El poder se aleja de Cristina
Desgraciadamente para Cristina, cuánto más se esfuerce por frenar la Justicia, más peligrosa se hará la situación en que se encuentre.
El mundo político está lleno de narcisistas. Se trata de una deformación profesional, ya que quienes aspiran a gobernar a los demás tienen forzosamente que convencerse de que son más inteligentes, más benévolos y más confiables que sus rivales. Es por lo tanto natural que, para aquellos que se han acostumbrado a disfrutar de triunfos y vivir rodeados de aduladores, sea traumático perder el poder que antes tenían.
En la mayoría de los casos, lo que les aguarda es un retiro cómodo en que pueden dictar a un amanuense sus memorias y desahogarse criticando a sus sucesores, pero en algunos, como el de Cristina Fernández de Kirchner, no les queda más opción que la de continuar luchando contra sus adversarios hasta el final de sus días. Si se distanciaran de la política, se verían abandonados a su suerte en un desierto inhóspito.
Desde la muerte prematura de su marido, Néstor Kirchner, en octubre de 2010, Cristina ha sido la figura dominante del panorama político nacional. Fue brevemente eclipsada por Mauricio Macri, pero aún así pudo mantener a raya a los decididos a verla encarcelada por los delitos que cometió en el transcurso de su prolongada gestión. ¿Todavía cuenta con el poder de disuasión que necesita para conservar su libertad a pesar de toda la evidencia en su contra que han acumulado fiscales y abogados, además de dirigentes políticos que no la quieren? Hay motivos para dudarlo.
Desgraciadamente para Cristina, cuánto más se esfuerce por frenar la Justicia, más peligrosa se hará la situación en que se encuentre. Su intento desesperado de desvincularse del gobierno que ella misma formó por suponer que le convendría oponerse al rumbo que a regañadientes ha tomado, está socavando el nivel de apoyo que hasta hace poco había logrado retener. De consolidarse en el conurbano bonaerense la convicción de que es la gran responsable de la crisis devastadora que está triturando la sociedad, Cristina no tardaría en ser vista como la jefa de una pequeña secta de fanáticos destructivos a los que no les importa para nada ni el empobrecimiento de los millones de personas que están cayendo de la clase media ni el futuro de la Argentina.
Para seguir desempeñando un papel decisivo en la vida del país, el kirchnerismo necesita que los demás peronistas lo tomen por una parte imprescindible del movimiento amorfo con el cual se sienten emotivamente comprometidos. Si se difunde entre ellos la impresión de que la cercanía de Cristina y los militantes insaciables de La Cámpora los privará de más votos de lo que estarán en condiciones de aportar, no vacilarán en romper con ellos. Después de todo, la voluntad de muchos peronistas de pasar por alto la conducta a menudo arrogante de los soldados de la jefa se debió sólo a razones pragmáticas. Creían, sin equivocarse, que no sería de su interés oponérseles, que, a pesar de todo, sumaban.
Es comprensible que Cristina haya querido subordinar absolutamente todo lo demás a la defensa de su propia libertad y la de sus hijos, Máximo y Florencia. Y es por lo menos explicable que, por razones electoralistas o corporativas, muchos políticos que no comparten sus ideas hayan estado dispuestos a respaldarla, pero sucede que, para éstos, las circunstancias han cambiado tanto que desde su punto de vista carecería de sentido continuar asociándose con una facción política disruptiva que, conforme a las encuestas de opinión, está haciéndose cada vez más minoritaria.
La conciencia de que la pelea nada edificante entre Alberto Fernández y Cristina está dañando enormemente al país ha desacreditado tanto al gobierno que ya no es considerado antidemocrático preguntarse si será capaz de sobrevivir hasta diciembre del año que viene. Los hay que prevén que Alberto, desmoralizado por los ataques de sus enemigos internos que no ocultan el desprecio que sienten por él, termine tirando la toalla, lo que, según las reglas imperantes, significaría que Cristina tendría que reemplazarlo. Si bien es factible que la vicepresidenta se animara a hacerlo, aunque sólo fuera por miedo a lo que podría hacer Sergio Massa, un personaje que ocupa un lugar de privilegio en la línea de sucesión constitucional, se ha reducido tanto su nivel de aprobación que sería poco probable que en tal caso consiguiera afianzarse nuevamente en el poder.
Otros hablan de la posibilidad de convocar a una Asamblea Legislativa para nombrar un nuevo presidente, lo que podría reforzar el poder del Congreso a costa de aquel del Ejecutivo. Sea como fuere, está conformándose un consenso en el sentido de que sería desastroso para el país que se prolongara por mucho tiempo la situación actual, lo que, para Cristina, es una muy mala noticia.
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