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Lo que el coronavirus no se llevó: un barrio de Neuquén recuerda a sus muertos

Ella tenía coronavirus y murió un viernes, poco después del mediodía. Él solo aguantó el mundo sin su presencia medio día más y se fue a acompañarla. Es que así había sido su vida, juntos, y así los recuerdan en el barrio de Neuquén del que se volvieron un emblema más, el Sapere. La ciudad no para de crecer, la oleada de casas puja por la meseta hacia el norte, hay identidades que se desdibujan, pero no en ese rincón del este que, aunque esté a 10 minutos del centro y los desarrollos inmobiliarios, mantiene sus casas bajas, algunas calles de tierra y vecinos que se llaman por el nombre de pila.

«El fin de semana el covid se llevó la vida de cuatro vecinos. Así de duro. Es un barrio en el que todos somos familia de familia. Sapere es un barrio de luto», contó Claudia Gómez, que no quería que los fallecidos pasen como una cifra más del parte de comité de emergencias. En su reconocimiento a los que se fueron recordó especialmente a Ñato y Oclive. «Lo más triste es el matrimonio Rodríguez», explicó.

Oclive del Carmen Ulloa Echeverría nació en Curacautin (Chile) y, casi enseguida, su familia se mudó a Roca. Esos casi 500 kilómetros marcaron la diferencia en su vida porque ahí fue donde conoció a Rudencindo Rodríguez, su compañero desde el momento en el que se pusieron de novios. Él, al que le decían el Ñato, también había ido recorriendo la región, desde Quillen, donde nació, pero ambos dejaron de andar caminos cuando llegaron a Neuquén.

A la mamá de él le había «tocado» una casa de un plan de viviendas, apenas unas dos décadas después de que el doctor Aníbal Sapere donara las tierras el 13 de abril de 1957, el que se puede considerar el día de fundación del barrio. Cuando por primera vez se celebró el aniversario del barrio, hace tres años, los vecinos recordaron a los primeros que llegaron, empujados por una crecida del río Limay, cuando aún existía el autódromo.

Lo que siempre se resalta del barrio es que la tradición de los valores de sus vecinos y destacan a los cuatro desaparecidos que tuvieron durante la última dictadura militar: Raúl Pichulmán, su hermano José Francisco, Javier Seminario y Orlando Cancio. Los nombres de los últimos dos fueron asignados a una plazoleta y un camino. Los vecinalistas fueron secuestrados y torturados cuando reclamaban la adjudicación de un plan de viviendas en 1975. 

A una de las casas del plan de viviendas fueron a vivir Oclive y el Ñato, ya con un hijo, cuando la mamá de él se volvió al campo por no adaptarse a la vida del pueblo. Carmen es la que recuerda ese y otros muchos datos de sus padres: «soy la más curiosa de los siete hermanos».

A medida que la familia Rodríguez – Ulloa Echeverría iba creciendo, también lo hacía el barrio. La casa de ellos se convirtió en un nido para los vecinos, que después de la escuela o antes de ir a jugar, pasaban un rato.

Carmen explicó que su papá trabajaba en un aserradero, salía de madrugada y volvía poco antes de la noche. Los fines de semana les proponía pasear y todos juntos caminaban hasta la «boca del sapo», donde ahora está la Legislatura, para comer algo. Por eso, la más conocida era su mamá, que se quedaba en la casa. «Cuando alguien venía a pedir pan, ella los hacía entrar y les cocinaba uno. Esos son los valores que nos enseñaron: humildad, respeto y compartir», resaltó. Ahora, son los hijos y los 24 nietos los que mantienen el legado.

Es que Oclive se contagió de coronavirus y murió el viernes 23, después del mediodía. Unas 12 horas después falleció, también con diagnóstico positivo, el Ñato. Su ausencia, claramente, no es una más en uno de los barrios que tiene entre 50 y 100 casos de coronavirus y aunque no lidera el ranking de los que tienen más contagios, está al lado de los que sí.

«Última foto el 18/9/2020 que les pude sacar yo» explicó Carmen, la hija de Ñato y Oclive. Gentileza.-

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