El Estado, Padre y Madre a la vez


La Argentina nunca quiso renunciar a su Estado Benefactor (que siempre fue el más grande y dispendioso de América latina).


El Estado ha existido, de distintas formas, en la mayoría de las sociedades sedentarias desde hace unos 5.000 años, pero el Estado moderno, tal como lo conocemos nosotros, surgió en Europa hace unos 500 años, cuando comenzaron a formarse las naciones. Este Estado tuvo como función original garantizar que la sociedad no sea devorada por la violencia. Como dijo Thomas Hobbes en su tratado El Leviatán: “El Estado es una institución que tiene por objeto utilizar todos los medios con que cuente la comunidad para asegurar la paz y la defensa común”. Es decir, el origen del Estado moderno está en la represión de la violencia y de toda forma de rebelión que ponga en peligro la vida en común.

Desde entonces, el Estado ha asumido muchas más funciones que la primigenia que lo obliga a garantizar la paz interior con el monopolio de la violencia. A esta función negativa y represiva, en los últimos siglos se le han agregado varias funciones. Desde redactar las leyes comunes y hacer justicia (que ya estaban asociadas a “ejercer la violencia legal para sostener el orden”, incluso en Grecia o la antigua Roma) como representar al país ante naciones extranjeras o tener instituciones que permitan garantizar determinados derechos.

Gran parte de los debates del siglo XX en torno al Estado se han centrado justamente en si el Estado debe intervenir o no en la vida económica de una nación y cuáles derechos deben ser garantizados por el Estado y de qué manera. En los países socialistas o socialdemócratas (y de manera radical en los que adoptaron al comunismo como ideal) se pensó que el Estado debía intervenir en gran parte de la vida social, desde la Economía hasta la regulación de las relaciones interpersonales. En los países liberales se propuso lo contrario: que el Estado se redujera a su función represiva y solo se aceptaron sus intervenciones en garantizar un derecho mínimo de igualdad de oportunidades a través de la educación pública y la salud pública.

Desde mediados de los 30 del siglo pasado, la Argentina adscribió a la ola occidental estatista que se instaló luego de la devastadora crisis de 1929. Después de la Segunda Guerra Mundial, nuestro país, a través del peronismo, adscribió al Estado intervencionista en todo: desde la economía a la educación y a las funciones tradicionales se le agregaron muchísimas otras (para garantizar nuevos derechos: desde la jubilación de todos los trabajadores hasta las vacaciones pagas). En todo el mundo esta aparición de nuevas funciones del Estado -que se llamó “Estado Benefactor” y que fue una respuesta capitalista a los beneficios que ofrecían los países comunistas a sus trabajadores- fue fuente de constantes conflictos: garantizar nuevos derechos cuesta mucho dinero y ese dinero solo puede venir de una fuente: los que pagan impuestos.

En los 60, el impuesto a las ganancias en la mayoría de las ricas economías de Europa que tenían Estados Benefactores muy grandes se hizo tan gravoso que comenzó a erosionar la competitividad de los países. En Gran Bretaña, por ejemplo, llegó a ser del 70% de las ganancias, lo que hizo que muchas empresas y personas creativas (desde The Rolling Stones a cineastas como Joseph Losey) se mudaran al extranjero -Suiza o Francia, con regímenes menos abusivos en lo impositivo-. La economía inglesa se degradó mucho para sostener un Estado Benefactor enorme, que ya no tenía financiamiento. Eso sucedió en muchos otros países, incluidos los Estados Unidos.

Gran parte de las reformas de Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los 80 (lo que se conoció como la Revolución Conservadora o las Reaganómics) consistieron en quitar muchos de los beneficios sociales que habían surgido en los 40 o 50 y bajar los impuestos a las empresas y a las personas más ricas. Eso incentivó la inversión productiva, lo que, a su vez, colaboró para que hubiera un gran crecimiento económico (mejores trabajos y mejor pagos para millones), pero la vida de los más pobres y los que tenían menor educación se deterioró porque no solo desaparecieron los trabajos poco sofisticados que ellos hacían sino los muchos subsidios que les ayudaban a comer diariamente.

La Argentina nunca quiso renunciar a su Estado Benefactor (que siempre fue el más grande y dispendioso de América latina). Las crisis recurrentes de los últimos 50 o 60 años se deben en gran parte a este conflicto: querer tener una cobertura de solidaridad social gigantesca -lo que, además, garantiza paz social-, pero sin tener los fondos para financiarla. Así se llega, cada tantos años (de acumular deudas impagables y emisión monetaria sin respaldo) a una crisis explosiva.

Ahí estamos ahora. El Estado (que era Madre y Padre a la vez; nos protegía y nos amantaba) nos está dejando huérfanos. El gran drama es que no sabemos cómo procesar este duelo.


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