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Artes marciales mixtas, ¿carnicería o deporte?

Marcelo A Angriman *

«Fue una sensación aterradora”, balbuceó Tony Ferguson con su rostro desfigurado, al recuperar la memoria tras haber sido víctima de una violenta patada ascendente en su mentón, propinada por su rival Michael Chandler.


El aparatoso derrumbe del estadounidense de ascendencia mexicana y su retiro en ambulancia del estadio, poco se compadece con la euforia desbordante del público y el festejo alocado de su oponente quien, cual primate, celebró el KO golpeando su pecho subido a la jaula.


Las artes marciales mixtas (MMA) son la actividad de este rubro, que más ha crecido, comercialmente en los últimos años. Tienen su origen en los años 20 con el conocido ‘Vale Tudo’, siendo una combinación de diferentes disciplinas como boxeo, jiu jitsu, jiu jitsu brasileño, muay thai, judo, taekwondo, karate, kung fu, kickboxing y lucha.


Los combates regulares son a tres asaltos. Todas las peleas de título o estelares son de cinco rounds con una duración de cinco minutos y un minuto de descanso entre ellos.


Las formas de terminación de una contienda pueden ser por nocaut (KO); nocaut técnico (TKO): sumisión cuando el rival se rinde; o por decisión unánime, mayoritaria o empate.


UFC son las siglas de la Ultimate Fighting Championship, que es la compañía promotora y organizadora de combates de MMA más importante del mundo.


La exacerbación de la violencia y el disfrute por el daño que puedan provocarse los contendientes entre sí, es un costado sociológico digno de diván. Al punto que cabe preguntarse si las MMA son un deporte en sentido lato, por la carencia de un finalidad salutífera. Si el deporte debe, entre otras premisas, apuntar a la salud de quienes o practican, las artes marciales mixtas está en las antípodas de dicho fin, siendo su principal objetivo lesionar severamente al contrincante.


De tal suerte, las MMA son una actividad en la que la agresión física se encuentra autorizada por el Estado, sin que existan razones de orden público para convalidarla.
Enseñaba el civilista Santos Cifuentes que no resulta comprensible cómo, si el Estado reprime la lucha callejera o la riña con lesión, luego apoya la de los profesionales, muchos de los cuales quedan diezmados por el resto de sus días.


Pero hay un costado mucho más cruel que cierra la innegable seducción de las MMA y es el morbo que éstas despiertan. Observar a una persona tambalear, morder el polvo de la lona, ver sangre y sudor ante el griterío desencajado de la gente, es una escena dramática que, paradójicamente, embelesa a millones de personas que gritan desaforadamente mientras bajan con un trago de cerveza una jugosa hamburguesa.


De lo que no hay duda es que la pelea entre el espectáculo (televisación, publicidad y apuestas) y el deporte la viene ganando desde hace tiempo el primero.


Los razonables interrogantes que despierta esta disciplina cada vez que un luchador recala maltrecho en un hospital, son tan contundentes como los argumentos que sostienen que se trata de una actividad legal y que los peleadores son profesionales que saben a lo que se exponen.


Es justamente en la asunción del riesgo por parte de los contendientes adultos donde el Estado se despoja de todo criterio paternalista.


El dolo definido como intención de causar daño es en las MMA su elemento característico, mas sólo será sancionable jurídicamente cuando se viole notoriamente lo dispuesto por el reglamento de la disciplina.
En la salud y en el respeto por el otro, a mi humilde entender, está la esencia del deporte. Las MMA a pesar de los enormes eufemismos que se utilizan para edulcorarla, no honra dichos principios elementales, por lo que simplemente podremos referirnos a ella como una actividad meramente comercial de dudosa legalidad.


Con todo desparpajo la UFC publicita sus eventos con la frase ‘As real as it gets’ o su traducción “tan real como la vida”, como si la vida solo se redujese a una experiencia tan penosa y ruin.


Las MMA son una vuelta al circo romano. Mas las bestias ya no son leones o lobos, sino seres humanos que se asimilan a aquellos por su salvajismo. El mismo lobo del que nos habla Hobbes que se pasea por las calles del siglo, cebado y desafiante.


Podrá decirse entre copas que tratar seriamente este tema es propio de aguafiestas y que en definitiva todo se reduce a la cultura de cual o tal lugar. Es precisamente en ese momento en que recuerdo las palabras de Dante Panzeri cuando enseñaba: “El deporte es un juego y si deja de ser un juego, también deja de ser deporte. El deporte deja de ser tal, cuando empieza a ser una cosa seria”.


Para cerrar estas conjeturas, sin medias tintas recurro a Arturo Pérez Reverte, quien con su proverbial ironía, alguna vez dijo: “Prefiero reservar mis lágrimas para otras cosas que merezcan la pena. No para quienes convierten el riesgo en un espectáculo estúpido e irresponsable, olvidando que la vida real no es como las películas de la tele. La vida real es muy perra y mata de verdad; y cuando uno está muerto o tiene la columna vertebral hecha un sonajero, cling, cling, ya no hay modo de darle al mando a distancia y ver qué ponen en otra cadena. Y además, el mundo está lleno de gente que palma cada día en aventuras obligatorias que maldita la gana tienen de protagonizar. Gente que muere entre enfermedades, guerras y barbarie. Mujeres violadas y hombres macheteados como filetes, que con mucho gusto cederían su puesto en el espectáculo a toda esa panda de gilipollas que buscan adrenalina, arriesgando estúpidamente una vida preciosa cuyo manual de uso ignoran”.

*Abogado. Profesor Nacional de Educacion Fisica. Docente Universitario. angrimanmarcelo@gmail.com


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