Operación delicada
A muy pocos argentinos les convendría mantener más años un sistema que ha mostrado ser incapaz de funcionar.
Puede que la «ley de déficit cero» sea nada más que otra manifestación voluntarista y que resulte imposible concretar los cambios drásticos que supondría su aplicación, pero por ahora cuando menos el presidente norteamericano George W.Bush, el premier británico Tony Blair y el jefe del gobierno español José María Aznar la han tomado por un punto de partida auténtico, de ahí la difusión de algunos detalles de aquella conferencia telefónica en que los tres coincidieron en la conveniencia de ayudar a la Argentina. Con todo, para decepción de muchos, no están pensando en enviarle miles de millones de «dólares frescos» con miras a aliviar la tensión social sino en pedirle al FMI que asegure que el país cuente con el respaldo financiero suficiente como para sentirse a salvo de los ataques especulativos. Lejos de querer ahorrarnos un ajuste que sin duda será muy doloroso, subrayaron que sus buenos oficios son consecuencia de la convicción de que en esta ocasión el presidente Fernando de la Rúa hará su parte, lo cual significa que si por la razón que fuera comienza a flaquear se concentrarán en intentar evitar que el «contagio» sea excesivo.
Los preocupados por el impacto tanto aquí como en el resto del mundo de un eventual colapso argentino se ven frente a un dilema difícil. Por motivos evidentes, no les atrae para nada la idea de contribuir a prolongar la vida de un orden sociopolítico que ha resultado ser inviable por depender de un subsidio internacional cada vez mayor. Sin embargo, tampoco quieren que la Argentina caiga víctima de una de las marejadas financieras o, si se prefiere, especulativas, que con frecuencia agitan las plazas mundiales al propagarse la noticia de que un país puede resultar incapaz de cumplir con sus obligaciones. Si la economía argentina se desplomara porque su clase dirigente no quisiera manejarlo con un mínimo de sensatez, sería muy poco lo que los demás podrían hacer por impedirlo; en cambio, si el mismo desastre se produjera, a pesar de que por fin los dirigentes hubieran tomado todas las medidas consideradas necesarias, a raíz de una suerte de lucha celebrada en «los mercados» entre apostadores deseosos de enriquecerse de golpe, se trataría de un precedente peligroso de connotaciones geopolíticas muy pero muy alarmantes.
No es nada fácil distinguir entre los dos factores, entre los frutos de la irresponsabilidad sistemática por un lado y las convulsiones especulativas por el otro, pero a menos que los que quieren que el desenlace del drama que está representándose sea feliz logren hacerlo la buena voluntad de los líderes de los países ricos resultará contraproducente. Aunque no lo entiendan los que se oponen a cualquier «ajuste», a muy pocos argentinos podría convenirles mantener intacto algunos años más un sistema que ha mostrado ser intrínsecamente incapaz de funcionar. Mientras la economía en su conjunto no aprenda a generar más recursos propios, lo cual serviría para reabrir las líneas de crédito que nos han sido cerradas, el Estado tendrá que conformarse con lo que consiga recaudar. Así las cosas, con default y devaluación o sin ellos, la alternativa al déficit cero no podría ser sino un aumento brutal de la presión impositiva directa e indirecta que, huelga decirlo, deprimiría todavía más la actividad económica y, por tanto, haría subir mucho más el nivel de desocupación y estallar una multitud de conflictos sociales nuevos. Claro, son muchos los políticos comprometidos con el orden existente que están procurando convencer a la ciudadanía de que en el fondo se trata de otro enfrentamiento de la Argentina contra el mundo externo o del «pueblo» contra «los mercados», de manera que no es necesario elegir entre un ajuste en serio y la asfixia del sector privado del cual depende la mayoría abrumadora de los habitantes del país.
Sin embargo, de imponerse los criterios de quienes piensan de este modo no habrá forma de impedir que el país se hunda en medio de una crisis que sería incomparablemente peor que la actual y que, es de suponer, pondría fin a la larga hegemonía de un establishment político cuyos muchos errores nos han llevado al borde mismo del abismo.
Puede que la "ley de déficit cero" sea nada más que otra manifestación voluntarista y que resulte imposible concretar los cambios drásticos que supondría su aplicación, pero por ahora cuando menos el presidente norteamericano George W.Bush, el premier británico Tony Blair y el jefe del gobierno español José María Aznar la han tomado por un punto de partida auténtico, de ahí la difusión de algunos detalles de aquella conferencia telefónica en que los tres coincidieron en la conveniencia de ayudar a la Argentina. Con todo, para decepción de muchos, no están pensando en enviarle miles de millones de "dólares frescos" con miras a aliviar la tensión social sino en pedirle al FMI que asegure que el país cuente con el respaldo financiero suficiente como para sentirse a salvo de los ataques especulativos. Lejos de querer ahorrarnos un ajuste que sin duda será muy doloroso, subrayaron que sus buenos oficios son consecuencia de la convicción de que en esta ocasión el presidente Fernando de la Rúa hará su parte, lo cual significa que si por la razón que fuera comienza a flaquear se concentrarán en intentar evitar que el "contagio" sea excesivo.
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