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Adictos a la inmediatez: responsabilidad en la era de la dopamina

La era de la dopamina plantea un desafío para la sociedad moderna. Obligará a transparentar diseños, desarrollar mecanismos de protección como límites de uso, crear funciones para detectar conductas de riesgo y algoritmos menos adictivos.

Vivimos en un mundo en que la tecnología nos acompaña, pero también nos moldea. Los algoritmos de las plataformas digitales, redes sociales y aplicaciones de entretenimiento, están diseñados para captar y mantener nuestra atención, desencadenando un ciclo de recompensa en nuestro cerebro. Este fenómeno se conoce como “la era de la dopamina”, su diseño explota nuestros mecanismos cerebrales de placer y recompensa, generan un impacto profundo en nuestra salud mental y bienestar.

Antes, la dopamina se generaba a partir de interacciones y logros en el mundo real. En la socialización con amigos y familiares, que provocaban sensaciones de conexión y alegría; actividades al aire libre, que proporcionaban un placer genuino y físico, como así también los logros académicos y personales. Es más, al terminar de leer un libro se experimentaba una gratificación duradera y un sentido de propósito.

No resulta un dato menor que las personas que han desarrollado hábitos de lectura a lo largo de su vida, están mejor preparadas para enfrentar los cambios de la era digital, tienden a tener un cerebro más entrenado para la reflexión y el análisis.

Se ha demostrado que la lectura fomenta habilidades críticas, como la capacidad de análisis profundo, la concentración sostenida, el pensamiento reflexivo, la paciencia, y pueden manejar mejor la sobrecarga de información digital. Saber filtrar y priorizar datos de manera efectiva, muy útiles para adaptarse y responder a las complejidades de las nuevas tecnologías.

La cultura de la inmediatez, en la que crecen los jóvenes fomenta todo lo contrario, la falta de paciencia y la expectativa de respuestas rápidas, ya que un “me gusta” en una publicación de Instagram o un comentario positivo en Facebook proporcionan una descarga inmediata de dopamina.

Un adolescente, en lugar de buscar interacciones significativas en persona, puede pasar horas revisando su teléfono en busca de más validación digital. Ver videos cortos en TikTok o deslizar en aplicaciones de citas como Tinder genera un flujo continuo de pequeñas recompensas. Un adulto que antes disfrutaba de una conversación profunda con un amigo ahora puede sentirse más inclinado a ver una serie de contenido viral.

Hoy, pueden verse tanto adultos como adolescentes salir a caminar con el celular en la mano. Cada poco paso, detenerse para mirar la pantalla, revisar notificaciones, mensajes o redes sociales.

La mente atrapada en un flujo continuo de información y gratificación instantánea, se han hecho virales caídas y tropiezos por caminar mirando la pantalla. Aunque físicamente se esté en el lugar, la atención está fragmentada, la experiencia se ha vuelto superficial y menos satisfactoria.

La sobreestimulación de la dopamina puede disminuir la capacidad de disfrutar de las actividades cotidianas y llevar a una sensación de insatisfacción o vacío. Además de un impacto negativo en la capacidad de concentración y en las relaciones interpersonales, las interacciones virtuales comienzan a reemplazar las conexiones reales.

¿Quién es responsable? Es una pregunta compleja. Las plataformas tecnológicas han sido diseñadas intencionalmente para maximizar la atención de los usuarios, sus modelos de negocio dependen de nuestra permanencia.

Estas compañías son conscientes del poder que tienen para manipular nuestro comportamiento, lo que plantea un dilema ético y legal. Deberían ser responsables si se demuestra que sus algoritmos han causado daño directo a los usuarios, como trastornos de ansiedad, adicción tecnológica o problemas de salud mental. Sin embargo, probar esta causalidad en un contexto judicial no es tarea sencilla.

La era de la dopamina plantea un desafío para la sociedad moderna.

A nivel legislativo, obligará a la transparencia de diseño, el desarrollo de mecanismos de protección, como límites de uso, creación de funciones para detectar comportamientos de riesgo y algoritmos menos adictivos, proteger a los usuarios más vulnerables, como los niños y adolescentes.

Y a nivel personal, ser conscientes de nuestro uso de las tecnologías y buscar un equilibrio saludable.

Establecer límites de tiempo, practicar el uso consciente y promover actividades que no dependan de la gratificación instantánea son estrategias claves. Mitigar los efectos negativos de esta era de la dopamina.

Directora del Instituto de Derecho e I.A del Colegio de Abogados y Procuradores de Neuquén.


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