El Apocalipsis no ocurrirá
Hoy estamos viviendo un movimiento cultural parecido al catastrofismo del siglo XVIII: hay cientos de millones hartos de democracia y prosperidad.
Hay épocas felices y hay épocas infelices. Estamos viviendo una época infeliz. No se debe a que la mayoría de la humanidad esté mal o, menos aún, a que estemos peor que antes. Todas las cifras actuales (en cualquier rubro que busquemos) son mucho mejores que en cualquier otro momento de la historia. Hoy hay más niños que sobreviven sanos al nacer, más niños que llegan sin desnutrición a cumplir los 10 años, más niños que no mueren de las muchas enfermedades (polio, varicela, gripe, bronquiolitis y decenas de otras) que hasta hace apenas un par de décadas los diezmaban.
Las democracias contraatacan
Hoy se da el menor porcentaje de gente que no tiene acceso a la comida suficiente para vivir sano en toda la historia del homo sapiens. Vivimos más que nunca y cada vez vivimos una vejez más sana. Hace apenas 250 años la expectativa de vida no llegaba a los 30 años, hace poco más de un siglo no llegaba a los 50 y hoy supera los 70 años en el promedio mundial, con muchos países orillando (o pasando) los 80 años de expectativa de vida. Podríamos seguir horas con cifras similares. Sin embargo, gran parte de la humanidad “siente” que vivimos una época nefasta.
La felicidad no es un estado del mundo sino un estado de la mente. Si una persona ve todo negativo no hay forma de convencerla de que la situación es positiva. Mostrarle la realidad no sirve de nada ante el estado anímico. La pandemia obligó a todo el planeta a sufrir algunas medidas que la humanidad ya había implementado decenas de veces en el pasado para superar los picos de muerte ante un virus desconocido, pero la cuarentena (que a comienzos del siglo XX o en el siglo XIX era algo soportable para la inmensa mayoría) ha desequilibrado emocionalmente a mucha gente. En especial a los más jóvenes y más prósperos. Todos los estudios muestran que el grupo de 15 a 25 años de clase media para arriba es el que más ha sufrido las restricciones impuestas por las cuarentenas. Y muchos no logran superarlo.
Ese sentimiento de abatimiento ante la más mínima dificultad entre los más jóvenes y los más prósperos es algo que los sociólogos y los psicólogos venían registrando desde fines del siglo XX, cuando se fue afianzando el desarrollo en todo el planeta, lo que fue mejorando el estatus económico de la mayoría. A mejor estatus económico menos felicidad. Parece una ironía de la vida pero es lo que ha sucedido muchas veces a lo largo de la historia. En el momento en el que se produjeron las grandes revoluciones burguesas de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX (de la norteamericana a la francesa, además de las independencias de los países de América Latina) surgió el romanticismo (que celebraba la muerte, la enfermedad, la locura, la noche, el dolor y el suicidio) además de una serie de movimientos apocalípticos que se denominaron “catastrofistas” porque proponían una catástrofe (social, política, económica, incluso natural) para poner en orden la vida de la sociedad y comenzar de nuevo, aliviados del pasado.
Visión catastrófica
El catastrofismo fue un movimiento muy importante entre los jóvenes europeos de fines del siglo XVIII, especialmente entre los judíos de Europa oriental. Fue tan importante que influyó en muchos de los pensadores políticos del siglo XIX, desde los anarquistas a la izquierda socialista (aunque no enraizó en Carlos Marx, sí fue importante en muchos de sus seguidores, como en Lenin y Trotsky, que veían a la Revolución como una ruptura catastrófica con el orden antiguo). El catastrofismo (el deseo de Apocalipsis, la espera por un Apocalipsis) es un movimiento que cree en la resurrección luego de la muerte de lo viejo: para que nazca lo nuevo, todo lo que conocemos debe estallar y desaparecer para siempre. Hoy estamos viviendo un movimiento cultural parecido: hay cientos de millones hartos de democracia y prosperidad.
San Pablo les prometió a los primeros cristianos un Apocalipsis cercano. Durante los primeros siglos del cristianismo los creyentes veían el Apocalipsis como algo tan cercano que si un familiar salía de viaje por un par de meses temían que no lo volverían a ver ya en esta vida. Ni ese ni ninguno de los otros Apocalipsis ha sucedido nunca. Pero se los sigue esperando. Hace apenas 40 meses Greta Thunberg anunciaba el Fin por el Cambio Climático y convocaba a millones de jóvenes en todo el mundo.
Es difícil disfrutar de lo que se ha logrado. Es difícil vivir contento. La culpa carcome el alma del joven próspero. La realidad es difícil y es más fácil soñar con un Apocalipsis que nos librará de los pecados del mundo.
Pero no suceden estas catástrofes liberadoras. Tendremos que seguir trabajando en la construcción del mundo, como venimos haciendo desde hace cientos de miles de años. Tal mal no nos ha ido, pero muchos prefieren llorar de abundancia antes que ver lo hermoso que es todo lo que hemos construido.
Journalism Trust Initiative Nuestras directrices editoriales
Comentarios