Los 400 frutales, 2.000 pinos y 12 hijos de un pionero
Por Nicasio Soria (Especial para "Río Negro")
Esta diáfana definición del precursor, del guía en la ocupación de un solar en cualquier espacio del mundo, encabeza el libro de Arlette Neyens «Pioneros de los lagos andinos», aparecido en 1998 y que ocupa un anaquel de la biblioteca del «Río Negro» desde julio de aquel año, en que nos lo envió, como valioso presente de una larga amistad. Esas palabras, dedicadas a los precursores de uno de los más bellos lugares de la Patagonia -Villa La Angostura- es una estrofa poética en medio de tanta prosa como la que compone esta obra, declarada de interés cultural por el gobierno de la provincia del Neuquén.
Es ocioso siquiera mencionar un renglón de la currícula de Arlette. «Es una trabajadora tenaz, una idealista consuetudinaria y, además, tiene talento», dijo de ella la ex directora de Cultura de la provincia del Neuquén, Luz María Font.
Ello es exacto. Su tenacidad por la extensión cultural de su provincia y la vecina Río Negro, le ha brindado la oportunidad de haber sido directora de Cultura de Río Negro, supervisora educativa (función que cumplió hasta en el más apartado lugar donde había un maestro junto a sus alumnos) y muchas labores afines, todo lo cual le valió hace un tiempo el lauro de «Estrella de la nieve», con que la distinguió en justicia San Carlos de Bariloche.
Su libro, en verdad el primer tomo de su libro, merece un espacio importante en este diario y lo hemos de cubrir con uno de sus relatos, como ella ha preferido denominar a los retazos de vida que incluye, por ejemplo, la historia del «Messidor», narrada nada menos que por Sara Madero de Demaría Sala, quien fue su primera propietaria.
Víctor Erasmo Pinuer
«En los primeros planos del lago Nahuel Huapi al norte, cerca de El Rincón -dice la autora- se encuentra Punta Pinuer, ubicada al extremo de la península Panguinal. Un nombre en su mapa no dice mucho. Sin embargo, Punta Pinuer recuerda al pionero que habitó este desolado y lejano lugar en la frontera cordillerana desde 1930 a 1978, por casi 50 años.
Víctor Erasmo Pinuer (de origen francés) era hombre afable, risueño, que tenía ansias de ver el mundo más allá de su pequeño pueblo nativo en Chile. El quería cruzar la cordillera, que tanto lo seducía. Llegó a La Lipela, su primer destino y ahí estaba Julia Zumelzu, de quien se enamoró. Con ella se vino a la península Panguinal».
«Su hijo Victoriano cuenta que don Víctor llegó a la Argentina en 1922 y empezó trabajando en una estancia de Jones y después en Santa María con la familia Barbagelatta».
Refiriéndose a Villa La Angostura prosigue diciendo este capítulo de «Pioneros de los lagos andinos», que «Pinuer llegó a la villa en 1930 y luego, por pedido de don José Diem, fue a la península Panguinal, Brazo El Rincón, lote 6, nombrada Punta Pinuer. Al poco tiempo de estar ahí, don José Diem le vendió su casa y animales, de modo que él se quedó allí como poblador. Pagaba pastaje a Parques Nacionales y también solicitó un boleto para marcar su hacienda».
La casa propia, los hijos
«Víctor construyó la casa. Julia aportó los hijos poco a poco. Su bote a remo cruzó una vez por semana, durante 48 años, hasta Villa La Angostura para llevar carne, lana, tejidos y traer las vituallas desde el almacén de «Pocho» Barbagelatta. El viaje llevaba ocho horas de remo entre ida y vuelta.
Los hijos se fueron sumando. Primero llegó Plácida, después Víctor Manuel, Clarina, Julio, Elena, José, Lino, Victoriano, Eva, Héctor, Horacio y finalmente Victoria. La escuela se resolvió poniendo a los chicos de pensión en Villa La Angostura durante el ciclo escolar».
Más brazos para trabajar
«Los brazos para trabajar se multiplicaron. Con las vacas y ovejas para consumo y venta, más la huerta y la granja, ya se producía para mantener a los hijos; luego plantó 400 frutales y 2.000 pinos. La vida no era fácil, el aislamiento, el frío, las nevadas, los chicos que a veces se enfermaban, los temporales que impedían usar el bote para llegar a la villa, todo requería un fuerte espíritu pionero».
Embates del poder.
La vejez
«Por esa época -narra Arlette Neyens- Parques Nacionales comenzó su embate para que Víctor, pionero del lugar, desalojara Punta Pinuer» (…). Varios años de angustia, pero él pagaba siempre el pastaje. Mientras, los hijos, ya grandes, iban emigrando uno a uno a Neuquén o a Bariloche.
Y llegó el año 1978. Víctor Erasmo tenía 80 años, su vida de trabajo y de familia estaba ahí, en Punta Pinuer. Sus montañas, su lago, sus fríos y sus nieves, y por sobre todo su amada soledad, estaban ahí. Cada noche, frente al fuego, soñaba con cada hijo que había partido. El les había enseñado a trabajar, a ser honrados y honestos. Con eso alcanzaba en esta vida».
La injusticia, esa vieja enemiga
«Una mañana de 1978 desembarcaron los de Parques Nacionales. Efectuaron el desalojo, lo echaron, lo sacaron de su casa, era viejo, afuera. La inmensa cordillera era testigo. Alguien en Maipú y avenida Santa Fe, de Buenos Aires, firmó un papel sin rostro para salvaguardar los principios fundacionales de una institución nacional, y también firmó la sentencia de muerte de un hombre que vivía perdido en el mapa de la República, allá en el sur, en Punta Pinuer, que dejaba tras de sí 400 frutales, 2.000 pinos y 12 hijos, toda una vida».
No más diucas, ni siete colores
Los hijos se lo llevaron a Neuquén. Cayó en una profunda depresión. Cada mañana inútilmente buscaba a la solitaria diuca, al siete colores, a los chimangos. ¿Dónde estaba el lago, dónde los cerros?¿Cómo podía él presentir, en esa ciudad de ruidos y calor, la llegada del otoño?¿Cómo se podía extender la mirada sobre el horizonte del lago, si allá todo chocaba contra paredes? ¿Dónde estaba la cordillera y el perfume de los bosques? ¿Quién responde por las lágrimas, las ilusiones, las angustias de don Víctor? ¿Quién dará cuenta de haberle quitado a un hombre de 80 años el derecho de morir en la tierra que habitó durante 50 años?
Don Víctor Erasmo Pinuer falleció cuatro años después. «Ahora -remata Arlette, «Estrella de nieve», mentora infatigable de la cultura patagónica- ahora Punta Pinuer está abandonada; sólo los mochileros dan cuenta del lugar con basuras y fogatas. Pero ahí están de pie los 400 frutales y los 2.000 pinos que plantó don Víctor. Nadie ha podido desalojar del mapa ni de la tradición popular el nombre de Punta Pinuer. (1993)»
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