El Presidente ya no juega, ¿vuelve la polarización?


El escándalo del avión iraní terminó de demostrar la indigencia combinada de la diplomacia, la seguridad y la inteligencia del Estado.


Envejeció aquella idea que describía al gobierno del Frente de Todos como una disputa desordenada entre los dos integrantes de la fórmula presidencial. La asimetría ha llegado al límite. Nada queda del Presidente que hace poco lanzaba su reelección desde España. Desde esa audacia solitaria, volvió a enjaularse en la paradoja de la lapicera: algo que todos le regalan, algo que todos le reclaman que use.

El Gobierno sigue siendo el desgobierno de ellos dos, pero Cristina Kirchner ha redoblado los pasos para preservar su liderazgo interno. Habla como si fuese oposición, pero sigue administrando los privilegios del Estado mientras la crisis azota el bolsillo de todos los sectores. Dicta clases de economía azorada por la ultrainflación, pero la fogonea. Aunque hable como oposición, la vice sigue siendo el gobierno.

De la fragilidad de esa impostura, Cristina es consciente. Por eso se lanzó a captar aliados allí donde Alberto Fernández alguna vez soñó conformar su bloque de autonomía. Con los gobernadores viene recorriendo un camino de alineamiento. Los convenció para sumarlos en un proyecto de feudalización de la Corte; los apoyó en su reclamo de subsidios para el transporte. Tanto a ellos como a los intendentes del conurbano les ofreció como prenda de acuerdo asignarles la administración de los planes sociales.

Cristina sintoniza con la cuerda de la irritación social que provocan las organizaciones piqueteras. Siempre las consideró como formaciones especiales para desgastar cualquier gobierno ajeno. Pero ahora percibe el hartazgo que generan los piquetes continuos, en especial en los trabajadores formales e informales que en plena crisis pierden su oportunidad de subsistencia en el infierno cotidiano de bloqueos.

A ese cansancio se lo transmiten también los jefes territoriales. Como ellos, Cristina no propone revisar el desquicio actual del asistencialismo. Quieren menos piquetes, pero más planes. Y reasignar el peaje. De los piqueteros gerentes de la pobreza, a los caciques del peronismo feudal. Una transferencia que deberá firmar la lapicera de Alberto, traicionando a sus piqueteros leales.


Para la tribuna, Cristina Kirchner recita la letanía antiimperialista. Pero sabe que el FMI es la muleta para llegar a diciembre de 2023.


El Presidente ha quedado relegado a un rol de delegado en foros internacionales. Con permiso restringido para repetir la mitología geopolítica de su vice. El escándalo del avión iraní terminó de demostrar la indigencia combinada de la diplomacia, la seguridad y la inteligencia del Estado.

Pese a que Cristina ha progresado en el manejo del gobierno que desprecia, hay un dato de su avance que es significativo: tiene a Martín Guzmán en la mira, pero no dispara el tiro. Hay una explicación: Kristalina Georgieva. Cristina leyó en su discurso de Avellaneda el libreto de Axel Kicillof. Horas después, la jefa del FMI le aprobó a Guzmán la primera revisión del acuerdo con el FMI. Para la tribuna, Cristina recita la letanía antiimperialista. Pero sabe que el FMI es la muleta para llegar a diciembre de 2023.

El desequilibrio definitivo en el Frente de Todos no es inocuo. Los gobernadores tienen que decidir antes de diciembre cómo juegan su calendario. Y el reposicionamiento de Cristina trae de vuelta a escena la polarización. Ese dato por sí solo modifica la dinámica opositora. Mientras la guerra entre Cristina y Alberto tenía al peronismo territorial en la platea, el escenario más probable era el de una fragmentación electoral y el surgimiento de emergentes disruptivos por izquierda o por derecha.

Esa situación llevó a Juntos por el Cambio a un acuerdo provisorio. El resultado de las elecciones legislativas desembocó en un bloqueo parlamentario y alejó el riesgo de trapisondas oficialistas con costo institucional. Con el Congreso equilibrado, Juntos por el Cambio se entregó a una ultraactividad electoral por anticipado, apenas compatible con los padecimientos por la inflación.

Como el horizonte de fragmentación era posible, el discurso opositor apuntó a neutralizar la amenaza de la antipolítica. El acuerdo de Cristina con el PJ feudal vuelve a modificar la escena.


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