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Divididos (y empobrecidos)

Algunos piensan que la sociedad argentina más que dividirse entre dos clases sociales (un 20% de no pobres y un 80% de pobres) se va a separar en dos mitades que se odian sin poder hablarse siquiera, al estilo norteamericano.

Durante todo el siglo XX la Argentina se enorgullecía de dos o tres de sus grandes logros. El primero de ellos (y tal vez la causa de todo lo demás que era positivo) era excelente educación pública que había logrado que la totalidad de la población estuviera no solo alfabetizada sino que tuviera un buen nivel educativo. Otro logro consistía en la integración social, que había logrado que la clase media fuera mayoritaria tanto en lo económico como en lo cultural, con muy poca gente en los extremos de la pobreza o de la riqueza extrema. Desde comienzo de siglo hasta la Dictadura de 1976, la escuela pública integraba en sus aulas alumnos provenientes de todos los sectores sociales. Eso se perdió hace medio siglo y la integración social se ha ido desdibujando cada vez más desde entonces.

Ante los cambios económicos que promueve el nuevo gobierno muchos politólogos y sociólogos están debatiendo cómo se reconfigurará la sociedad argentina una vez que las medidas económicas y sociales que impulsa Javier Milei tengan efecto.

El debate anticipa dos escenarios, ninguno de los cuales es positivo. Uno de ellos, el más difundido -incluso entre economistas que apoyan estos cambios- es lo que se llama la “la latinoamericanización final de la sociedad argentina”.

“Latinoamericanización”


Es decir, que los cambios serían tan profundos que destruirían toda la herencia positiva que construyeron varias generaciones, las que lograron que tengamos una educación pública de excelencia y la mayoría pertenezca a una próspera y culta clase media.

Cuando se habla de “latinoamericanización” se quiere decir “una sociedad en la que la mayoría tiene una educación de muy baja calidad e ingresos miserables”. La guerra política de los últimos 20 años nos han llevado a usar datos tomados al azar, sin contexto y sin comprensión de qué significan realmente, para caracterizar al enemigo político. Cuando en la Argentina se habla de “pobreza”, por ejemplo, los sociólogos y la medición que hace el INDEC se refieren a los sectores que no pueden comprar una canasta básica bastante nutrida, que representa consumos mínimos de clase media. A aquellos que no acceden a esa canasta (aunque estén muy poco por debajo) se los considera pobres.

Si medimos con ese mismo criterio a todos los latinoamericanos casi todos los países serían mucho más pobres de lo que aparecen en las estadísticas del Banco Mundial. ¿Por qué? Porque la forma en que todos los demás miden la pobreza es diferente y mucha gente que apenas si puede lograr comer ya aparece como que no es pobre (aunque carezca de casi todo lo demás).

Si usamos el criterio de pobreza de los organismos internacionales (la población que vive con menos de 5.5 dólares a paridad de poder adquisitivo (es decir, la cantidad de moneda de cada país para comprar una canasta de productos equivalentes), la Argentina tendría solo un 12% de pobres, Brasil nos duplicaría y solo Chile y Uruguay en toda América Latina estarían algo mejor que nosotros.

Enfrentados


Ahora, sí nos latinoamericanizaríamos en serio: la pobreza se extendería tanto que abarcaría porcentajes similares a los de Perú o Colombia, países que tienen una inmensa mayoría de pobres y una pequeña clase medía y una ínfima clase de gente muy rica. Esa es la división hacia la que iríamos con la política económica de este gobierno según la mayoría de los sociólogos.

Algunos piensan que la sociedad argentina más que dividirse entre dos clases sociales (un 20% de no pobres y un 80% de pobres) se va a dividir en dos mitades que se odian sin poder hablarse siquiera, al estilo norteamericano. Es decir, que la división no sería tanto económica y social, como en la mayoría de América Latina, sino cultural e ideológica como en los EEUU.

Por último, hay también analistas que piensan que ambas divisiones se pueden realizar en nuestro futuro próximo: quedar divididos al estilo latinoamericano, con muchos pobres y poca gente de clase media, y al mismo tiempo también divididos al estilo norteamericano, con la mitad del país odiando a la otra mitad del país, ya sea porque los consideran “zurdos y kirchneristas” o “libertarios y conservadores de ultraderecha”.

Es decir, de las tres alternativas negativas que parecen esperarnos en el futuro, la tercera es la más negativa, ya que seríamos cada vez más pobres y, a la vez, más tontos y dominados porque no podríamos encontrar una opción superadora, ya que gastaríamos todas nuestras fuerzas en odiar a la otra mitad que piensa diferente.

Sea como fuere, no hay pronósticos optimistas entre los que analizan el futuro de la sociedad argentina.


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