Los adolescentes hablan de la virtualidad y de lo que extrañan
Aunque la semana próxima regresan las clases en la mayor parte de Río Negro, al menos una semana para cada burbuja, los alumnos de secundarios hablan de lo que les ocurre, de lo que añoran, y de lo que los desalienta en medio de la pandemia.
Dos semanas atrás, el gobierno provincial anunció el regreso a la presencialidad pero solo para el nivel inicial, primario y especial. Los adolescentes debieron sostener las clases virtuales a la espera de nuevas definiciones. El martes, “algunas burbujas” del secundario, vuelven a la escuela pero solo por dos semanas hasta el receso invernal.
Estafas digitales: un clásico riesgoso
Pero, ¿qué sienten, qué extrañan y cómo viven la virtualidad los adolescentes?
Renzo Caccin, de 16 años, cursa cuarto año del colegio Don Bosco de Bariloche y considera que el 2020 fue un “año perdido”. “La virtualidad limitó mi aprendizaje. Este año, volvieron nuestras esperanzas cuando retomaron las clases presenciales pero bueno, volvieron a cerrar las escuelas”, contó a RÍO NEGRO.
Respecto al retorno de los otros niveles, reconoce: “Por un lado, me da felicidad que volvieran los otros chicos. Pero no entiendo por qué nosotros no podemos. El aula más peligrosa es la que está cerrada y que nos prohíban ir a la escuela es indignante”.
Este joven tiene clases virtuales todos los días pero admite que “a veces, se conecta y, muchas, no”. “Es difícil. La virtualidad imposibilita el aprendizaje. No es muy entretenido sentarte frente a la tablet. Es aburrido y cansador estar tanto tiempo frente a una pantalla. Los jóvenes no tenemos ningún incentivo para conectarnos a las clases. Muchos están desmotivados”, confía.
Matemáticas fue el desafío más complejo para Renzo el año pasado. Con el regreso de la presencialidad, asegura que entendió muchos conceptos “pero ahora nuevamente, en las clases virtuales, siguen avanzando y es inentendible”.
Cada tanto, Renzo sigue encontrándose con sus compañeros: “Es antinatural que un joven no vea a sus amigos. Es duro no verlos o verlos a través del circulito de zoom”.
Ezequiel González tiene 13 años y concurre a primer año en el colegio Castex, también de Bariloche. Cuando supo que suspenderían las clases por un par de semanas, no desesperó. “Tengo más libertades estando en mi casa. Puedo desayunar cuando quiero. Pero la verdad es que es más divertido ver a mis amigos que estar todo el tiempo solo. Y prefiero ir al colegio antes que prender la cámara”, expresa.
A Ezequiel también le resulta difícil concentrarse a través de una pantalla. Acepta que no participa mucho en clase y dice que, al comienzo de la clase, todos los chicos dan el presente pero después si bien todos siguen conectados, solo algunos permanecen activamente en la clase.
“Es difícil. Deben participar dos o tres. O algún otro. A veces, los profesores preguntan quienes están y la mitad ni siquiera responde. Dejan prendido pero no están”, menciona. Ezequiel cree que su desempeño mejora cuando concurre al colegio.
“Es que estoy más activo. Hoy, me levanto y apenas termino clase, me vuelvo a acostar. Muchas veces, me acuesto tarde porque no pasa nada. Además al ir, podría conocer mejor a mis compañeros. Ahora conozco a la mitad”, señala.
Dispersión y dificultad para entender
Tomás Ferrando tiene 13 años y este año, arrancó primer año del secundario en la escuela rionegrina 46. Cuenta entusiasmado que eligió ese colegio por la orientación en arte. Al consultarle qué tanto le costó volver a la virtualidad, confiesa que “se adaptó fácil porque el 2020 fue una especie de entrenamiento. Lo bueno es que ahora estás en tu casa y hay menos riesgo de contagio. Lo malo de la virtualidad es que algunos no entienden mucho o te distraés”. En este sentido, cuenta que, al no disponer de un pizarrón, los profesores explican con documentos de Word o PDF y según este joven, complica el aprendizaje. “Explican muy bien pero a veces, no llegas a comprender y tenés que pedir ayuda. De matemáticas, consulto a mis abuelos. Educación Física es lo más difícil”, agrega Tomás que, cada tanto, aprovecha para dar una vuelta por el centro con sus amigos de la primaria; a sus nuevos compañeros de nivel medio, en cambio, aún no tuvo tiempo de conocerlos.
Manuel Martín, de 15 años, cursa tercer año en el colegio San Patricio. Su madre cuenta orgullosa que fue abanderado en séptimo grado y tuvo un excelente desempeño en primer año. El año pasado desaprobó varias materias y este año, acumula tareas pendientes.
“Cuando pasamos a la virtualidad, se hizo difícil concentrarme estando en mi casa. En el colegio, se crea el ambiente. El año pasado me llevé bastantes materias así que ahora debo recuperarlas”, manifiesta.
Cree que el no concurrir a la escuela incidió mucho en su rendimiento: “El mes y medio que fuimos a clase, pude entender bien las cosas que me explicaban. Me es más fácil entender cuando tengo a alguien adelante. Es más dinámico así”.
Manuel confiesa que no siente motivación al no tener el contacto con profesores y compañeros. “Se hace difícil preguntar las cosas. La clase se siente diferente. Tengo amigos a los que les favorece la virtualidad pero la mayoría está igual que yo. No muy bien. Me gustaría volver para estar en contacto con mis amigos, salir de casa y que no sea todo tan repetitivo”, esboza.
Su hermano, Lautaro, de 17 años, arrancó quinto año. “Un bajón -define este joven-, porque todos los años anteriores te dicen que es el mejor año de la secundaria. Llega y no podemos hacer nada, ni siquiera ver a mis compañeros”.
“A mí, en presencial me iba promedio. Con la virtualidad me fue mejor porque me pude independizar y hacer todo por mi cuenta. Ahora, en este segundo año de virtualidad, me está yendo bastante mal. Ya se me apagó el cerebro”, confiesa.
“¿Qué es lo que más cuesta de la virtualidad?”, preguntó RÍO NEGRO. “Tanto tiempo con pantalla, pierdo la capacidad de prestar atención. El año pasado podía estar dos horas en zoom, este año, a los 10 minutos, me perdí”, responde.
Con 15 años, Morena Fernández Lescano cursa tercer año en el colegio San Esteban de Bariloche y como el resto de los jóvenes, anhela volver a la presencialidad. “Extraño estar con mis amigos y ya no quiero estar sentada frente a una computadora todo el día. Me cuestan las clases porque me distraigo mucho”, confía.
Este año, le sumaron nuevas materias como física, química y contabilidad. “Entiendo pero sería muy diferente de manera presencial porque puedo preguntar y me pueden explicar mejor”, manifiesta.
La salud mental: un tema pendiente
Después de casi quince meses, se suman otras preocupaciones a la pandemia. Además de la salud física, pediatras y psicólogos advierten sobre las consecuencias en la salud mental de los chicos y adolescentes. De hecho, fue el tema que abordaron durante el II Congreso Digital de la AEP que reunió a cerca de 3.500 pediatras de toda Europa.
Durante la semana del congreso se debatió sobre las consecuencias para la población infanto-juvenil del covid-19 y de las medidas adoptadas para su control. “
Los niños y adolescentes representan solo el 1% de los casos de infección por el covid, pero las secuelas de la pandemia también se han dejado sentir en ellos en forma de dificultad en el aprendizaje y problemas de salud mental, asociados al confinamiento, al aislamiento social y al deterioro de las condiciones de vida en muchos hogares ”, afirmó María José Mellado, presidenta de la AEP, de acuerdo a un artículo publicado por el diario El País.
En la inauguración del congreso Azucena Díez, presidenta de la Sociedad de Psiquiatría Infantil de la AEP, aseguró que “en los servicios de pediatría de atención primaria y en las derivaciones a salud mental se ha observado un repunte de las consultas por ansiedad, síntomas de tipo obsesivo-compulsivo, depresión, autolesiones y somatizaciones”.
En Argentina, un estudio realizado por Unicef, la Asociación Civil Intercambios y el Departamento de Salud Comunitaria de la Universidad Nacional de Lanús, que da cuenta del agotamiento y el estrés que provoca la pandemia, recomienza a las familias “escuchar las preocupaciones y malestares que tanto niñas, niños como adolescentes pueden tener ante la pandemia” y “respetar sus opiniones y emociones, favorecer la expresión de sus pensamientos y hacerlos partícipes en la toma de decisiones”.
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