Nobel, el premio culposo
Omar López Mato *
Escribió su testamento destinando su fortuna a los premios, sin distinción de nacionalidad, en distintas ramas del saber y entre aquellos que bregasen por la paz.
Alfred Nobel murió dos veces: la más conocida, la que hoy conmemoramos, el 10 de diciembre de 1896 y otra vez, en la ficción, en 1888.
Ya para entonces, Alfred Nobel era conocido en el mundo por haber inventado la dinamita, aunque esta fue sola una de las 355 patentes que registró en su vida.
Descendiente de una familia de ingenieros, tenía solo 9 años cuando su padre fue contratado para trabajar en Rusia donde él y sus hermanos recibieron una esmerada educación.
En 1857 obtuvo su primera patente para un medidor de gas. Tenía entonces 27 años.
En 1863, volvió a su Suecia natal donde continuó las investigaciones iniciadas años antes sobre explosivos.
Un año más tarde estallaba una bodega que usaba para la preparación de nitroglicerina, un explosivo desarrollado por Ascanio Sobrero. En esa oportunidad murieron cinco personas entre las que se encontraba su hermano menor, Emil.
Este luctuoso acontecimiento lo empujó a estudiar la forma de estabilizar explosivos para hacerlos más seguros.
Ese mismo año desarrolló un detonar de mercurio y, dos años más tarde, la dinamita que le ganó fama mundial.
Años más tarde inventó la gelignita, un explosivo aún más estable.
A pesar de tantos desarrollos, gran parte de la fortuna que pudo amasar a lo largo de su vida venía de la empresa familiar de explotación de minerales en el mar Caspio.
Una noble y la literatura
Paralelamente, Alfred desarrolló una intensa actividad literaria en la que se destacan sus poemas en ingles y su obra, Némesis, inspirada en la vida de Beatrice Cenci, una noble italiana que asesinó al padre que la acosaba.
Sin embargo, esta obra fue destruida por su familia por escandalosa y blasfema.
“Un solitario sin libros y sin tinta es en vida un hombre muerto”, solía decir Nobel en franca autorreferencia.
Hombre solitario, solo se le conocieron dos romances en su vida, uno de ellos con la pacifista Bertha von Suttner, una noble austríaca descendiente de una tradicional familia de militares. Se conocieron en 1876 cuando Bertha respondió a un aviso por el que Nobel buscaba una secretaria.
La relación laboral fue breve, pero ambos mantuvieron un prolongado intercambio epistolar que duró hasta el fin de los días del ingeniero.
Su libro, “Abajo las armas”, se convirtió en un hito de la carrera pacifista de Bertha.
En una carta dirigida a Nobel, en 1893, lo insta a crear un premio para aquellos individuos que promovieran la paz.
Por tal razón, Bertha von Suttner fue candidata al premio creado por su amigo desde 1901, aunque recién recibió el galardón en 1905.
“El mercader de la muerte”
Para entonces Nobel había muerto dos veces.
En 1888 falleció su hermano, pero un periódico creyó que el occiso era Alfred y lo llamó: “El mercader de la muerte”, un hombre que se había hecho rico encontrando “formas de matar más rápidamente a la gente”.
Esta descripción conmocionó a Alfred quien reflexionó sobre la forma en que sería recordado por la historia.
Por esta razón escribió su testamento destinando su fortuna a los premios que anualmente se distribuían, sin distinción de nacionalidad, en distintas ramas del saber y entre aquellos quienes, como su amiga Bertha, bregasen por la paz entre los hombres, aunque expresó su escepticismo en cuanto a su resultado (cabe destacar que Adolf Hitler, Stalin y Mussolini fueron candidatos para recibir este premio). Nobel pensaba que sus poderosos explosivos podrían tener un valor disuasorio más importante para lograr la paz.
Nobel murió en San Remo, Italia, por una hemorragia cerebral.
Un elemento, el nobelio y un cráter en la luna llevan el nombre de este hombre que murió dos veces, que instauró el premio más apetecido por científicos, literatos y políticos y que afirmaba, a pesar de la enorme fortuna acumulada, que “la satisfacción es la única riqueza verdadera”.
*Médico, investigador de la historia y el arte y director del sitio historiahoy.com.ar
Journalism Trust Initiative Nuestras directrices editoriales
Comentarios