Maestro sin título: José Sabino Rojas

Por Héctor Pérez Morando

No le extrañe… ando ya en 86 años de edad y llevo 58 años de sembrador del alfabeto castellano en las regiones patagónicas», nos manifestaba en forma manuscrita al dorso de un escrito que tituló «La Primavera- escenas de mi vida en la Patagonia», impreso en General Roca por mil novecientos cincuenta y pico y que años después nos obsequió. Tuvimos la suerte de tratarlo en muchas oportunidades y hasta recibimos una amable reprimenda cuando no fuimos a Cerro Policía a retirar su archivo, que nos donó, «de un contenido altamente complejo» según expresó en una carta que conservamos.

Decía haber nacido el 28 de abril de 1882 (o 1885) en San Carlos (Mendoza): «Soy cuyano. Y en Mendoza fui nacido, / en las barrancas del río Tunuyán,/ en humilde cunita fui mecido,/ entre chilcas, salvias y arrayán». Se llamó José Sabino Rojas y también «El Sembrador». Fue empleado municipal en Mendoza, agente policial en la Capital Federal y Morón. A los veinte conoció el alfabeto; llegó a leer. «Pasé por Cipolletti en 1910, había pumasaprendí a escribir sobre el recadosolitoleía cuando podía 'La Prensa'.» Un bayo y mula «para llevar las cosas» fueron su transporte. Careció de título docente, pero enseñó en cursos primarios, permitido en tiempos cuando faltaban maestros. Muchos años sin retribución alguna, como nos manifestó en algunas charlas. No tuvo estatuto docente ni obra social que lo amparara, ni cursos de perfeccionamiento (como en la actualidad). Tampoco automóvil ni certificados médicos a disposición. Y menos textos, manuales, enciclopedias, calefacción (salvo brasero o fogón). Piso de tierra las más de las veces, arpillera de bolsas, lona, cuero, chapas o maderas de cajones en las aberturas. Así lo conocimos en la escuela de Cerro Policía y además solamente «lápiz y cuaderno para toda tarea. Pegar letras – con engrudo- recortadas de diarios y revistas regalados. Hacer la comida para sí y los casi siempre humildes alumnos». «Los paisanitos, mis queridos gurises». Y por supuesto también amasar pan y entregarlo al horno de barro, construido por él. Vacacionesen el asilo para ancianos de Roca.

«Director, maestro, portero, bibliotecario, psicopedagogo, secretario, consejero, albañil, peón, médico improvisado, inspector propio, escribiente para los vecinos. Siempre titular, nunca suplente: ganó todos los concursos sin concursar. Los niños, la vida, la necesidad de enseñar y educar le tomaron permanentes exámenes», escribimos cierta vez. Los adobes de algunas escuelas que iba levantando y las cabezas morochitas que acariciaba eran su mundo de soltería: «Vivo solo, solito, como arbolito en el llano», diría en carta al autor.

De vez en cuando aparecía por Viedma buscando ayuda para sus alumnos y familiares, aprovechando para entregar versos y prosas, alguno de cuyos impresos -en imprenta de General Roca entre 1945 y 1971- poseemos, con estos sugestivos títulos: «He aquí un parrafito literario», «El hombre es el director supremo de los seres y las cosas», «Máximas y parrafitos», «Lo que soy, lo que fui y lo que seré», etc. Años atrás recordábamos que «era de hablar llano, humano. Trasmitía dulzura, bondad, experiencia, firmeza en sus ideas y casi siempre rematando con refranes, coplas o dichos».

Dejó su impronta en muchas huellas naturales dibujadas sobre rastrilladas de antaño y ojos de agua y arroyos le posibilitaron reunir a niños comarcanos carentes de escuela. Desensillaba y con rito fundador, sin darse cuenta, los adobes se apilaban u ocupaba humilde edificación para después justificar número a una escuela. O las gestionaba. Así supieron de él, el alfabetizador, Santa Cruz, Chubut, Neuquén y Río Negro. La primera escuela en Covunco por 1914. Y en Río Negro la 186 en chacras de General Conesa; 88 en colonia La Picasa (C. Saltos); Pico Quemado, Chenqueniyén Arriba, 123; Cerro Policía, 193; Blancura Centro (Mencué), 164; Nahuel Niyeo, 106; 107 en Paso Córdoba (Gral. Roca); Sargento Ocón, a orillas del Colorado. También sugirió la creación de otras sin concretar. Anduvo enseñando por ranchos y puestos con la biblia alfabetizante en la alforja carguera, en galpones donde había que desalojar aves domésticas, lugares que muchas veces supieron del recado como cama. Maestro sin título, andante de la enseñanza primaria sin horarios ni planillas y con teléfono de estrellas, soles demoledores, fríos y nevadas, todos partícipes de su diario y sacrificado quehacer.

Silencioso, como piedras y arenales que lo vieron transitar, para cuerpearle a la ignorancia; para que cualquier primitiva edificación hiciera de aula, aula que él no tuvo. Maestro de expresión y comportamiento gaucho.

Bueno es recordar que dos rionegrinos en la función pública lo tuvieron presente. El hoy ex diputado nacional Pablo Fermín Oreja, por medio de la ley 16.353 que le acordó pensión graciable, y el que fue diputado provincial Elías Chucair (ley 134), que le otorgó «una pensión graciable mensual equivalente al sueldo de un maestro provincial». (1960-1961).

Es posible que su inseparable chambergo lo acompañara cuando el Hogar Regional de Ancianos de General Roca recogió su último suspiro el 25 de agosto de 1972. No muy lejos, el campo santo roquense recibió sus restos y no tan lejos, también casi a orillas del río Negro, en paso Córdoba, la única y flamante biblioteca popular del lugar llevará su nombre.

Cerca igualmente de «su» escuela Nº 107. Los libros que no tuvo, serán semillas y semillas de aquel andante maestro sin título, «Sembrador» de escuelas y alfabeto.


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