la concentración del club y gritaron vivamente “Messi, hijo de p.…” pocos, por estas tierras, dimos crédito de semejante reacción.

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