Colombia votó contra la clase política tradicional

Dora Montero *


Ambos candidatos necesitan del establishment contra el cual votó una buena porción del electorado.


Hace un mes, en Colombia no se imaginaba posible el resultado de la primera vuelta de la elección presidencial: Gustavo Petro, el candidato que representa a la izquierda y hasta ahora favorito indiscutible en todas las encuestas, enfrentará en la segunda vuelta a Rodolfo Hernández, el independiente que personifica al populismo de derecha y hasta hace cuatro meses no llegaba a 5% de la intención de voto.

Colombia votó por el cambio y en contra del establishment que ostentaba el poder desde hace décadas. Ya sea con Petro (40.32% de la votación) o con Hernández (28.15 %), no serán los mismos de siempre quienes gobernarán el país. Lo que no queda claro es qué clase de cambio se elegirá en el balotaje del 19 de junio.

El mensaje más contundente del electorado fue dejar fuera de la contienda a Federico “Fico” Gutiérrez, de la coalición Equipo por Colombia. El candidato del presidente Iván Duque y del expresidente Álvaro Uribe Vélez apenas alcanzó poco más de cinco millones de votos (23.91%). La maquinaria del gobierno no funcionó y Fico cargó con la imagen desfavorable de Duque (quien tiene una desaprobación de 69%), además de tener una candidatura débil, con propuestas pobres, falta de empatía con la ciudadanía y poco o nulo apoyo de los pesos pesados de su partido.

Hasta un par de semanas antes de la elección, las encuestas señalaban que Fico y Petro pasarían a la segunda vuelta. A Petro le hubiera sido más fácil derrotar a Fico porque su popularidad, que nunca fue tan grande, mostraba un declive constante. Por eso la campaña de su coalición Pacto Histórico siempre estuvo dirigida a atacar lo que representa Fico. Solo hasta que las encuestas mostraron a Hernández por encima de 18% de la intención de voto, Petro cambió de objetivo en sus críticas.

Hernández, quien contendió por la Liga de gobernantes anticorrupción, obtuvo casi un millón de votos más que Fico, una cifra que ninguna encuesta alcanzó a proyectar. Si su tendencia se mantiene, y con la suma de los votos de la derecha -ya Fico y los uribistas más representativos anunciaron su adhesión-, podría superar los diez millones de votos y ganar la presidencia.

Su campaña seguramente continuará como en las últimas semanas: recorriendo el país y haciendo las mismas promesas de acabar con la “robadera” y corregir el déficit fiscal. Su estilo, en tarima o en TikTok, le ha hecho conseguir adeptos porque es visto por sectores que no se deciden por Petro, pero tampoco quieren mantener al uribismo en el poder, como un viejito confiable y divertido. Al estilo populista de políticos como el expresidente estadounidense Donald Trump, habla a la gente de forma simple y promete cosas tan básicas como que todos los colombianos conocerán el mar.

En realidad, su programa de gobierno es muy básico y su discurso se basa en venderse como un empresario anticorrupción y cercano al pueblo. Ese performance lo llevó a dar su mensaje, tras darse a conocer los resultados, desde la cocina de su casa, sin parafernalia y con sentencias claras contra el stablishment como “perdieron las gavillas que creyeron que serían gobierno eternamente”.

Mediante esa demagogia logró que varias de sus declaraciones peligrosas pasen desapercibidas, como cuando dijo que admira a Adolfo Hitler, o su anuncio de que tras tomar posesión expedirá un decreto de conmoción interior para aprobar directamente todas las reformas que considera necesarias. Hay muy pocos pasos entre ese decreto y poder cerrar el Congreso. Hernández incluso tiene un llamado a juicio disciplinario tras ser imputado por la Fiscalía General de la Nación en un supuesto acto de corrupción cuando era alcalde de Bucaramanga.

Derrotar a ese fenómeno político es la tarea de Gustavo Petro y su candidata a vicepresidenta, Francia Márquez, quienes en el mismo día que lograron la mayor votación para la izquierda en una primera vuelta también quedaron en un escenario complicado: necesitan superar esa votación histórica si quieren ganar la segunda vuelta.

El reto para los petristas será monumental, pues tendrán que moverse en dos sentidos: convencer a un segmento de los votantes de centro, quienes le temen a Petro, de que a quien hay que temer es a Hernández; y convencer a los abstencionistas de que voten. El abstencionismo de esta primera vuelta fue similar a la elección pasada: la participación subió solo de 54.22 a 54.91%. Así, las posibilidades de Petro de obtener el triunfo en realidad bajaron con los resultados de la primera vuelta.

Es un hecho que, gane quien gane la segunda vuelta, habrá un cambio en la política que gobernará Colombia los próximos cuatro años, pero ambos candidatos necesitan del stablishment contra el cual votó una buena porción del electorado. Petro necesita consolidar alianzas para obtener los dos millones de votos que necesita para ganar y Hernández tendrá que aceptar los votos de las maquinarias y la política tradicional que tanto ha criticado. Con cualquiera de los dos candidatos, los políticos de siempre irán tras su tajada en la torta del próximo gobierno.

* Periodista colombiana, Investiga sobre conflictos, política y corrupción. (The Washington Post)


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