Los augures
Los augures más prominentes de la modernidad no son los astrólogos ni los tarotistas, sino los economistas . (...) Quizás el problema no esté en los economistas, sino en los que les siguen creyendo.
En la Antigua Roma el augur era el sacerdote que ejercía la adivinación. Como se creía que el destino estaba prefijado (tu futuro y el mío iban a ser tal como los dioses ya lo habían establecido desde el origen del tiempo), también se creía que era posible adivinar el futuro. El augur, consultando los signos que enviaban los dioses -el vuelo de un ave, las vísceras de un animal sacrificado, las líneas de la palma de la mano- podían adivinar lo que sucedería. El cargo de augur era oficial, pertenecía al Estado, era solventado con el dinero público y consultado por los más altos funcionarios antes de tomar las decisiones fundamentales o de inaugurar un edificio. Creemos que la modernidad nos alejó de esas supersticiones del pasado, pero aun hoy la inmensa mayoría de las poblaciones de los países occidentales siguen creyendo en el destino y en la adivinación del futuro.
El libro más vendido en la Argentina es el Horóscopo Chino, de Ludovica Squirru. Ludovica, además, es consultada por la TV y la radio casi con la veneración con la que en la Roma de Augusto se trataba al Augur oficial. Las encuestas dicen que en Europa y en América más del 70% cree en el horóscopo (y que lo consulta, a veces en tono de broma, pero siempre con algún grado de credulidad, más del 85%). Hay pocos realmente incrédulos en el horóscopo. Es muy común escuchar frases de este tipo: “Sabía que me iba a traicionar ya que es alguien típico de Escorpio”. Es una minoría la que conoce los secretos de las cartas astrales y el significado de tener a tal o cual signo en el ascendente, pero casi todo el mundo sabe de qué signo es y, aunque sea a escondidas, mira el horóscopo.
Horóscopo: las predicciones para el 2022
Quizá porque el futuro es aquello imposible de conocer realmente es que terminamos prestando atención a cualquiera que nos ofrezca predicciones que nos parezcan creíbles. Los augures más prominentes de la modernidad no son los astrólogos ni los tarotistas, sino los economistas. Nadie predice el futuro con tanta fe en lo que afirma como un economista. Lo interesante de los pronósticos económicos es que, a pesar de que casi nunca se cumplen, igual el economista no deja de ser creíble para su público: es una religión inmune a lo real.
En diciembre de 2020 (hace apenas un año y unos días) los principales consultores económicos dieron sus predicciones para 2021. Como resumen de esas predicciones cada consultor presentaba el porcentaje de crecimiento que tendría la economía argentina en el año que terminó ayer. El promedio de crecimiento previsto hace un año por los capos de la economía argentina estuvo en poco más del 4% (no llegó a 4.5%) con algunos especialistas que anunciaban que en 2021 no se lograría crecer más del 2.5%. La cifra final y oficial de crecimiento aun no se ha divulgado, pero en los primeros 11 meses del año (falta computar diciembre, que también tuvo crecimiento) ya se superó el 10% de crecimiento. Es decir 4 veces más que lo que predijo el consultor menos optimista y más de una vez y media más que el promedio.
Ningún consultor estuvo siquiera cerca de adivinar realmente cuál sería el crecimiento argentino en el año que terminó: los más optimistas previeron poco más del 6% (es decir, que quedarán a más del 50% abajo de lo que marca la realidad). Sin embargo, los consultores económicos -que todos los años repiten la misma performance: no aciertan nunca- seguirán no solo siendo consultados por las principales empresas y por todos los medios sino que ganarán fortunas aconsejando inversiones y políticas basadas en esos pronósticos erróneos.
Recuerdo en 1994 al principal consultor económico de la época pronosticar en el programa de Bernardo Neustadt que la Bolsa porteña alcanzaría una importancia mundial superior a la de Milán y que sería una referencia internacional para la cotización de las acciones de las principales empresas del mundo. Hoy, 27 años más tarde, parece un delirio, pero en esa época lo repitieron todos los medios. Obviamente no sucedió y hoy tenemos un PBI que apenas si creció desde entonces y la Bolsa porteña es insignificante, incluso a escala sudamericana.
A diferencia de los economistas que suelen ser muy asertivos, los modernos astrólogos se expresan en un lenguaje ambiguo; jamás concluyente. Son sabios. Es difícil ver que el “pronóstico” de un augur o el de un astrólogo no se cumple justamente por esa ambigüedad esencial con la que transmiten su mensaje.
En cambio los economistas son rotundos, ya que aman las certezas: “el PBI caerá 2.3%” dicen sin ponerse colorados aunque la realidad muestre que creció 4.7%. Lo que hace especial la “predicción” de los economistas es que siempre tienen un argumento para justificar el error que cometieron. Su expertise consiste en explicar por qué jamás la pegan.
Quizás el problema no esté en los economistas, sino en los que les siguen creyendo.
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