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El hombre del grito primal

Despedazar con una motosierra lo que ya está desintegrándose haría aún más difícil construir un orden capaz de aprovechar las ventajas materiales y humanas que conserva la Argentina.


(AP Photo/Natacha Pisarenko)

La llamada “terapia primal” fue inventada por psicólogos convencidos de que es bueno para la salud mental desahogarse de vez en cuando gritando desaforadamente. Dicen que sirve para liberar emociones reprimidas aunque, claro está, es mejor que los así dispuestos se aíslen antes de ponerse a aullar.

Pues bien, hace casi dos semanas, más de siete millones de argentinos acompañaron al gurú místico Javier Milei, un personaje que nos asegura que recibe mensajes de sus perros clonados y pensadores muertos, para manifestar la frustración que sienten frente a la situación infeliz del país y el futuro nada promisorio que les ofrece. Aunque lo hicieron de forma silenciosa en el cuarto oscuro, produjeron un ruido tan estruendoso que pudo oírse en todas las capitales del mundo.

La popularidad asombrosa de Milei puede atribuirse a su voluntad de cubrir de insultos a casi todos los demás políticos. Los trata como delincuentes asquerosos que han arruinado un país que, insiste, en buena lógica debería estar entre los más prósperos y dinámicos del planeta. Por razones penosamente evidentes, muchos, muchísimos, coinciden con lo que dice. Y, como él, quieren que la Argentina se libere definitivamente de la “casta” que la ha dominado desde comienzos del siglo pasado.

Por desgracia, no hay muchos motivos para creer que Milei sea la persona indicada para liderar el cambio que más de la mitad de la población parece estar reclamando.

Para que sus propuestas se convirtieran en realidades, tendrían no sólo que privar a “la casta” – la que, además de los políticos profesionales, incluye a sindicalistas e integrantes de una multitud de organizaciones corporativas que de un modo u otro están vinculadas con el Estado -, de los privilegios que ha acumulado, sino también dinamitar la Constitución nacional, lo que significaría el fin de la democracia que conocemos.

Si un hipotético presidente Milei se apurara, enseguida desataría el caos al brindar a los movimientos “sociales” pretextos concretos para llenar las calles de sangre, como profetizaron ciertos kirchneristas; si procurara avanzar de manera cautelosa, no tardaría en ser capturado por militantes políticos que se mantendrán en los lugares que ocupan, como en efecto hicieron cuando gobiernos reformistas, tanto militares como civiles, estaban en el poder.

El “grito primal” rudimentario que representa el libertario no puede ser la base de un programa de gobierno eficaz.

Despedazar con una motosierra lo que ya está desintegrándose bajo el peso de las circunstancias haría todavía más difícil la construcción de un orden capaz de aprovechar las ventajas materiales y humanas que, a pesar de todo, aún conserva la Argentina.

En vista de que es factible, si bien nada cierto, que a fines del año Milei se vea consagrado como el presidente de la República, aquellos que en términos generales comparten su entusiasmo por el liberalismo económico tendrán que intentar disciplinarlo; si ocasionara un desastre fenomenal, el electorado no les daría otra oportunidad para llevar a cabo los cambios que creen precisos.

Hacerlo no les será del todo sencillo. Consciente del peligro político que le plantean los esfuerzos de Mauricio Macri por incorporarlo a un proyecto más amplio que aquel de Libertad Avanza, Milei trata a la candidata de Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich, como una “socialista” de origen “montonero”, sin que le preocupe que el beneficiario principal de sus ataques febriles a su rival liberal sea Sergio Massa.

Al peronista le convendrá mucho figurar como un dirigente racional resuelto a mantener a raya a un lunático decidido a desmantelar todo sin saber muy bien cómo o con qué reemplazarlo.

Aunque sería difícil exagerar la gravedad del daño al país que ha provocado el kirchnerismo, no es inconcebible que el electorado opte por un antídoto que sea igualmente tóxico.

Los hay que creen que, para prevenir tamaña catástrofe, sería necesario ayudar a dotar de estructuras al movimiento encabezado por Milei, pero en vista de que hacerlo prematuramente perjudicaría las perspectivas de Bullrich, es poco probable que lo hagan los dirigentes de Juntos por el Cambio.

Sin embargo, si optan por subrayar que, cuando es cuestión de reencauzar la economía, la candidata tiene bastante en común con Milei, enojarán sumamente a las “palomas” de la coalición que en la interna respaldaron a Horacio Rodríguez Larreta, lo que debilitaría todavía más a una agrupación que todavía no se ha recuperado del trauma causado por la derrota de Macri en 2019 luego de una gestión que, en opinión de Milei y otros, fue un fracaso debido a las presiones de sus socios radicales y los partidarios de Elisa Carrió.


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