El regreso de los romanos
La alusión a “la guardia pretoriana” hecha por los seguidores de Milei fue vista como un síntoma de nostalgia machista por el Imperio del Mediterráneo. No es un fenómeno solo argentino.
En Estados Unidos, el pronto a ser presidente electo Donald Trump asustó a muchos cuando dijo que le gustaría ser un dictador “por un día”, una presunta humorada que brindó a sus enemigos una oportunidad para tratarlo como “un fascista” o un nuevo “Hitler” que soñaba con exterminar a sus enemigos. Aquí, los partidarios de Javier Milei lograron algo similar al celebrar un acto en que se declararon “el brazo armado” y “guardia pretoriana” del oficialismo.
Si bien cuesta tomar en serio a quienes encabezan la nueva agrupación que se llama “Fuerzas del Cielo”, la escenografía mussoliniana con que decoraron el recinto, con grandes banderas rojas en que estaban inscritas las palabras Dios, Patria y Familia, levantó muchas ampollas. Para tranquilizar a los preocupados, los organizadores aseguraban que las únicas armas que llevarían serían celulares que usarían para fustigar a sus contrincantes en las redes sociales.
En cuanto a la alusión a “la guardia pretoriana”, algunos la tomaron por un síntoma de nostalgia machista por el Imperio Romano.
No se trataría de un fenómeno meramente argentino. Hace poco más de un año, la supuesta “obsesión” de “casi todos los hombres” por lo que hicieron los romanos de dos milenios atrás motivó un sinfín de debates mediáticos en el Reino Unido, Estados Unidos y partes de Europa en que fue achacada a una reacción varonil frente al feminismo que había instalado la idea de que la masculinidad es intrínsecamente tóxica.
Puesto que los militantes y votantes más decididos de Trump y Milei son mayormente hombres, no es descabellado suponer que se sienten perjudicados no sólo económicamente sino también psíquicamente por el avance arrollador de las mujeres en todos los países desarrollados.
Como siempre ocurre cuando sube un grupo determinado, bajan otros, y el “empoderamiento” de las mujeres ha resultado en el desplazamiento de muchos hombres.
Asimismo, merced al progreso tecnológico, la fuerza física vale cada vez menos y actitudes menos agresivas que son consideradas típicamente femeninas valen más, lo que ha traído cambios notables en política, en el mundo académico y en el deporte. No extraña, pues, que haya varones que fantasean con una época patriarcal en que nadie cuestionaba su supremacía.
En un mundo ideal, los gobiernos se limitarían a cumplir con eficacia y honestidad sus tareas administrativas con la esperanza de que, andando el tiempo, la sociedad les agradecería por los servicios prestados.
En el que existe, les es forzoso mantener entretenida a la gente; como aprendió Fernando de la Rúa, ser “aburrido” sólo funciona por un rato muy breve si la mayoría, harta de conflictos, quiere descansar y disfrutar de un período de tranquilidad.
Además de pan, las sociedades necesitan circo. Lo entiende muy bien Milei. Pocos días pasan sin que el gobierno que lidera produzca novedades impactantes que están desvinculadas de la gestión económica que, a juicio de los especialistas, hasta ahora ha sido mucho más exitosa de lo que habían previsto y en que, es de suponer, se basa su popularidad. El episodio protagonizado por quienes quisieran encarnar “las fuerzas del cielo” bíblicas fue de las más extravagantes.
Como su “amigo” norteamericano Trump, Milei es un showman nato con una gran capacidad para hacer atractivas características personales que suelen considerarse antipáticas. Para desconcierto de sus rivales, ambos se han visto beneficiados por su egocentrismo extremo y por el desprecio que manifiestan por reglas que otros procuran respetar.
En vez de perjudicarlos, su truculencia verbal los ha ayudado a convencer incluso a quienes desaprueban su conducta de que poseen las agallas suficientes como para llevar a cabo las medidas difíciles que en su opinión sus países respectivos necesitan.
De haber sido políticos “normales”, ninguno de los dos se hubiera acercado a los lugares que ocupan.
Tanto Trump como Milei son productos de la sensación de que sus propios países tomaron el camino equivocado hace años y que, a menos que cambien de rumbo, su futuro será catastrófico. Acusan a los políticos del montón – los del “Estado profundo” o “el pantano” en Estados Unidos y “la casta” en la Argentina -, de ser responsables de esta situación alarmante.
Entre los blancos preferidos de las diatribas de quienes simpatizan con Trump están los partidarios progresistas del movimiento “woke” que insisten en que su país es un infierno racista y sexista, mientras que los seguidores más exaltados de Milei concentran su fuego en los “degenerados fiscales”, “zurdos”, “ecochantas”, periodistas que no le rinden el homenaje debido y otras alimañas, además, claro está, de aquellos feministas que hablan mal de los varones.
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