Los chicos crecen

La segunda entrega basada en los libros de C. S. Lewis aporta un relato más ambicioso que su predecesora, con una cuota mayor de emoción y oscuridad.

Ha transcurrido un año desde que los hermanos Pevensie entraron por primera vez al mundo de Narnia, del que son reyes y reinas. Crecieron y continúan con su existencia, pero la melancolía por ese universo paralelo parece haberlos llevado a una tristeza constante. Como si no pudieran ser felices en el mundo real y necesitaran de la aparente fantasía, de ese espacio diferente para darle sentido a sus vidas. Casi como émulos de Harry Potter, quien cada verano enfrenta la peor de las pesadillas al ingresar a la tierra de los muggles (seres humanos) tras abandonar el colegio Hogwarts. También en esta saga, cada aventura significa un nuevo año y como el aprendiz de mago va cambiando a medida que entra en la adolescencia, volviéndose menos inocente y con más dudas que certezas, lo mismo le ocurre a los hermanos protagonistas de «Las crónicas de Narnia», Peter, Susan, Edmund y Lucie, aunque entre la génesis de ambos libros haya más de cincuenta años de diferencia.

C.S. Lewis publica su heptalogía sobre el mundo de Narnia entre 1939 y 1954, muy cercano a la edición de la saga de uno de sus grandes compañeros, J.R.R. Tolkien, «El Señor de los anillos». Amigos y colegas en la Universidad de Oxford, los escritores presentaron narraciones con ciertas similitudes aparentes, aunque las biografías afirman que Tolkien odio el universo de Narnia por considerarlo una alegoría demasiado directa y algo incoherente. Más allá de la anécdota, es imposible no relacionar ambas historias y también con el imaginario sobre Potter creado por la británica J.K. Rowling con su primer lanzamiento en 1997. Comparaciones que cobran más vida a la hora de llevar a la pantalla grande los relatos literarios.

«Las crónicas de Narnia: el león, la bruja y el ropero» (2005) fue un gran acierto de Disney que encontró adeptos a nivel mundial y recaudó más de 700 millones de dólares. Como era de esperar, los capítulos continuarían y seguirán hasta completarse, como otro eslabón más del género de aventuras en etapas que parece acumular fanáticos en cantidad. Y como las sagas a las que le debe algo, cinematográficamente hablando, la segunda

entrega también se vuelve más oscura y menos inocente pero con un plus de intensidad que, si bien no la ubica al nivel de la trilogía de Peter Jackson para «El Señor de los anillos» o a algunas de las últimas entregas de Harry Potter, alcanza para brindarle una personalidad más definida y coherente que su antecesora.

En este relato, los hermanos arriban a Narnia un año después, aunque en el lugar hayan pasado 1.300 años, para descubrir que los «narnianos» han pasado a ser como parias de una tierra dominada por los «telmarines». Para ayudarlos deberán aliarse con los sobrevivientes y con el desterrado príncipe Caspian, quien es perseguido por el pérfido Rey Miraz. La aventura va creciendo en cuanto a intensidad hasta llegar a un desenlace muy bien resuelto con una espectacular batalla que (otra vez) recuerda a las mejores escenas de Jackson.

Si bien el relato es sencillo, sin demasiados cuestionamientos ni planteos filosóficos, el director afina la puntería combinando con inteligencia la acción con los diálogos, a pesar de ciertas obviedades que en general siempre acompañan a este tipo de realizaciones, sobre todo en la caracterización de algunos personajes y en el sinfín de frases hechas que salen de la boca de los mismos. Junto con esto, ciertos problemas en los efectos especiales de la primera, no aparecen en esta que es técnicamente superior, con buenos trabajos del director de fotografía Kart Walter Lindenlaub y del montajista Sim Evan Jones.

En el camino habrá más muertos, menos sutilezas y la exigencia de que el público, no tan chico, sepa de antemano cómo funciona la narración. «Las crónicas de Narnia: el príncipe Caspian» no se convertirá en un clásico ni dejará sorprendido a nadie pero cumple como entretenimiento coherente y visualmente poderoso, levantando la apuesta tras su primera parte. Seguramente sus futuras secuelas comenzarán a ahondar en espacios menos luminosos y también deberán buscar más formas de escapar al relato tradicional para que no se transforme en una rutina. Como el león Aslan afirma en más de una escena: «Las cosas nunca ocurren de la misma manera dos veces». Por ahora se cumple.

 

ALEJANDRO LOAIZA

aloaiza@rionegro.com.ar


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