Me quejo de todo y de tanto que me canso de quejarme
En plan de ver la parte mala, podemos hacer una larga lista de cosas defectuosas, o de objetos que en lugar de facilitarnos la vida, la vuelven compleja. Una larga -y simpática- lista.
Yo, consumidor, de todo me quejo, hasta de los Libros de Quejas. ¿Dónde están? ¿Sirven para algo? ¿Alguien los lee? Me quejo porque hay pequeños detalles que por un ratito me amargan la vida cotidiana. Ejemplos hay muchos:
Me quejo de los envases de champú y de acondicionador para el cabello porque tienen la letra muy chiquita y cuando me estoy bañando no puedo distinguir uno del otro. Me quejo también porque no los puedo asir y se me resbalan de las manos, son más resbalosos que un pescado.
Me quejo de los sifones porque el primer chorro sale tan fuerte que hace todo un enchastre. Y me quejo porque a la mitad del contenido se quedan sin gas. Y para extraer lo que queda debo achurarlos con un cuchillo.
Me quejo de los corchos largos de las botellas de vino que se resisten a ser extraídos o se deshacen en pequeños pedacitos que boyan en la superficie del líquido.
Me quejo de las botellas de sidra, ananá fizz y similares, porque para destaparlas hay que hacer un curso o recurrir a algún utensilio filoso para cortar la tapa de plástico (cuidado con cortarse la mano). Extenuado uno queda y demorado para el brindis.
Me quejo de los corchos de las botellas de champagne que a algún distraído le pueden sacar un ojo o hacerle un chichón.
Me quejo de los rollos de papel higiénico a los que nunca se les encuentra la punta de tan pegada que está, ídem de las servilletas de papel. Por otra parte ¿Quién cuenta los metros que cada rollo contiene?
Me quejo de los fósforos de madera que por más que uno los raspe como loco se resisten a prender. ¿Habrá 222 en cada caja o les falta algún patito?
Me quejo de los encendedores que a la tercera vez que se usan se rompen. Y de los que son recargables pero es imposible que le entre un suspiro de gas butano.
Me quejo en la verdulería de las bolsitas camiseta que están tan pegadas que ni un mago las puede abrir. Por otra parte me quejo porque están prohibidas, pero pocos cumplen con la ley.
Me quejo de las latas de conservas que uno tira, tira y tira de la manijita pero nada, nada y nada.
Me quejo de los paquetes de galletitas que uno jala de la cintita roja pero como no se abren nunca debo recurrir al tramontina.
Me quejo de las botellas de gaseosas que a la mitad se quedan sin gas y que para abrirlas hay que conseguir una llave stilson.
Azúcar, la archienemiga secreta de la piel
Me quejo de las tapas siempre pegadas de los frascos de mermeladas y dulces. De los envases de detergente que tienen el agujero tan grande que sale un chorrazo, a pesar que se promociona que con una gotita basta y sobra.
Me quejo de los saleros que cuando uno gira la tapa o no sale nada o sale un torrente. Y me quejo de los envases de aceite porque siempre manchan el envase.
Me quejo de los paquetes de algodón que cuando uno los abre todo el contenido se desparrama muy orondo. Y de los apósitos que no pegan nada.
Me quejo de los papeles que envuelven caramelos y pastillas porque poder despegarlos es una tarea inútil y desgastante.
Me quejo porque hay libros que cuando los abre para leerlos se deshojan todo como un árbol en otoño. Y más me enojo cuando tienen la letra tan chiquita que ni siquiera con lupa se pueden leer.
Me quejo porque el señor Movistar desde el 011 no me deja estar tranquilo y llama a cualquier hora prometiendo el oro y el moro.
Me quejo por las tandas publicitarias muy largas y porque ofrecen medicamentos para todas las dolencias.
Me quejo de los cajeros automáticos porque cuando funcionan a veces se tragan la tarjeta.
Me quejo por la ausencia de baños públicos y porque siempre los que están disponibles invariablemente están muy sucios y encima te cobran.
Me quejo de los peajes, de la falta de numerario, de los baches en las calles, de los derrames de líquidos cloacales.
Me aquejan las ganas de quejarme y me quejo de tanto quejarme.
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