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El gobierno unipersonal de Javier Milei

Puede que no se lo haya propuesto, pero ha hecho suyo el culto a la personalidad que tantos desastres provocó en el pasado.

El presidente Javier Milei. Foto: archivo.

La estrategia económica de Javier Milei, basada como está en la convicción de que, en última instancia, todo depende de la fortaleza de la moneda, razón por la cual ha sido partidario de la dolarización, es rígida, lineal. También lo es su estrategia política. Antes de acercarse a la presidencia de la República, el autoproclamado “anarco-capitalista” entendió que, para alcanzar sus objetivos, tendría que ocupar el centro del escenario y asegurar que nadie le hiciera sombra.

En este empeño, Milei ha tenido éxito. Desde hace más de medio año, el mundillo político gira en torno de él. Sin pensarlo dos veces, impidió que Mauricio Macri compartiera el mismo espacio al mandarlo a una suerte de exilio interno.

Tolera la presencia de Patricia Bullrich porque sin chistar su ex rival se le subordinó. Acaso la única persona que aún amenaza con oscurecer su estrella es la vicepresidenta Victoria Villarruel que regularmente lo supera en la lista de políticos más admirados del país; no extraña, pues, que, con la ayuda de su hermana Karina, Milei la haya alejado del núcleo duro del oficialismo actual.

Similitudes con Trump

Puede que no se lo haya propuesto, pero Milei ha hecho suyo el culto de la personalidad que tantos desastres provocó en el siglo pasado.

Es lo que tiene en común con el norteamericano Donald Trump, cuyo protagonismo no se debe a sus ideas que, en verdad, distan de ser tan extremadamente derechistas como dicen sus enemigos, sino a su capacidad notable para hacer de sus propias vicisitudes un drama que cautiva a buena parte de la población de su país.

Aún antes de sobrevivir a un intento de asesinarlo – la bala disparada por el joven que quería matarlo erró por nada más que un par de centímetros -, Trump dominaba tanto el panorama político estadounidense que sus muchas dificultades legales lo beneficiaban al permitirle figurar como la víctima predilecta de la versión norteamericana de “la casta”.

Como Trump, Milei desempeña el papel del paladín de los perjudicados por una clase política venal que privilegia sus propios intereses corporativos por encima de todo lo demás.

A Milei le gusta ser tomado por un político anti-político, como hacían el Hipólito Yrigoyen que flagelaba al “régimen falaz y descreído” de su época y, a su modo, Juan Domingo Perón.

Tal postura suele resultar muy atractiva en sociedades en que la mayoría se siente estafada por el sistema político imperante porque quienes lo manejan son incapaces de encontrar soluciones para los problemas más urgentes.

En tales circunstancias, aquellos personajes que se afirman resueltos a llevar a cabo cambios drásticos que, entre otras cosas, servirán para descolocar a los comprometidos con la “vieja política”, corren con ventaja. De no haber sido por la frustración de los millones que han perdido terreno en las décadas últimas, tanto Trump como Milei seguirían en el sector privado ya que ninguno posee las dotes, entre ellas la capacidad para negociar acuerdos, que les hubieran permitido tener éxito en una carrera política tradicional.

El rol de economista

A diferencia de Trump, que ha hecho del patriotismo aislacionista y la nostalgia por un pasado en que abundaban los empleos en industria, sus temas principales, Milei es un economista que dice saber todo cuanto será necesario hacer para que su país, que en este ámbito ha fracasado de manera realmente fenomenal, logre erigirse en una potencia riquísima.

Es por lo tanto comprensible que reaccione con furia cuando economistas liberales muy prestigiosos que no tienen un pelo de “comunistas” se atreven a discrepar con sus planteos.

El aura casi mítica que lo envuelve depende de la convicción de que es un pensador sobresaliente. Si se difundiera la idea de que es poco realista su análisis de la situación en que se halla el país, no le sería nada fácil conservar el poder político que ha conseguido acumular.

Por ser tan unipersonal el gobierno de Milei, quienes cumplen tareas en él se sienten obligados a afirmarse más fieles al evangelio predicado por el Líder Máximo que sus compañeros de trabajo, algo que no es del todo fácil para quienes no se han familiarizado con los sabios austríacos a los que rinde homenaje.

Como suele suceder en agrupaciones sectarias, los libertarios son proclives a participar en disputas internas rencorosas que a menudo terminan con la defenestración de los perdedores de turno.

Parecería que la impresión de caos así producida no preocupa a un presidente que está claramente más interesado en teorías económicas que en la gestión cotidiana, pero acaso le convendría prestarle más atención, ya que hasta los planes más geniales pueden fracasar si los encargados de aplicarlos obran con la torpeza que hasta ahora ha sido típica del gobierno de Milei.


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