El problema es la identidad
El problema es que, una vez asumida, domina toda la persona. Por eso lo mejor que alguien puede hacer es escapar a las identidades.
En la actualidad no hay discusiones más violentas que las que surgen de las diferencias políticas, ideológicas o culturales. Son el equivalente moderno de las terribles guerras de religión de los siglos XVI a XVIII. Por suerte no han escalado al nivel de las matanzas que hubo entonces, pero el mismo espíritu de inquisición y persecución que hubo en aquella época oscura prevalece hoy en las universidades de todo occidente, en las redes sociales y en todo el espacio público. Es imposible sostener una opinión contraria a la de la gente fanatizada sin sufrir las consecuencias. En EE.UU. y Europa mucha gente perdió su trabajo, sus amigos y hasta su familia cuando fue “cancelada”.
Hoy, por ejemplo, es casi imposible encontrar en un medio masivo una crítica favorable a un film de Woody Allen -si es que alguien aun se digna publicar algo sobre él- si, al mismo tiempo, la persona que escribe no aclara que “deplora su bajeza moral”. ¿En qué se basa esta sentencia inapelable en contra de Woody Allen? En que Mia Farrow lo viene acusando desde hace 30 años de haber manoseado a una de sus hijas cuando ella era muy pequeña. Tres juicios soportó Woody Allen y en los tres fue absuelto (y en dos de ellos se demostró que las “pruebas” que presentó Farrow eran falsas). Sin embargo eso no salva a Allen: para los medios y las redes sociales el cineasta es un monstruo pedófilo aunque nadie haya podido probar eso. Con la denuncia alcanzó para destruir 60 años de una carrera artística maravillosa.
No solo son violentas las discusiones ideológicas, políticas y culturales sino que son estúpidas. No aportan nada. Solo tienen lugar para que los participantes puedan demostrar el grado de pureza moral que creen poseer . Y esta demostración la logran al sostener los principios básicos de las nuevas creencias religiosas fanáticas, todas ellas basadas en la identidad. Ahí es donde el demonio muestra la cola: la identidad enloquece a la gente como la religión la enloquecía en el siglo XVII.
Mientras más se identifique alguien con una identidad más fanático será. Entre la gente mayor, el tema de la identidad suele estar más relacionado con la posición política (en nuestro país, esencialmente entre kirchneristas y antikirchneristas, en España entre PSOE y Vox-PP, en EEUU entre trumpistas y antitrumpistas). Entre los menores de 40 de clase media la identidad tiene que ver esencialmente con el género -mujer, varón, trans, homosexual, lesbiana, queer, intersex, travesti, y los que van apareciendo cada día- y las etnias -los pueblos originarios, el origen asiático o africano, el judío o el árabe, etc-.
El feminismo, que hoy es la más fanática de las creencias religiosas, inventó “la interseccionalidad”: a cada identidad le suman mas identidades. Una persona puede reunir varias identidades que los hayan convertido en víctimas (porque lo esencial siempre es la victimización). Por ejemplo, una mujer es mejor que un varón porque las mujeres dicen que sufrieron en la historia más que los varones. Pero una mujer negra que además es hija de una madre que tiene la identidad de un pueblo originario, es mucho mejor que una mujer blanca rica. Mientras más desgracias -reales o imaginadas- pueda sumar una persona a su identidad interseccional más valiosa socialmente se la considera.
Nadie se pelea violentamente en una discusión sobre los números primos o sobre las mejores recetas para hacer paella. Y no hay violencia porque nadie aun ha puesto a esos temas como centro de su identidad. Si alguna vez la gente se definiera por su creencia en la paella o en los números primos, entonces habrá guerras por esos temas y saldrán de los debates racionales y entrarán en la guerra de religión.
El problema real (para la vida pacífica, civilizada y racional) es la identidad. Cuando una persona asume una identidad ya no hay posibilidad de discusión racional con sobre eso. Es casi imposible encontrar una persona que haya asumido una identidad (política, como el kirchnerismo o el antikirchnerismo; o de género, como la militancia feminista o queer) y no esté absolutamente fanatizada. Cuando algo se vuelve parte de la identidad esa persona se vuelve partidista: ya no tiene objetividad sobre ese tema.
El problema es que una vez asumida la identidad domina toda la persona. Por eso lo mejor que alguien puede hacer -si quiere manterse lúcido, pacífico y creativo- es escapar a las identidades.
Que hayas nacido mujer, varón o gay (o que tus familiares sean mapuches, wichis o judíos) no te obliga a asumir la identidad como un arma con la que guerrear.
Uno puede liberarse de esa carga. Tenemos un cerebro y lo podemos usar.
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