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Cuando la inclusión deviene excluyente

Redacción

Por Natalia Grossenbacher

Este año, aquello que llamamos alfabetización inicial -o enseñanza de la lectoescritura- está en la agenda de varios gobiernos. Río Negro lanzó su Plan de formación para el fortalecimiento institucional y sus prácticas educativas denominado La escuela como espacio de cuidado, centrado en la alfabetización inicial con el subtítulo AlfabetizaRNos y Neuquén tiene su Programa de Formación Docente en Alfabetización Integral. Pero los datos que podemos sospechar alarmantes sobre analfabetismo en el nivel primario y secundario, no sólo no están relevados ni sistematizados, sino que tienen algunos años.

En el año 2022, como educadora del área de Lengua y Literatura en la formación docente me acerqué a una escuela de la ciudad de General Roca para ayudar a alfabetizar. Si bien -como se manifiesta en la mayoría de las escuelas- en todos los grados hay niños sin alfabetizar, el principal problema en ésta lo tenían en séptimo grado, donde había cuatro chicos y chicas que estaban a punto de egresar al secundario y lo harían sin poder realizar el deletreo básico de palabras. No hablamos de comprender textos, sino del lograr el paso más básico de la alfabetización: la correspondencia entre grafema y fonema; lo que al interior de las familias suele explicarse como “ya sabe leer”.

En las conversaciones con el personal docente de la escuela pude relevar algunas, no sé si causas, pero sí explicaciones:

En primer lugar -escucho-, hay que respetar la trayectoria del niño o niña. Aunque el niño tenga un alto grado de ausentismo, los pocos días que asista a la escuela hay que evaluar lo que aprendió, registrarlo y que siga avanzando. Esta modalidad de evaluación pone el acento en los avances y no en las carencias.

En segundo lugar, la asistencia ya no es condición de regularidad: si el niño va una vez por semana o cada diez días a la escuela (como era uno de los casos que atendí), no pierde la regularidad y -nuevamente- se registra lo que sí pudo aprender, por poco que ello represente.

En tercer lugar, la repitencia -se considera- termina representando en los hechos un castigo o un estigma para el niño y él no es responsable de la situación social, familiar, política o económica que vive. Completamente de acuerdo. Sin embargo, también puedo dar cuenta del estigma de ese estudiante porque sus compañeros de séptimo están estudiando otros temas y él aún ni siquiera lee.

Ahora, qué hace luego ese niño, con un certificado de séptimo grado que oficialmente indica que está en condiciones de transitar la escuela media. No he seguido ningún caso particular, pero fácilmente se puede sospechar que no tendrá éxito por diversas razones: porque la escuela media no se dedica a alfabetizar; porque no hay docentes formados para ello ni personal especializado que contemple esta realidad y porque ya no tendrá dos o tres, sino diez o doce docentes que poco podrán reparar en él y en sus dificultades.

Pero el sistema educativo -experto en dejar el cascabel ahí y no ponérselo al gato- dejará que el niño siga su trayectoria hasta quinto año. El nivel medio también tiene sus dispositivos para, en nombre de las “trayectorias”, otorgar un título de bachiller que le permita ingresar a la universidad.

Recibo estudiantes en el nivel superior -no he recibido analfabetos, en rigor de verdad- que el sistema ha estafado con un certificado que en absoluto indica que está en condiciones de acceder a una carrera.

Recibo estudiantes que por algún motivo debieron contar con diagnóstico y atención de un equipo técnico -que sólo tienen el nivel primario y secundario, no el nivel superior-, pero tienen un título que les miente que están en condiciones de emprender una profesión universitaria.

Me pregunto entonces, dónde está la inclusión, si se los expulsa a la calle, lo más rápido posible -a los diez y ocho años todos son bachiller- sin herramientas para seguir estudiando. Lo intentan, pero desaparecen de las aulas de nivel superior con los primeros exámenes. Termina siendo la familia la única que puede ofrecerles una realidad distinta, con lo que, como dice Pierre Bourdieu, la escuela sólo certifica la desigualdad social.

Natalia Grossenbacher

Docente de Lengua, Instituto de Formación Docente de Río Negro


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