Los ríos, patrimonio natural
No podemos dejar como herencia una isla empequeñecida para el uso público, plagada de factores contaminantes y un río acechado por la polución
Para quienes hemos nacido aquí o llevan muchos años de residencia, no representa un descubrimiento la belleza y propiedades que tienen los ríos de la región, y en este caso particular, el Limay, cuya belleza en todo su curso (al menos en donde no ha sufrido la deformación por los embalses), es única, incomparable.
Pero gran parte de la comunidad capitalina y de sus alrededores, recién en los años últimos ha reaccionado positivamente ante tanta belleza natural cercana y se ha apropiado de ella, haciendo uso de sus balnearios o paseos, aprovechando sus aguas o simplemente como saludable elemento de contemplación.
Hoy no se discute. Los ríos regionales son un patrimonio natural y un recurso que, racional y sustentablemente utilizado, brindan un sello de distinción y calidad turística y recreacional de exportación.
El fallecido intendente Horacio Quiroga -quien por su lugar de nacimiento y crianza sabía darle valor al paisaje natural-, tomó a los ríos como íconos de crecimiento y desarrollo de la ciudad, y encaró una serie de obras que acercó más al poblador a sus ríos, obras que la actual gestión municipal ha continuado con impronta y celeridad propias.
Y está muy bien. En poco tiempo habrá un paseo de muchos kilómetros bordeando los cauces, y creo que en algunos años estos laberintos costeros se extenderán hasta Centenario y Vista Alegre, por el Neuquén y hasta Senillosa, por el Limay, constituyendo una costanera intermunicipal extraordinaria. Cuando se está ante un recurso tan excepcional, aparecen las posibilidades de aprovechamientos comerciales, de servicios o simples inversionistas, todas válidas siempre y cuando se preserve el recurso, mirando al futuro. Es lo que se llama responsabilidad o solidaridad intergeneracional, que se debe aplicar a todos los recursos naturales o comunes.
Quiroga en su momento se embaló con la llamada Isla 132, administrada por un organismo mixto de Provincia y Municipio y de a poco el espacio se fue salpicando de edificios, todos autorizados dentro del protocolo del uso del suelo, aunque algunos luego de terminados desvirtuaron su uso, y lo transformaron en residencias permanentes, lo que no está permitido.
En aquellos tiempos hubo intentos por abrir la isla a las residencias permanentes, pero tuvo como respuesta una negativa muy firme y ruidosa desde la política y la comunidad. El intento se archivó. Parecía sentencia inapelable.
Pero no fue así. La nueva administración municipal ha rescatado la intención aperturista. El intendente, por lo que he leído y escuchado, justifica que los propietarios de lotes en la isla piden que se les habilite construir departamentos, porque edificios con otros fines no les compensa la inversión, inversión que hicieron conociendo las reglas del juego.
Si el expuesto es el único argumento que se tiene para intentar cambiar los usos del suelo de la 132, es muy pobre.
No es válido privilegiar los intereses de unos pocos, privando a los muchos de un espacio que puede tener un sinfín de utilizaciones de verdadero impacto social.
Por aquello de la responsabilidad y solidaridad con las generaciones del futuro, estoy convencido de que no podemos dejar como herencia una isla empequeñecida para el uso público, plagada de factores contaminantes y un río acechado por la contaminación inevitable que conlleva la vida humana diaria y custodiado por moles de vidrio, hierro y cemento, en reemplazo de la vegetación natural de siempre.
Con todo respeto, solicito al gobierno municipal que repiense esta iniciativa y a los señores concejales que abran bien los oídos para escuchar a los vecinos y decidir.
* Periodista, ex diputado por la UCR neuquina.
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