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El niño y el genocida

Raúl Guglielminetti , alias  "mayor Guastavino", había entrado en su casa para secuestrar a su padre, como lo hizo con muchas otras personas, a las cuales además torturó y desapareció.

Por Dario Tropeano

LLA recibió documentación que habría sido entregada por Guglielminetti para conseguir la prescripción de la condena o el pase a domiciliaria (foto Cecilia Maletti 2012)

Los autitos eran importados, de metal. El niño por ese entonces con 12 cursaba el última año del primario y los guardaba en la caja de plástico. Fue sorprendido con un “dale un beso a tu papa rápido que nos vamos enseguida”. Las seis de la tarde del 23 de marzo de 1976 todavía cargaban un sol denso y pleno. Esa noche, junto a su madre, durmió en un sótano de una chacra de gente desconocida. El lugar era un taller, con herramientas de todo tipo, bastante oscuro. Durante la mañana no entendió que significaba la radio y la tele sin color repitiendo: “comunicado nro. 1”. Se había producido un golpe militar.

El niño, pasados los días, se fue con su madre a vivir a otra chacra donde estaban sus tíos y sus primas, durmiendo en una habitación pequeña, desconociendo el paradero de su padre.
Supo por esos días que aquella noche del 23 de marzo, de madrugada, un grupo de tareas vestido de civil había ingresado a su casa a tiros. Supo que la señora que trabajaba en la casa había sido encerrada con su bebé de 3 meses durante cuatro horas.

Supo también que habían destrozado y robado todo lo que podía tener algún valor económico, pero no los libros de su padre. Y supo, que durante la tarde del 24 de marzo, el ejército uniformado había rodeado la manzana de su casa y allanado nuevamente la misma. Y pensó en su colección de autitos de metal importados. Días después, logró ver a su padre – nunca apresado pero si presentado – en la cárcel de Neuquén.

Después, cada dos meses, lo visitaba en la cárcel de Bahía Blanca, adonde viajaba en colectivo con su madre y se sometía a la requisa de rigor, frente a un militar; solo. Un día el viaje de visita se suspendió. Al niño no le dieron mayores explicaciones pero su padre había desaparecido; nadie conocí su destino.
Esto lo supo muchos meses después. Durante ese tiempo, el padre del niño fue vendado y atado en una mesa, durante cerca de 20 días en los llamados “campos de concentración” donde sufrió y escuchó – entre otra cosas- como hacían cosas monstruosas no solo a hombres sino también a mujeres, y cómo se hablaba de gente que “llevarían a volar” .

Aquella mañana de frío, el niño y su madre embarcaron el primer avión que los llevaría al legajo sur-sur , donde su padre había aparecido en un rapto de salvación, entre tanta tortura y muerte escuchada. El padre del niño era un profesional acomodado, un empresario, un dirigente político y un militante gremial. Esa situación le permitía poder visitarlo viajando en avión largas distancias.

También le permitía seguir teniendo los autitos, e incluso comprar algún otro. Pero el niño ya ingresaba a la secundaria, un año después, y la comprensión de todo lo que sucedía empezaba atormentarlo; aquella ausencia y todo lo que había sido robado, lo destrozado, lo perdido.
Las visitas al sur-sur del niño y su madre eran frías. Las esperas previas a la visita, al aire libre, en soledad, interminables .

La requisa ahora significaba la desnudez, el cacheo, la agresión. Y el contacto con el padre surcado por un vidrio y una caño que obraba de conducto de comunicación. Fueron varios meses y algunos viajes, donde el niño seguía escuchando historias desgarradoras de familiares, de inocentes, de desaparecidos, de presos que en algunos casos desconocían incluso que era un partido político.
Durante ese tiempo, el niño descubrió que le faltaban dos autitos de su colección, los más grandes, guardados en un lugar bien escondido. Eran los más caros.

Y pensó en aquella madrugada del 23 de Marzo de 1976 donde el grupo de tareas, encabezado por Raúl Guglielminetti alias “ mayor Guastavino “, había entrado en su casas – ahora lo sabía -para asesinar a su padre, como lo hizo con mucha otras personas, a las cuales además secuestró y torturó. Incluso ese día.
Este hombre había llegado a Neuquén como periodista desde Buenos Aires, para terminar trabajando como empleado de la Universidad Nacional del Comahue, siendo un agente de inteligencia del ejército argentino e integrante de la “Triple A” (Alianza Anticomunista Argentina).

Su tarea, marcar estudiantes y profesores para luego secuestrarlos o detenerlos. Luego, reportó en Bahía Blanca en otro grupo de tareas. Ya en proceso militar y después en Buenos Aires, asesinando y secuestrando empresarios con dinero operando en una famosa banda de criminales.

Este hombre, condenado por delitos de lesa humanidad, fue recientemente visitado en su detención de Campo de Mayo por legisladores de “La Libertad Avanza” (ya se evidencia con claridad hacia qué lugar avanzamos) a los cuales les entregó un proyecto de decreto para dar por prescriptas las sentencias judiciales y obtener su libertad junto a la de otros condenados por causas iguales o similares.
Ese es el genocida .
El niño era yo .
* Abogado. Docente de grado y postgrado de la Facultad de Economía, Unco.


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