¿Cómo pensamos las familias en la actualidad?
Territorio poblado de afectos intensos en los que el dolor y el sufrimiento se presentan, pero también la alegría, la ternura, el amor, el cuidado, los momentos compartidos. Comunidad con la que se comparte historia, se habita presente y se imagina futuro.
Marta Bergagna*
Vivimos en familia, entre familias, con familias.
La familia es un tramado de relaciones con otros con los que armamos un conjunto indivisible al que consideramos propio y que tiene límites más allá del cual ubicamos lo extranjero o lo no propio.
En ella ocupamos lugares que nos son asignados y a ellos se les adjudican funciones: madre, padre, hijos, hermanos. Lugares y funciones quedan enlazados y no pocas veces instalan conflictos por esos nexos rígidos que los mantienen atados.
Advenimos a una familia y luego podremos conformar otra u otras. En esas – nuestras – familias hay movimientos: llegadas y partidas, transformaciones silenciosas, invisibles mientras se van dando, que de pronto se perciben y surge la nostalgia antes estábamos mejor.
Hay otras situaciones – separaciones, enfermedades, despidos laborales – que aunque provienen de uno de los integrantes convocan a la familia y el tránsito por ellas es muy heterogéneo.
La familia es escenario de aquello conocido que nos da pertenencia.
Territorio poblado de afectos intensos en los que el dolor y el sufrimiento se presentan, pero también la alegría, la ternura, el amor, el cuidado, los momentos compartidos. Asiento de vínculos que permanecen a lo largo de la vida en, presencia y también en ausencia.
Comunidad con la que se comparte historia, se habita presente y se imagina futuro.
En la familia también encontramos lo ajeno. En todos y cada uno. La ajenidad se presenta y con ella aparece la desilusión. Y descubrimos lo que esperamos de los otros, anhelos de semejanzas que encubren diferencias.
Y las diferencias con los demás se imponen, interfieren; los otros no vienen a ocupar ese lugar que les asignamos. Surgen los reproches, los malentendidos, el resentimiento, la irritación, los enojos.
Alojar a ese otro familiar, y siempre ajeno a la vez es un trabajo, continuado, inevitable.
La ajenidad es aún mayor cuando asienta en la desigualdad social. Y hay no pocas familias que habitan en los márgenes, que pelean por la supervivencia y por una integración que han perdido.
La estabilidad que permite un vivir un presente digno y tener una proyección de futuro no las alcanza; ha sido sustituida por una cotidianidad signada por la carencia de necesidades básicas, por la búsqueda de oportunidades. Eso las vuelve extrañas.
Y aquí si desde nuestro oficio queremos intervenir no vale inferir, no corresponde aplicar saberes.
Para acceder a ellas nos cabe primero escucharlas, que nos orienten para que se vuelvan menos oscuras y extranjeras; es una condición para poder ayudarlas.
* Médica psicoanalista, de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires. Instituto Universitario de Salud Mental (APdeBA -IUSAM)
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