Obama y Trump

Redacción

Por Redacción

Mirando al sur

Barack Obama parece estar haciendo todo lo posible para que Donald Trump gane las próximas elecciones en Estados Unidos. Recientemente, en una columna en el diario “La Nación”, el periodista Andrés Oppenheimer señaló que, luego del ataque terrorista en Orlando, cometido por un fundamentalista islámico adherente a EI, la intención de voto a favor de Trump había crecido. La pregunta es: ¿por qué? La respuesta que sugiero es: porque Obama ha permanecido completamente pasivo frente al azote del terrorismo islámico. En su discurso en la universidad de El Cairo, en el 2009, a poco de su asunción, el presidente norteamericano Barack Obama prácticamente equiparó los valores de las tiranías del mundo árabe con las democracias occidentales, incluyendo la que él mismo preside. Mencionó a los terroristas como una excrecencia sin territorio ni ideología, quizás como invasores alienígenas de alguna serie facturada en Hollywood. No puso los puntos sobre las íes. No detalló que el terrorismo procede de los califatos, dictaduras y monarquías consustanciadas en todos los casos con el fundamentalismo islámico y la aplicación violenta y coercitiva de la sharia: la ley integrista que exige la sumisión de la mujer, el exterminio de los homosexuales, la conversión de los cristianos y la obliteración del pueblo de judío de la faz del planeta. En ese discurso, Obama equiparó los pecados de las democracias liberales, de apenas 250 años de existencia, con el intento de dominio del fundamentalismo islámico sobre el mundo, que lleva ya cerca de 1.000 años, desde antes del Imperio Otomano hasta la contemporánea teocracia chiita de la falsamente denominada República, pero sí fundamentalista, Islámica de Irán. Las similitudes son inexistentes; las comparaciones, peligrosas. La verdadera disyuntiva es si el presidente norteamericano realmente cree que la democracia es el menos malo de todos los sistemas hoy existentes o, por el contrario, sostiene que es equiparable a las tiranías. En este contexto, a Trump no le hace falta más que decir con todas las letras que el ejecutor de las víctimas inocentes de Orlando era un fundamentalista islámico, frente al bizarro silencio de Obama al respecto, para crecer en las encuestas. Fue precisamente un presidente norteamericano, Abraham Lincoln, quien dijo que no se le puede mentir a todo el mundo todo el tiempo. Y aun cuando el público norteamericano pueda disentir sobre cómo enfrentar al flagelo del terrorismo islamista, mayoritariamente quiere que su dirigencia al menos le informe sobre el origen de la amenaza, sus ejecutores y sus objetivos.

En mi falible opinión, Hillary Clinton no es influyente como candidata. Mediocre secretaria de Estado, tanto su ascenso a ese puesto como su parábola como candidata dependieron, igual que en nuestro castigado país, de ser la esposa del expresidente Bill Clinton. (No recuerdo otra elección norteamericana donde las alternativas hayan sido tan bananeras). Coherentemente, su buena o mala fortuna depende de ser la delfín de Obama. Si Obama no llama por su nombre al fundamentalismo islámico y no enfrenta con una estrategia definida a esta invasión o intento de conquista, su silencio y táctica de apaciguamiento ensombrecerán la candidatura de la señora de Clinton. El otro candidato es el inefable Donald Trump.

Hace ahora cuarenta años, las Fuerzas de Defensa de Israel rescataron a más de cien rehenes que habían sido secuestrados en un avión en vuelo y retenidos posteriormente en Uganda por terroristas alemanes y palestinos, secuaces de una organización terrorista islámica con disfraz de laica y revolucionaria, el Frente Popular para la Liberación de Palestina (una aliada oculta de la hegemónica OLP dirigida por Yasser Arafat). La ONU no fue por entonces todo lo empática que pudo haber sido con ese operativo que despertó la imaginación del mundo libre. Tristemente debemos decir que en los últimos cuarenta años no ha habido un golpe tan efectivo y decisivo contra el terrorismo fundamentalista islámico como aquel.

Equiparó los pecados de las democracias liberales, de apenas 250 años, con el intento de dominio del fundamentalismo islámico, que lleva ya cerca de 1.000 años.

La disyuntiva es si el presidente cree que la democracia es el menos malo de todos los sistemas o, por el contrario, sostiene que es equiparable a las tiranías.

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Equiparó los pecados de las democracias liberales, de apenas 250 años, con el intento de dominio del fundamentalismo islámico, que lleva ya cerca de 1.000 años.
La disyuntiva es si el presidente cree que la democracia es el menos malo de todos los sistemas o, por el contrario, sostiene que es equiparable a las tiranías.

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