Chile: nada estaba “bien atado”

Tras casi 50 días de estallido social, el país vecino sigue debatiendo aún la salida a la crisis. La política demora respuestas y el poder real sigue desconectado de las demandas de la calle, según pudo comprobar “debates” en una visita a Santiago.

Santiago de Chile. Plaza Italia. Cae la tarde. El escenario muestra las huellas del jadeo social, político y económico que serpentea todo el país desde hace más de un mes.

“¿Sabe lo que pasa en Chile?”, pregunta la joven chilena a quien escribe estas líneas…

“Que la gente le dice al gobierno, al poder, a los que siempre mandan, que se han pasado añitos y añitos disimulando, haciendo pasillo, mirando… para aquí y para allá, pero sin detenerse a ver lo que pasa aquí o allá… Y claro, ahora cuenta aquello de Bob Dylan… ¿cuántas veces puede un hombre volver la cabeza fingiendo no ver nada?. Ahorita se les acabó el disimulo, no va más el disimulo”, dice la joven, y se aleja mochila al hombro y con una maqueta de barrio de madera balsa. Estudia arquitectura.

Y sí, de golpe la noche. En Chile, el sistema de poder real, el decisivo, que determina de mil maneras el día a día a la sociedad, está esmerilado por muevas realidades. Inesperadas. “¿Cómo fue posible esto?”, parece preguntare esa estructura de mando, organización. Mucho del ejercicio de ese poder se está marchando por la canaleta de la historia. Y a cuentagotas, ese poder asume que en el ejercicio del poder, nada está adquirido para siempre.

Lo dice la historia. Simplemente la lectura desapasionada de la historia.

A metros de la joven que recuerda a Bod Dylan, un universitario despliega una cartulina blanca, ajada de tanto marchar, de querella en querella. Estampada en letras rojas, una sentencia. Con dificultades dado el balanceo de la multitud, se lee: “El poder nunca retrocede, salvo cuando enfrenta un poder aún mayor”. La reflexión suena a Malcolm X. Pero también ancla en un Mayo de París que se eterniza en la historia. El mayo del “Corre compañero, la vieja sociedad está detrás tuyo”. O “Manda el adoquín”.

“Aquí en Chile, el adoquín se llama adocreto”, dice un carabinero de humanidad desfigurada de tanta armadura antimotines. Dada la tensión que gobierna al área, se muestra amable. Didáctico. Su blindaje tiene algo de samurái, pero el bastón de caucho duro reemplaza a la katana. Está junto a un vehículo que luce heridas de largos entreveros. En sus laterales, el escudo de la fuerza. Con la consigna unificadora, la misión que cohesiona: “Orden y patria”. Todo en letras doradas. Pero dorado de futuro incierto de cara al tiro jaleo que vive Chile.

Pero a hoy, ¿qué está denunciando la crisis que vapulea a Chile, su sistema de poder?

Al menos dos cuestiones:

La parálisis, en materia de interpretación de lo que sucede, de sus razones, causas, que afecta a todo ese sistema. Desde la política, nada. Repliegue difusas manifestaciones de solución a los problemas que alentaron salir a la calle a millones gentes. El gobierno está maniatado. La oposición otrora vetusta -la que conformó la Concertación-, maniatada. Unos y otros sin liderazgos. Ojos muy abiertos. Entre ambos laterales se desploman en imagen: 12% promedio. Lo más activo del gobierno se centra en ajustar los mecanismos de represión. Sí, es cierto, hay “minorías” que no son tan minorías a la hora de los saqueos que se manejan con designios propios. Ajenas a los que sustentan la mayoría de las protestas. Los saqueos mezclan de todo. Desde el anarquismo, o algo parecido, a las marginalidades generadas por el propio sistema político y económico. La vocera de la administración de Sebastián Piñera -Karla Rubilar- pasa horas denunciando el aliento que desde narcotráfico reciben los saqueadoras. “Tenemos pruebas”, dice. Pero no las presenta.

Otra pata del esquema de poder, los sectores hegemónicos, se han replegado a defender sus activos. Miran. Se lamentan. Pero todo desde la plasticidad que siempre tienen estos planos para interpretar y manejar los vientos de despliega la historia. Bandazos de a babor a estribor. Porque en estos niveles del esquema de poder lo moral suele ser muy poco exigente. Pero hay otra parte del sistema económico que no tiene tiempo para especular. La integran más de 30.000 pymes y miles de comercios y sectores de servicios. Cuando no saqueados, blancos de la acelerada caía de la economía del país. Su crecimiento se desploma a velocidad uniformemente acelerada. Estos planos de la economía están solos ante la dialéctica con que se proyecta la crisis. “Solos y sin ánimo de cueca”, se suele escuchar por estos días en la calles de Chile.

Y otra cuestión. En Chile ha emergido con virulencia una grieta que siempre existió, desde el fondo de la historia del país. Pero hoy dejó de estar latente y está en el relato cotidiano de la vida del país. La segregación, clasista o quizá racista, que expresan planos sociales dominantes. En ligera lectura: una clase media con posibilidad ascendente, una clase media mejor situada y la clase alta. Blanco de la discursividad y conductas de estos sectores: mayorías integradas por condicionamientos económicos para mejorar esperanza, situaciones. La sociedad chilena siempre mostró una sólida jerarquización. Para el poder, el roto siempre era un roto. Y un distinto era un distinto con derechos menguados, dosificados. Un sistema de dominación que hasta la actual crisis, se evidenciaba atenuado. No desaparecido.

Sistema que -como suele señalar el argentino Santiago Kovadloff-, siempre sirvió al poder “para reforzar las propias creencias”. En las primeras semanas de la crisis en desarrollo, clases medias en sus distintas variantes y los sectores mayoritarios fueron un solo corazón. Como en el abrazador diciembre del 2001 y su consecuente enero en la Argentina: las clases medias porteñas salían a la calle con jarras de agua y limones. Todo para saciar la sed de los sudorosos piqueteros y sectores populares que bajaban rumbo a Plaza de Mayo. Dos meses después, cuando la política ya caminaba a superar la crisis, los sudorosos molestaban. ¿Quiénes son?, ¿qué quieren? En Chile, cuando del seno de la protesta emergieron los saqueos y cuestionamientos radicales a situaciones de poder, lo mismo.

En Chile llaman “oasis” a los lugares donde viven el poder y las clases con aspiraciones de ser poder. Son lugares con verde, mucho verde, todos los servicios. Oasis por inversión pública. Y los shopping o el mall (como le dicen acá) claro. Por ahí pasa hoy mucho de esta colisión o fractura social. Están cuando no acechados, violados. Vale aquí un recuerdo sobre un digno intelectual argentino ya muerto: Pedro Orgambide. En su libro -su último libro- “Diario de la Crisis” (por la del 2001), reflexiona: “En el shopping se apagan los ecos de la realidad exterior y uno entra en la realidad virtual de un mundo apacible y confortable, despojado de fealdad. Allí la pobreza es una intolerable intrusa. En el shopping no hay conflictos sociales. Quienes no pueden comprar pueden caminar por sus pasillos. No está prohibido. El personal de vigilancia se ocupará que la familia-tipo se sienta cómoda, libre de acechanza”. Pero en los mall de Chile, como en otros espacios de contacto de distintos planos sociales, se escucha, en medio de una protesta: “¡Vete a tu puta población, conch’e’tu madre!”…

En fin, a diferencia de aquello muy español de tiempos del franquismo, en Chile las cosas no estaban “atadas y bien atadas”, como parafraseó alguna vez el general Pinochet antes de dejar el poder, hablando de una obra que hoy tiene fecha de vencimiento: la Constitución de 1980.


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