María Furnari: “La cocina para mí es un gran laboratorio de lo cotidiano donde los sentidos están expuestos y dispuestos»
La artista y cocinera, quien reside en Córdoba, fue seleccionada de entre 4000 participantes para el Premio Adquisición de Artes Visuales 8M con su obra “Ollazas Libertarias y su altar de los deseos".
Por Victoria Rodriguez Rey (@victoriarodriguezrey)
“Mi cocina es pequeña…», dice María Furnari. Como toda artista, desarrolla una sensibilidad indirectamente proporcional al tamaño de su cocina. Sucede que María no mira sólo desde su cocina, sino desde las cocinas de los comedores barriales y escuelas, desde las ollas populares que en la calle insisten y resisten. María Furnari es artista visual y cocinera, o al revés, o las dos cosas al mismo tiempo. Vive en Córdoba y desde muy pequeña a través de su abuela conoció la magia que sucede dentro de ese gran laboratorio cotidiano. “A la cocina la entiendo como el territorio en donde existe una identidad, una cultura, una política y una manera de hacer, de cocinar y macerar el arte que transforma», explica la artista. Entre 4000 participantes fue seleccionada para el Premio Adquisición de Artes Visuales 8M con su obra “Ollazas Libertarias y su altar de los deseos”.
Una olla no es simplemente una olla. Una olla como arqueología de nuestros tiempos, podría comunicar sobre qué entra allí, cómo sucede, quiénes cuidan de ese caldero, por qué lo hacen. De los restos de cacharros que perduren posteriores a estos tiempos, se construirá un fragmento de lo que será la historia. Y verán, que al interrogar al alimento se interpelará lo colectivo, lo político, lo cultural y así poder completar el cuento.
En esta entrevista, María Furnari, explica sobre el abordaje artístico de las cocinas, la importancia de los sonidos que allí suceden y el rol político de las mujeres en este espacio.
¿Cómo es eso de abordar la alimentación desde el arte?
“Además de cocinar, doy talleres, talleres de cocina, arte y política. Comencé a darlos en espacios de encierro, en neuropsiquiátricos. Trabajo con locas y locos armando un hermoso taller de cocina. En este espacio pude encontrar una sensibilidad única que me conmovió y movió a seguir investigando sobre lo que sucedía en esas cocinas de esos hospitales o instituciones. No en las cocinas propiamente de esos espacios cerrados, sino en las cocinas que cada uno traía y nos encontramos para compartirla. Desde ahí todo un devenir. Los platos más locos, más sabrosos, más coloridos que he imaginado, y desde ahí también el arte. Encontrar la cocina como un lugar hipersensible, donde suceden los lazos más estrechos entre los seres humanos. Desde los más abundantes, hasta los más abandónicos.”
“La cocina para mí, como artista visual, es un gran laboratorio, un laboratorio de lo cotidiano. En ella los sentidos están expuestos y dispuestos. Hay un cuerpo que está siendo atravesado por esos sentidos y hay una memoria que tiene ese cuerpo. Y todo eso sucede en la cocina. En la cocina nos encontramos con objetos, que nos hablan todo el tiempo, con olores, con sabores. En la cocina nos encontramos con nuestra intimidad. Es una intimidad que a la vez estamos compartiendo con otros. Aquella intimidad que vamos a sacar muchas veces a la luz. Es el espacio donde nos encontramos pensando, donde podemos hablar solas, donde muchas veces abrazamos, donde hemos llorado. Y también es aquel lugar donde podemos sacar aquello que teníamos guardado. Todo el tiempo se va transformando lo que va sucediendo en la cocina. Desde ese espacio yo me encuentro con el arte. Y desde ese espacio hago la puesta en escena. Es un lugar que habla del cuidado, de una política del cuidado, de una política de las mujeres y el cuidado, un territorio donde se encuentra lo imprescindible como lo olvidado, eso es. Desde ahí uno la alimentación con el arte. Claro que también lo uno desde un lugar político. No puedo dejar de pensar el arte como un lugar político. El arte es político hasta cuando no está diciendo nada. Y la cocina es un lugar político, es el lugar cotidiano más político que encontramos. Desde ese lugar encuentro otras cocinas, que tiene que ver con las cocinas cotidianas que también son muy políticas, esas cocinas que salen de los lugares establecidos, que salen de las casas. Esas ollas comunitarias, populares, que comienzan a manifestarse, esos comedores que comienzan a llenarse de solidaridad, de amor, de hambre de dolor. Creo que la cocina tiene ese poder de transformación y de memoria también. Es un lugar donde sucede, la vida sucede. Es un gran plato sociológico, filosófico, cultural, político, social y la cocina es ese gran medio que tenemos para comunicarnos con la vida, a pesar de la muerte, siempre con la vida. Y eso para mí es una acción, que tiene que ver con el arte, que me moviliza, me conmueve y que me da ganas de compartir a través de una acción performática, de una escritura”.
¿Qué suena en las cocinas?
“Las cocinas tienen diferentes sonidos, por lo menos para mí. Hay diferentes cocinas. Esto es una obviedad, pero es así. A veces es necesario hablar de las obviedades, de hecho, por mucho tiempo, la cocina ha sido algo obvio, por eso se ha naturalizado. Y por eso también la han dejado en un lugar casi relegado, casi domesticado».
“Las cocinas tienen diferentes sonidos. No es lo mismo la cocina que se genera en un movimiento social, popular, comunitario, como ollas populares, como comedores comunitarios, como las domésticas, por ejemplo. Creo que las cocinas tienen los sonidos que nosotros vivimos y que podemos escuchar. A la vez creo que hay un sonido que está instalado por un sistema, el capitalista, y que nos dice qué queremos comer, qué deseamos comer. Aquellos sonidos que vienen machacando dentro de nuestro sistema auditivo, nuestra memoria, queriendo aplacar otra memoria que tenemos. Aquella memoria que nos cuenta de dónde venimos, de nuestros orígenes, de los inmigrantes, de los pueblos originarios. Hay sonidos que nos dicen que comiendo tal o cual comida seremos felices, estaremos más sanos, son cocinas que dogmatizan, domestican. Son sonidos que hacen interferencia en nuestras cocinas y en nuestras subjetividades, como un ruido de estática, entre lo que queremos realmente y lo que nos van diciendo que tenemos que hacer para vivir».
“Creo que esos sonidos son muy difíciles de aplacar y que se encuentran en todas las cocinas, pero no imposible de acallarlos. Por eso cuando se silencian esos sonidos, apagamos eso que interfiere y prendemos nuestros propios sonidos empezamos a vernos desde nuestro propio ser. Comenzamos a descubrirnos con otros sonidos, de nuestros cuerpos, nuestras cocinas y nos vamos encontrarnos con lo que realmente deseamos, en la medida de lo posible. Poder así, decidir conscientemente buscarnos en nuestros propios sonidos, en nuestro ser para que esas decisiones nos lleven a ser soberanos en nuestra alimentación”.
¿Cuál crees que es el rol de las mujeres en las cocinas?
“Hoy por hoy creo que el rol de la mujer en la cocina tiene que ver con el empoderamiento. Con un lugar potente, con una potencia política muy fuerte. La cocina ha salido de su lugar cotidiano. La cocina es un espacio de asamblea, es un lugar de encuentro, de conversación, de unión. La cocina se ha convertido en un espacio muy importante, en un espacio amoroso y vital. No porque antes no lo haya sido, siempre lo fue, pero ahora es vital porque se empodera dentro de esa vitalidad, se reconoce dentro de esa vitalidad. Y ahí aparece esa política del cuidado, que a la vez es muy mal paga o impaga. Las mujeres salimos a trabajar afuera y volvemos a trabajar adentro. Salimos a buscar el sustento y volvemos a alimentar con ese sustento. Ese trabajo, es un trabajo no visto por el Estado y por una gran parte de la sociedad. Pero a través de muchas luchas hoy podemos ver a la cocina como ese lugar de nutrición. De no ver esa política del cuidado como un lugar esencial, prioritario dentro de una sociedad, es que, de alguna manera, se continúa con un tinte todavía patriarcal”.
“Hay que sacar esas construcciones binarias, que el espacio no es solamente de la mujer. Sino que es un espacio de todos, que aborda un bien común, porque el alimento es un bien común. Las mujeres quizá tenemos esa gran tarea de seguir visibilizando para llegar a un tiempo donde estas políticas sean pagas, reconocidas, valoradas y donde podamos entrar en una verdadera soberanía de la alimentación”.
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