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El reino de la emoción

Si uno tiene interés por conocer lo que el mundo está pensando, no hay nada como X (Twitter). Ahí está todo. Y por eso abunda lo más humano, que es la estupidez y la violencia.

Recuerdo a mis excelentes profesores de Filosofía, Literatura o Latín en el Secundario, enseñándonos a distinguir entre el conocimiento fundado en la razón, al que se llegaba por la investigación y el debate argumentado, por un lado, y, por otro lado, la opinión personal, basada en emociones o en fragmentos de saberes inconexos que no tenían un sustento científico. Sé que las generaciones más jóvenes no han tenido la suerte de tener una educación clásica del tipo de la que yo tuve. Dentro y fuera de las aulas vivimos el reino de la emoción: entre los desafíos mortales de Tik Tok y los machetes que brinda la Inteligencia Artificial para responder en un examen.

La opinión personal (“yo lo siento así”) hoy es más valiosa que la más fundamentada de las argumentaciones científicas.

Ese privilegio actual de lo emocional sobre lo racional se debe a la masificación de las redes sociales. Hace 15 años, viendo este proceso -que entonces recién comenzaba- escribí este tuit: “Twitter es lugar en el que alguien que no sabe nada de Física le discute a Einstein la Teoría de la Relatividad”.

La estupidez humana se expresa sin límites


Twitter no ha generado la estupidez generalizada que vemos al leer la mayoría de lo que publican allí los políticos y sus fans, en especial cuando se trenzan en peleas. Twitter solo les dio la posibilidad a todas las personas de mostrarse tal cual son. Resulta que la mayoría es tonta. Por decirlo con algún grado de amabilidad.

Ya lo había advertido hace más de una década Umberto Eco cuando dijo: “Antes, el tonto del pueblo iba al bar, se tomaba unas copas y se lanzaba a decir estupideces hasta que se quedaba dormido. Todo el mundo ya sabía del triste espectáculo y no le importaba a nadie. Pero ahora en Twitter dicen las mismas tonterías y si alguien los contradice recibe su reprimenda por querer aportar una idea o un conocimiento, algo que allí se considera un crimen.”

Twitter es el ágora actual. Allí se puede leer todo lo que dice la humanidad. La mayoría de lo que se dice es tonto, agresivo, sin fundamento y da cuenta de una enorme orfandad de conocimientos y de ausencia total de pruritos morales e intelectuales. Siempre, incluso en la exquisita ágora griega de la época clásica o en lo mejor del foro romano en la época de César, las charlas y “debates” que allí se realizaban se parecían más a las salvajes peleas de gladiadores en el Coliseo que a los debates intelectuales que en esas mismas épocas se realizaban en los banquetes particulares (como se ve los dos Banquetes que han llegado hasta nosotros: los que escribieron Platón y Jenofonte) o en las escuelas filosóficas (como el Liceo o la Academia) a la que accedía una ínfima minoría muy ilustrada.

En los espacios públicos de los últimos dos o tres milenios no brillaban los Platón o los Seneca, sino el griterío de las masas apoyando o denigrando a los oradores que apelaban a las emociones y que trataban de embaucar a sus fans de entonces de la misma forma que ahora hacen los políticos de todos los bandos en las campañas electorales.

Twitter funciona como esos espacios públicos históricos, aunque de una manera ampliada (porque cualquiera puede leer allí cientos o miles de mensajes provenientes de personas muy distintas). Twitter es el ágora griega con anabólicos.

Una red al servicio de Trump


Desde que Elon Musk compró Twitter puso la red social al servicio del regreso de Donald Trump (quien no solo logró ganar la elección presidencial norteamericana, sino que nombró a Musk en su gabinete).

Esa militancia de Twitter por Trump ha contaminado aun más el debate público en esa red social. Aumentó la violencia contra los que no apoyan a Trump (o a Milei en la Argentina, o a Bolsonaro en Brasil). Hace casi imposible cualquier diálogo civilizado. Algunos medios internacionales (hasta ahora los más conspicuos son The Guardian en Inglaterra y La Vanguardia en España) se han retirado de Twitter porque consideran que es imposible hablar allí civilizadamente.

No creo que irse del ágora sea algo positivo, aunque el ágora sea tan salvaje como ahora lo es. Si uno tiene interés por conocer lo que el mundo está pensando -aunque sea un momento de cerebros planos- no hay nada como Twitter. Ahí está todo. Y por eso abunda lo más humano, que es la estupidez y la violencia.

Repito: Twitter no inventó la estupidez. La estupidez es lo que caracteriza a la mayoría. “Pídele a alguien que diga algo y es casi seguro que dirá una tontería”.

No sé qué puede ganar un medio o un pensador al retirarse de Twitter, pero sé qué pierde Twitter si muchos de los más inteligentes de los creadores se van.

Yo creo que muchos de los que se van (o que amenazan con irse, como el escritor Stephen King) leerán Twitter de incógnito, sin tuitear. Y a la larga, volverán. Porque es el mundo el que habla en Twitter. Atroz y sucio, tal como es el mundo.


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