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El laberinto estadounidense

El próximo “líder del mundo libre”, sea Trump o Harris, no genera optimismo. El republicano privilegiará sus caprichos, mientras que la demócrata dependerá de la ayuda de funcionarios.

Votante en Concinatti. (AP Photo/Gail Burton)

A pocos días de la jornada electoral, tanto Donald Trump como la actual vicepresidenta Kamala Harris están procurando convencer a sus compatriotas de que el eventual triunfo de su rival sería una catástrofe no sólo para su propio país sino también para la civilización occidental. Puede que ambos tengan razón, ya que conforme a las pautas tradicionales ninguno está en condiciones de ser el “líder del mundo libre” cuyo prolongado predominio está bajo ataque militar, económico y cultural por una liga de autócratas convencidos de que su hora está a punto de llegar.

La campaña ha sido extraordinariamente negativa. Los dos contrincantes coinciden en que su adversario representa lo peor del género humano.

Kamala y quienes la apoyan dicen que Trump es un admirador de Hitler que fantasea con erigirse en un dictador. El magnate y sus simpatizantes dicen que, además de arruinar la economía e impulsar cambios sociales que repudian amplios sectores de la población, los demócratas están procurando transformar Estados Unidos en una república bananera llena de delincuentes y analfabetos procedentes de países subdesarrollados en que abundan conflictos étnicos y sectarios.

¿A qué se debe la decadencia evidente de la democracia norteamericana que, desde hace más de dos siglos, ha servido de modelo para muchos otros países, incluyendo a la Argentina?

En parte, a la propensión ya rutinaria a tratar a los políticos como productos comerciales cuya venta dependerá en buena medida de una imagen que publicistas profesionales pueden manipular. También habrá incidido la proliferación de abogados duchos en el arte de defender lo difícilmente defendible; en Estados Unidos, hay muchos más per cápita que en los demás países avanzados.

Enojo con las elites


Otro factor, acaso el más importante, ha sido la brecha creciente que separa a los norteamericanos del montón de “las elites” académicamente acreditadas que, lo mismo que en Europa, se han apoderado de las organizaciones políticas, los medios políticos tradicionalmente más prestigiosos, la industria del entretenimiento y, desde luego, las universidades y otras instituciones educativas.

La carrera espectacular de Trump, que para asombro de todos los presuntos expertos, logró adueñarse primero del gris partido Republicano y, poco después, de la presidencia, fue posibilitada por el rencor ocasionado por la sensación de que Estados Unidos había caído en manos de una elite soberbia que no intentaba ocultar el desprecio que sentía por los obreros y gente de clase media que no compartían sus actitudes y que, para más señas, habían sido perjudicados por la desindustrialización y la expansión muy rápida de “la economía del conocimiento” impulsada por la alta tecnología.

Si bien desde hace más de ocho años Trump es el político mejor conocido de Estados Unidos, los muchos que le temen aún no se han recuperado del choque que les deparó su irrupción en 2016. Están tan obsesionados con llamar la atención a las deficiencias del personaje que siguen resistiéndose a tomar en serio lo que representa.

No entienden que denigrarlo lo fortalece; decenas de millones de hombres y mujeres atribuyen los insultos a prejuicios clasistas dirigidos contra ellos mismos. Es lo que está ocurriendo en la fase final de la carrera electoral; Kamala está procurando frenar la remontada de Trump calificándolo de “fascista” y otras lindezas pero, para muchos, la voluntad de recurrir a tales epítetos es un síntoma del pánico que dicen percibir en las filas demócratas.

En esta oportunidad, Trump se ha visto beneficiado por la debilidad patente de la candidata oficialista. Para desesperación de los encargados de ayudarla, Kamala se ha mostrado incapaz de responder de manera coherente a preguntas sencillas acerca de lo que se propondrá hacer si sucede a Joe Biden. A pesar de contar con el apoyo decidido de casi todos los periodistas televisivos que la han entrevistado, una y otra vez ha repetido la notoria “ensalada de palabras” con la que intenta ocultar su falta de preparación. Aunque a juicio de muchos Kamala es menos peligrosa que su rival, parecería que están fracasando los esfuerzos por hacer de la mediocridad una carta de triunfo.

El que el próximo “líder del mundo libre” sea Trump o Harris no motiva optimismo.

El republicano privilegiará sus propios caprichos, mientras que la demócrata tendrá que depender de la ayuda de funcionarios, sean aquellos que han acompañado a Biden o, tal vez, otros pertenecientes al ala “progresista” de un partido que está dividido entre conservadores instintivos, como el presidente actual, y rebeldes que quisieran llevar a cabo una revolución social que molestaría muchísimo a por lo menos la mitad de la población de Estados Unidos.


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