Maristella Svampa: “En Argentina hay mucho analfabetismo ambiental”

La socióloga allense Maristella Svampa acaba de publicar junto a Enrique Viale, “El colapso ecológico ya llegó”, libro sobre el que habló con RÍO NEGRO

Maristella Svampa plantea en “El colapso ecológico ya llegó” un cambio hacia otro tipo de sociedades, solidarias y resilientes.

“Hemos tocado los límites naturales y ecológicos del planeta”, señala Maristella Svampa en diálogo con RÍO NEGRO. La socióloga, investigadora superior del Conicet y profesora de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) ha escrito, junto al abogado ambientalista Enrique Viale, “El colapso ecológico ya llegó”, publicado este mes por Siglo XXI: el título del libro resulta más una advertencia que un diagnóstico.

El trabajo de Svampa y Viale realiza un recorrido fino y riguroso de los actuales conflictos socioambientales en la Argentina. Lejos del paralizante discurso “distópico del fin del mundo”, el libro es una apuesta al debate sobre las posibilidades de un gran pacto ecosocial y económico, un Green New Deal Global.

P- Comencemos por la premisa del título: ¿si el colapso ecológico ya llegó, no llegamos tarde a la discusión? ¿Tarde para evitarlo, o a tiempo para revertirlo?

R- Hemos tocado los límites naturales y ecológicos del planeta. Naturales, porque los bienes no son infinitos. Y ecológicos, porque los impactos de la explotación y apropiación actual de los bienes naturales y la destrucción de ecosistemas amenazan la reproducción de la vida. En el libro utilizamos el concepto de antropoceno, terricidio, para dar cuenta de este límite. El año pasado 11 mil científicos firmaron una carta advirtiendo que las consecuencias del calentamiento global eran mucho más graves y aceleradas que las calculadas originalmente. Hubo alarmas, con los incendios: el de la Amazonia, en Australia, Estados Unidos, los incendios recurrentes en la Argentina en el Delta, los incendios intencionales en Córdoba y otras provincias que esconden negocios inmobiliarios detrás.

Enrique Viale y Maristella Svampa, autores de“El colapso ecológico ya llegó”.

El planeta ha estado dando señales muy claras de que hemos cruzado un umbral y que se necesitan medidas drásticas y no meros manifiestos de buenas intenciones como se ha venido haciendo. La pandemia agrega una capa más a esta crisis socioecológica, porque tiene causas socioambientales, está asociada a los modelos de desarrollo altamente insustentables que destruyen el planeta y liberan estos virus zoonóticos que saltan de los animales al ser humano, que tienen potencial pandémico. Sin embargo, todo pareciera indicar que se sigue pisando el acelerador hacia el colapso ecosistémico. Nuestro libro lleva un título que instala un diagnóstico, pero no somos partidarios del colapso, de las narrativas del fin. Por eso el libro también aborda una apuesta hacia otro tipo de sociedades, solidarias y resilientes, que apuestan por la vida: la idea de que otra salida es posible. No hay vida sin mundo.

P- Semejante proceso de transformación, indica su libro, requiere cambios a nivel filosófico, jurídico, social, económico. No parece un proceso muy rápido de lograr.

R- Es el gran dilema que vive la humanidad y pone en juego al planeta. Lo que hay es un acoplamiento dramático entre los tiempos geológicos, que son tiempos largos, y los tiempos sociales, que son tiempos más cortos. Es un dilema porque nuestra cultura moderna se ha caracterizado por instalar paradigmas binarios, entre ellos la división entre sociedad y naturaleza. Hoy muestra claramente su fracaso, inclusive esta pandemia lo demuestra, al revelar la relación de interdependencia de la naturaleza con los seres humanos: lejos de ser el ser humano un individuo autónomo llamado a controlar la naturaleza, su característica es la interdependencia. Es necesario rever las bases de nuestra cultura occidental, apelar a otras narrativas, enfoques relacionales que el feminismo, los pueblos originarios han alentado desde los márgenes y hoy cobran más relevancia.

El planeta ha estado dando señales muy claras de que hemos cruzado un umbral y que se necesitan medidas drásticas y no meros manifiestos de buenas intenciones”

Maristella Svampa

En esa línea nadie dice que será fácil salir de esa encerrona en la que se encuentra la humanidad, mucho más dado el carácter complejo de nuestras sociedades y su dependencia de energías fósiles, que hoy son responsables de los gases de efecto invernadero. Pero todo indica que no hay muchas opciones, o bien la humanidad acelera el colapso ecosistémico de la mano de ese modelo de desarrollo, más extractivismo, más capitalismo de caos, o por el contrario resuelve a nivel global desandar el camino y avanza en una transición socioecológica que tiene que ser integral: energética, productiva, urbana, tiene que revertir las relaciones entre el norte y el sur global… sin duda, es un desafío y nadie puede decir que el camino será lineal ni fácil. Pero es la única vía posible.

P- El libro cierra con una hipótesis: el cambio no saldrá de las elites políticas y económicas, sino de la movilización desde abajo. ¿Prevé un camino pacífico, articulado por organizaciones, el diálogo, o de movilización efectiva, de revuelta popular intensa?

R- Desde abajo hay cada vez más movilizaciones, cada vez más consciencia de la necesidad de desarrollar un protagonismo confrontacional en las calles para exigir un cambio drástico. Si hay algo que quiebra nuestro pesimismo es la emergencia del protagonismo juvenil, que siguiendo la estela de la acción de Greta Thunberg se lanzó a las calles exigiendo cambios y marcando la responsabilidad de no haber cumplido con el pacto intergeneracional, porque el mundo que les dejamos, el del presente, está en llamas, literalmente. En la Argentina, los protagonismos juveniles se han revelado como muy importantes -más potentes que en otros países latinoamericanos-, porque no se sientan sobre el vacío, sino que potencian las luchas preexistentes contra la minería a cielo abierto, contra el fracking, los agrotóxicos, el desmonte, en defensa de los humedales, acompañando a los pueblos originarios, colocando en la agenda política y pública esos temas. Esa es la generación que tiene la gran posibilidad de asumir ese desafío de que la casa está ardiendo.

P- La falta de voluntad política parece, según su trabajo, indiscutible. Ahora, ¿falta igualmente consenso cultural, consciencia social generalizada?

R- En la Argentina hay mucho analfabetismo ambiental. En todos los sectores, pero principalmente en las élites políticas y económicas. No sólo hay intereses, que se alinean detrás de los lobbies empresariales, minero, sojero, ganadero, inmobiliario, etc., sino también mucha desinformación, indiferencia, ceguera epistémica. Las demandas ambientales molestan, irritan, porque cuestionan el credo desarrollista, productivista: cuestiona el modelo de desarrollo que se consideraba la vía única para obtener el progreso de la sociedad. Eso ya no es válido.

Se persiste en ese ideario desarrollista, sin tener en cuenta las consecuencias que implica tomar el diagnóstico de crisis socioecológica y crisis climática. Es como cuando Alberto Fernández se reúne con los jóvenes y les dice que él va a apoyar las demandas ambientales, que está a favor de todo eso, y 20 minutos después tiene otro Zoom con el Consejo de las Américas y llama a los inversores a invertir en minería, en agronegocios. Detrás de eso hay una profunda ceguera epistémica y un gran analfabetismo ambiental y una negación a aceptar las consecuencias de hacer el diagnóstico de crisis ambiental. No sólo las élites políticas y económicas: las ciencias sociales y humanas han sido tradicionalmente indiferentes o bien, dentro del campo progresista, porque saben que tomar en cuenta los problemas socioambientales, cada vez más graves y diversos, conlleva cuestionar no sólo un ideario desarrollista sino también las adhesiones políticas que lo sostienen. No nos cuestionamos nuestros propios credos, es más fácil, pero la crisis actual requiere hacernos el cuestionamiento. Si no, se es cómplice de esta aceleración del colapso.

P- En el libro, las críticas a lo que ustedes llaman neoliberalismo parecen más sencillas de realizar. Pero es más interesante la idea que ustedes hacen de un “progresismo selectivo”: gobiernos que supuestamente defienden la justicia social -en el discurso o en la práctica-, no defienden la justicia climática.

R- Cuando hablamos de progresismo selectivo lo que decimos es que asistimos a una experiencia en el pasado en la cual el discurso de derechos tomaba algunos derechos, sociales, culturales, sexuales, pero dejaba otros derechos que cuestionaban el modelo de desarrollo, como los derechos ambientales y los reclamos de los pueblos originarios. No podemos ser progresistas sosteniendo un discurso selectivo en términos de derechos. ¿Se puede ser feminista y defensor de los derechos sociales, sin defender los derechos ambientales? Creo que hay una parte del progresismo argentino que ha comprendido la necesidad de ampliar esa agenda y otra parte que no, que sigue lineal en su visión economicista, productivista, con esa suerte de esquizofrenia, hablando del Green New Deal, pero hablando de uno con más minería y más soja. Hay mucha negación porque los saca de su zona de confort y los pone ante el desafío de conciliar justicia social con justicia ambiental. Sabemos lo que piensan las derechas, no tienen un discurso de derecho en estos temas, nosotros discutimos con sectores del progresismo y las izquierdas.

Las demandas ambientales molestan, irritan, porque cuestionan el credo desarrollista, productivista”

Maristella Svampa

Con Macri no había forma de discutir una agenda. Yo espero que en el marco de este gobierno se pueda instalar un debate. Me temo que parece una ilusión, a la vista de dos temas: por un lado, las presiones sobre la ley de protección humedales, y que al gobierno no parece interesarle; y, por otro, la idea de instalar megafactorías de cerdos, en un momento en el cual hay pandemia, que muchos estudios demuestran que tienen que ver, entre otros temas, con la cría de animales a gran escala.

P- Señalan a la Argentina como “un laboratorio a cielo abierto” de todo lo que parece llevarnos al colapso: monocultivo y expansión de la frontera sojera; megaminería; explotación de energías extremas como el fracking; megarrepresas, y expansión del extractivismo urbano. Pero se trata precisamente de los sectores apuntados desde la política para cualquier idea de desarrollo productivo, económico. Para generación de empleo. ¿Cómo es posible pensar en una transición en un contexto de crisis total y contra los sectores señalados para cualquier recuperación?

R- La transición no es fácil y no es lineal. Yo estoy de acuerdo con impuestos a las grandes fortunas, ¿por qué no invertir en energías limpias? Cuestionamos el modelo productivo del agronegocio, del monocultivo, que es el problema socioambiental más importante del país, ligado con el impacto del glifosato, la desforestación, el desmonte, el acaparamiento de tierras, traslado de población del campo a la ciudad.

Es necesario encaminarnos a un modelo productivo sano. La agroecología ha mostrado que es algo más que una moda, es una ciencia, se afirma en una producción sin agrotóxicos, que implica otro uso de la tierra y una propiedad más distribuida de la misma, una agricultura con agriculturas. Y es un movimiento social que va creciendo en todos lados. Inclusive la relocalización en pequeñas ciudades de tamaño más limitado implicaría una desconcentración urbana que requerimos. El 80% de la población en América Latina vive en ciudades, cuando el promedio a nivel mundial es del 52%. Y en Argentina es 91%, con fuerte concentración en el AMBA.

Es necesario una transformación, pero una transformación radical. No quedarnos en medias tintas, con meros proyectos reformistas que terminan por no cambiar nada. La crisis exige una apuesta radical, que no es otra cosa que una apuesta por la vida. El pacto ecosocial que proponemos es un pacto con la naturaleza, y creemos que hay cada vez más sectores sociales dispuestos a dar ese paso, que no quieren apostar al colapso, la distopía global. Esta es la oportunidad para hacerlo, probablemente no haya otra.

P- Una reducción del metabolismo social, lo cual implicaría vivir con menos materia, con menos energía, con menos consumo. ¿El consumo no es lo más difícil de renunciar? ¿Es posible existir como especie sin destruir a largo plazo? Para la vida el consumo es inevitable y el crecimiento de la humanidad también.

R- El perfil metabólico de nuestra sociedad es insustentable, por donde se lo mire. No sólo el modelo de consumo, sino el de los desechos, además de la apropiación de los bienes naturales. Es necesario cambiar. En los últimos 30 años cambió el régimen alimentario a nivel global: pasaron a tener un rol fundamental las grandes transnacionales, que fueron avanzando en los territorios, ocupando las tierras, con modelos del agronegocio en el cual se utilizan tóxicos, se deforesta, se destruyen ecosistemas, y esos mismos alimentos devienen tóxicos para la salud de los seres humanos. Es algo que se instaló en los últimos 30 años, no en los últimos dos siglos. ¿Es posible desinstalarlo? Nosotros creemos que es la única vía, pero nada indica que esto será fácil, sobre todo teniendo en cuenta que el aumento de la población impulsó el aumento del metabolismo social. Pero si bien el agronegocio controla el 75% de las tierras, todavía sólo provee el 25% de los alimentos a la población. Mientras que los otros sectores, pequeños y medianos productores, campesinos, con el 25% de las tierras producen el 75% de los alimentos. Eso nos hace sospechar que es posible la inversión del modelo. No es cierto que el modelo agroalimentario global esté alimentando al mundo. Lo que está generando son cuerpos tóxicos, cada vez con más problemas, y está invadiendo cada vez más los territorios destruyendo los ecosistemas.


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