Los negros invisibles

La historia oficial redujo a los negros al relato escolar de la servidumbre o la venta de mazamorra. Nuevas tendencias antropológicas supieron ver que poetas, coroneles, diputados, maestros de música y periodistas también fueron negros, a pesar de que las guerras y un relato histórico excesivamente europeo conspiraron para invisibilizar su cultura y su descendencia.

Para ser justos quizás haya que oscurecer un poco la historia blanca y europea y agregarle un tinte negro y africano a nuestra descendencia cultural.

A pesar que la cultura africana quedó oculta en una capa histórica profunda y es la cultura europea, y en especial la española y la italiana, quienes terminaron modelando nuestra identidad nacional más reciente, llama la atención la desproporcionada parcialidad con que la historia y los historiadores trataron la indubitable influencia africana en nuestra cultura.

Este proceso de invisibilización comienza en las aulas cuando nos enseñan que los negros eran mayormente esclavos o vendían velas o empanadas como si no hubieran tenido capacidad o habilidad para realizar otras tareas.

En la escuela de los años sesenta jamás nos dijeron que el Sargento Cabral era negro ni que Cayetano Silva -el compositor de la marcha de San Lorenzo- era negro. Tampoco nos dijeron que hubo coroneles del ejército negros, maestros de música y escribanos.

La generación del ochenta que encauzó a la Argentina en los carriles de la modernidad positivista y liberal bajo el lema «orden y progreso», lo hizo con el convencimiento que para lograr sus objetivos, la población tendría que mostrar un perfil blanco y europeo. De hecho la suspensión del comercio esclavista, las guerras y las pestes diezmaron a la comunidad africana. El relato de su cultura, a pesar de haber quedado resguardado en la historia, también parecía estar oculto bajo un velo opaco.

Como si fuera la inercia blanqueadora y europeizante de aquella generación sarmientina, esta ignorancia se mantuvo hasta hace pocos años. Recién en la década del ochenta, democracia por medio, nuevos investigadores comenzaron a leer de otra manera la historia de nuestro pasado colonial y lentamente la cultura africana comienza a debelarse.

 

Profesiones y oficios

 

La comunidad negra en la época de la colonia desempeñaba todas las profesiones que ofertaba aquella sociedad, menos las negadas por la ley: sacerdote o funcionario público Incluso estas, en años posteriores hicieron una excepción.

Más allá de la servidumbre y trabajos de zanjadores, carreteros y leñadores, desempeñaron los oficios de zapateros, panaderos, peluqueros, marineros, matarifes y todas las tareas del campo.

Tomás B. Platero, de padre africano, logró superar los prejuicios sociales y se recibió de escribano en 1882 instalando su estudio en La Plata.

El coronel José María Morales, a su tiempo se desempeñó como senador y Convencional Constituyente. Agustín Sosa, teniente coronel, fue diputado provincial y también Convencional. A partir de 1850 los afros argentinos fundaron varias mutuales como la Sociedad del Carmen y Socorros Mutuos. Estas entidades brindaban la asistencia médica y la compra de medicamentos, servicios fúnebres, e incluso algunas tenían salas de bibliotecas.

Se conocen quince periódicos que imprimían editores negros para la gente de su comunidad.

Horacio Mendizábal el más reconocido de los escritores negros publicó» Primeros Versos» y «Horas de Meditación», con versos en francés e italiano. Manuel Posadas fue periodista y músico al igual que el multifacético Gabino Ezeiza periodista, músico y payador.

Las milicias negras se destacaron por su bravura como en la batalla de Maipú donde un regimiento de mulatos y africanos de Tucumán cargaron contra las tropas realistas provistas de armas de fuego, tan solo con sus machetes zafreros. Murieron el 80% pero se ganó la primera y decisiva batalla en la campaña de Chile. Sus huestes fueron la mitad de la soldadesca en el ejército que cruzó los Andes. Más de 2.000 y después de la campaña regresaron sólo 143.A estas guerras le siguieron la del Paraguay y las contiendas entre Unitarios y Federales.

Los negros y el tango

 

Una manera de rastrear los orígenes del tango es seguir la etimología de la palabra. Según Oscar Escalada (Universidad Nacional de La Plata) todo comenzó con la voz quechua Tambo que significaba lugar de reunión. Evolucionó con el reemplazo de la conjunción «b» por «g» (Ej.: agüelo por abuelo) y la nasal «m» se adaptó a su consonante posterior, quedando en «n».

Ortiz Oderigo, antropólogo y autor del único diccionario de africanismos, es terminante en su definición y remite el origen a una corrupción de la «palabra africana Shangó o Changó, dios del trueno, numen de la música y dueño de los tambores.

En todo caso, cualquiera de las dos acepciones atraviesa la cultura africana por sus mitos o por sus lugares de reunión. En 1816 el cabildo de Buenos Aires dictaba esta resolución: «Se prohíben los bayles conocidos con el nombre de tangos, y solo se permiten a extramuros en …»

Según estos investigadores y otros autores, el tango tiene como matriz el candombe con la mixtura de La Habanera y el Fandango, estas dos últimas, danzas de «ida y vuelta». Se denominaban así a los ritmos que habían salido de las Indias hacia España y habían vuelto a las Indias. La Habanera, de raíz negra, fue de Cuba a España, y de España al Río de la Plata. Al fandango lo define claramente el Diccionario de la Real Academia Española en la edición de 1732: «baile introducido por los que han estado en los Reinos de las Indias, que se hace al son de un tañido mui alegre y festivo».

El músico argentino Pompeyo Camps, en su ensayo «Tango y Ragtime», nos dice que «?existen sobrados argumentos filológicos para demostrar que el tango es de procedencia negra». En todo caso restaría descubrir cuánto de Habanera y qué de Candombe, ambas también de origen negro.

La sensación térmica es que el tango nació alrededor de 1920 en los conventillos atestados de italianos y españoles. Pero la temperatura real es que la fiebre tanguera ya había nacido muchas décadas antes en los barrios de San Telmo y los quilombos del bajo Retiro. Incluso era más viejo que La Marcha de San Lorenzo que se estrenó en 1902, compuesta por Cayetano Silva, también músico negro.

Fue en 1896 que el Tango recibió su diploma oficial aceptado por todas las academias tangueras contemporáneas. Se estrenó el primer tango «de autor» editado, El Entrerriano, del músico negro Rosendo Mendizábal.

 

Decadencia e invisibilidad

 

La decadencia de la raza negra tiene muchas explicaciones conocidas y otras no tanto como lo fue el bajo índice de natalidad, del orden del 1%. Para Daniel Schávelzon autor de «Buenos Aires negra», «es la más conmovedora de las resistencias pacíficas a la opresión…». A esto se sumó la altísima mortalidad infantil (44%), la fiebre amarilla y las guerras .

Miguel Cané en representación de aquellas ideas sarmientinas pontificó:»?aquí somos todos blancos, lo que no corresponde a esas características tiene tan poca importancia como la de los gitanos en España o en Inglaterra». Sus palabras fueron admonitorias, la población negra en 1878 fue solo del 2%.

Es aquí quizás donde comienza la invisibilización historiográfica en el relato de su descendencia y de su cultura: La omisión en las estadísticas. La exclusión de su producción cultural en libros de historia y de texto. La ceguera de no ver ni valorar las trazas de cultura africana en nuestras palabras, en nuestra música. El olvido de su heroísmo en las batallas por la independencia. Que mejor ejemplo que la película «El Santo de la Espada» que vimos miles de niños en la escuela primaria. Cuando en el Ejercito de los Andes la mitad eran soldados negros, muestran sólo uno. Una mujer, que era interpretada por una actriz blanca.

El historiador americano Reid Andrews en su trabajo publicado en 1980 descubre quizás el primer indicio de datos confusos en aquel censo de 1878. El más importante fue que de las tres categorías de razas se habían reducido a dos: blancos y negros. Los mulatos o trigueños, su descendencia, se habían contabilizado como blancos. Se los había blanqueado.Andrews contrasta estos datos recurriendo a los numerosos diarios negros de la época donde no se evidencia el problema de la disminución demográfica y por el contrario muestran una intensa actividad social.

Alejandro Frigerio, antropólogo, analiza la invisibilidad como un fenómeno que aunque parezca contradictorio, involucra a los investigadores que estudiaron el tema posteriormente. En 2003 «Todo es Historia» publica «Los esclavos negros: Por qué se extinguieron?». «A pesar de que en la editorial aclara «reintegrar a los afro argentinos a la historia, al elegir titular esclavos y extinción indica la imposibilidad de visualizarlos como otra cosa que «esclavos» y sin otra posibilidad que la de su «extinción».

Muchos trabajos de Rodríguez Molas y Oderigo, continua Frigerio , adolecen de cierto purismo cultural que los llevó a menospreciar aquello que no tuviera profundas características «afro». Al no aceptar los procesos de hibridación cultural, dejaban anclada en el pasado a la cultura africana y sus descendientes.

 

Los africanos de hoy

 

En 1996 dos activistas negros y canadienses visitaron Argentina para detectar e invitar a grupos negros locales a un programa de ayuda Grupos Minoritarios del BID. Una de ellas fue María Magdalena Lamadrid, descendiente de los negros esclavos argentinos y Miriam Gómez, perteneciente a la primera generación de afro argentinos caboverdeanos que llegaron en la primera mitad del siglo XX.

Cuenta María que cuando llegó al aeropuerto, la detuvieron por seis horas como sospechosa de falsificar el documento ya que la funcionaria de migraciones opinaba que «no podía ser argentina si era negra».

Fue este hecho que la decidió a fundar la ONG «África Vive» para reivindicar el rol del negro en la historia y la sociedad argentina. En el 2005 la Asociación Caboverdeana el INDEC y la Universidad Tres de Febrero realizaron un censo sobre descendientes africanos y el 5% de los argentinos reconoció ser de descendiente de raza negra, es decir que hay casi dos millones de afro argentinos.

Estos dos pequeños grupos de descendientes intentarán contagiar el orgullo de la cultura africana a sus congéneres.

Pareciera que todo depende de ellos, de su constancia en ganarle al desánimo, que nosotros, el resto de la sociedad, comprendamos el legado, tantos años invisibilizado, de los hijos de África a este país. Una tarea enorme, quizás demasiada.

 

HORACIO LICERA

hlicera@rionegro.com.ar


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