Libertad económica, una usina de desigualdad global
El 1% más rico de la población del mundo, es dueño del 44% de la riqueza global. Es el resultado intrínseco de la libertad económica en su máxima expresión.
La sociología, define a una ‘idea dominante’, como aquella que prevalece frente a otras ideas o discursos en determinado contexto social y/o cultural. La característica principal de una idea dominante, es que se auto valida como la idea ‘correcta’, mediante diferentes herramientas analíticas, normativas, lógicas y epistemológicas, y denostando a toda idea que contradiga los preceptos dominantes, aun si fácticamente es posible demostrar que la idea dominante es errónea. En tanto es una ciencia social, la economía no está exenta de ello.
La comunicación, es esencial para que una idea se convierta en dominante en los análisis, los discursos, los relatos, y la narrativa de la época. Esto se exacerba desde que las redes sociales, la revolución tecnológica y la hiper conectividad permiten que los conceptos se multipliquen y difundan millones de veces, de manera instantánea y en múltiples plataformas al mismo tiempo.
Precisamente ello, es lo que ocurre con el pensamiento económico liberal. Una escuela que tiene más de dos siglos de existencia, a la que en gran parte se debe el nacimiento de la ciencia económica moderna, con exponentes clásicos como Adam Smith, David Ricardo o William Petty, y referentes contemporáneos como Friedrich Hayek o Milton Friedman. Las ideas liberales son hegemónicas y dominantes en la mayoría de los países occidentales, son el gen principal del capitalismo económico desde la primer revolución industrial, guían la agenda de gestión de los países más importantes del mundo, y gobiernan en el discurso de la cátedra económica, de los análisis de coyuntura política y de los planes de estudio de las universidades de economía, sean públicas o privadas.
El principio rector del pensamiento liberal es la libertad individual como valor supremo. Todo aquello que cercene la libertad individual debe ser evitado.
Alcanzar el bien común, es posible entonces, mediante un único camino, el de los individuos persiguiendo cada uno el beneficio propio. Al buscar su propio bien, los individuos contribuyen al crecimiento del conjunto.
En la misma línea, los mercados son las instituciones indicadas para generar la asignación de los recursos, y se sostiene dogmáticamente que la asignación que generan los mercados, es la mejor, la más eficiente, y la única capaz de generar crecimiento.
En términos económicos, el principal objetivo es la multiplicación de la riqueza. En el ideario liberal, la sola acumulación de riqueza significa que el statu quo para el conjunto es mejor. Se utiliza como justificación el cálculo del PBI per cápita, suponiendo linealmente que la división del total de la riqueza existente sobre la población total, es una medida real del bienestar.
Naturalmente cualquier tipo de política que el estado en cualquiera de sus niveles pudiera emprender a fin de re direccionar los recursos en un sentido diferente al que dictan la voluntad de los individuos y su interacción en los mercados, debe ser evitada.
Al dogma propio de la escuela económica liberal, suelen sumarse los reduccionismos de la escuela económica vernácula, que intenta explicar las dificultades de la desequilibrada estructura económica argentina, apelando únicamente a la ausencia de políticas liberales profundas, la poca apertura económica, y la escases de “libertad” en los mercados. De allí surgen por ejemplo, análisis simplistas que atribuyen las recurrentes crisis económicas a 70 años de populismo, omitiendo los programas aplicados en dicho periodo por dictaduras y/o gobiernos de sesgo liberal. O también aquellos que indican que la pobreza en Argentina es producto únicamente del exceso de gasto público que termina ahogando al sector privado, limitando la libertad de los agentes económicos.
Desigualdad intrínseca
A favor de la escuela liberal, vale decir que su carácter de dominante radica en que el sistema capitalista como tal, funciona desde su génesis con base en el pensamiento liberal, y que los preceptos liberales han demostrado ser efectivos, si la principal variable objetivo es la acumulación de riqueza. No es necesario discutir acerca de la multiplicación exponencial de la riqueza global desde que el capitalismo se implantó como sistema tras la primera y la segunda revolución industrial, y especialmente tras la Segunda Guerra Mundial.
A ello hay que sumar, que en la puja de posguerra con el socialismo-comunismo, las ideas liberales resultaron finalmente victoriosas, y en la actualidad, no existe un sistema económico alternativo al capitalismo liberal.
No obstante, el tropiezo del libreto liberal, se genera cuando en lugar de valorar la sola multiplicación de la riqueza, se analiza seriamente el bienestar resultante una vez que la riqueza ha sido acumulada.
La definición más básica de ‘economía’ inscripta en los manuales, la gran mayoría de ellos trazados en el pensamiento liberal, indica que se trata de ‘una ciencia social que estudia la forma en que se distribuyen los recursos escasos, para satisfacer necesidades infinitas’. Desde el vamos, la definición anticipa que los recursos no alcanzan para todos. Si los recursos son escasos y las necesidades infinitas, significa que cada vez que alguien tenga más, habrá alguien que tenga menos. No alcanza solo con multiplicar la riqueza, sino que es necesario saber en qué manos queda la nueva riqueza generada.
En efecto los datos oficiales, no solo de Argentina, sino de la economía global en su conjunto, revelan que no existe relación directa entre acumulación de riqueza y mejora en el bienestar de la totalidad de la población. En vísperas del Foro Económico Mundial que comienza esta semana en Davos, la ONG Oxfam Internacional, dio a conocer su informe anual con base en las estimaciones del Credit Suisse Research Institute, del cual surgen cifras alarmantes respecto a la desigualdad en la distribución de la riqueza global. Se explica por ejemplo que a fines de 2019, las 2.100 personas más ricas del mundo acumulan una riqueza superior a la de 4.600 millones de personas, que los 22 hombres más ricos del mundo poseen más riqueza que todas las mujeres del África, o que si una persona hubiese ahorrado u$s 10.000 diarios desde la construcción de las pirámides de Egipto, tendría en 2019 apenas la quinta parte de la riqueza promedio de los cinco hombres más ricos del planeta.
Si la desigualdad extrema es resultado del sistema, el problema no son las posibles soluciones, el problema radica en el propio sistema.
El gráfico que acompaña la nota, muestra los números con más detalle. Allí se observa la ‘pirámide de la riqueza global’. En la base se encuentran quienes tienen una riqueza inferior a los u$s 10.000 y en la cúspide quienes tienen una fortuna mayor a u$s 1.000.000. Se advierte con claridad que el 0,9% de la población mundial, tiene en sus manos el 43,9% de la riqueza total del mundo, y que el 10,7% más rico de la población global, acumula el 82,8% de la riqueza del mundo.
Los datos son la contracara perfecta de la pobreza extrema que padecen miles de millones de personas en todo el planeta.
Difícilmente tales resultados puedan ser explicados apelando al predominio global del populismo durante el último Siglo. Claramente, la desigualdad es un resultado endógeno del propio sistema capitalista. De la misma forma, es inverosímil que un multimillonario haya acumulado una riqueza similar a la de todo un país, únicamente como fruto de su ‘meritocracia’, otro de los tantos cliches de moda. Más bien es dable pensar que hizo falta valerse de la meritocracia de otros tantos millones de personas, que trabajaron al servicio de la acumulación de riqueza de una sola.
¿Es normal que un puñado de personas sea más rica que toda la población de un continente? Pocos dirían que sí. Sin embargo, y pese a semejante contraste, el pensamiento liberal sostiene que la libertad extrema en los mercados y en las decisiones de los individuos, sigue siendo la mejor forma de reducir la pobreza.
No hay política pública ni sistema de redistribución que pueda erradicar la pobreza, si el propio sistema económico es el que intrínscamente distribuye tan mal, y promueve una acumulación tan obsenamente desigual.
La fuerza de los números es tan elocuente, que obliga a re pensar además, los análisis frecuentes acerca de la distribución de la riqueza y la pobreza a nivel nacional. A la luz de los datos globales, libertad y apertura, no parecen ser por sí solas, la solución lineal a un tema tan complejo en Argentina.
En números
- u$s 153,8
- Los trillones que quedan en manos del 1% de la población global. Es el 44% de toda la riqueza del mundo.
- 1,8%
- La porción de la riqueza global con la que se queda el 56,6% de la población del mundo. Equivale a 2.883 millones de personas.
La sociología, define a una ‘idea dominante’, como aquella que prevalece frente a otras ideas o discursos en determinado contexto social y/o cultural. La característica principal de una idea dominante, es que se auto valida como la idea ‘correcta’, mediante diferentes herramientas analíticas, normativas, lógicas y epistemológicas, y denostando a toda idea que contradiga los preceptos dominantes, aun si fácticamente es posible demostrar que la idea dominante es errónea. En tanto es una ciencia social, la economía no está exenta de ello.
La comunicación, es esencial para que una idea se convierta en dominante en los análisis, los discursos, los relatos, y la narrativa de la época. Esto se exacerba desde que las redes sociales, la revolución tecnológica y la hiper conectividad permiten que los conceptos se multipliquen y difundan millones de veces, de manera instantánea y en múltiples plataformas al mismo tiempo.
Precisamente ello, es lo que ocurre con el pensamiento económico liberal. Una escuela que tiene más de dos siglos de existencia, a la que en gran parte se debe el nacimiento de la ciencia económica moderna, con exponentes clásicos como Adam Smith, David Ricardo o William Petty, y referentes contemporáneos como Friedrich Hayek o Milton Friedman. Las ideas liberales son hegemónicas y dominantes en la mayoría de los países occidentales, son el gen principal del capitalismo económico desde la primer revolución industrial, guían la agenda de gestión de los países más importantes del mundo, y gobiernan en el discurso de la cátedra económica, de los análisis de coyuntura política y de los planes de estudio de las universidades de economía, sean públicas o privadas.
El principio rector del pensamiento liberal es la libertad individual como valor supremo. Todo aquello que cercene la libertad individual debe ser evitado.
Alcanzar el bien común, es posible entonces, mediante un único camino, el de los individuos persiguiendo cada uno el beneficio propio. Al buscar su propio bien, los individuos contribuyen al crecimiento del conjunto.
En la misma línea, los mercados son las instituciones indicadas para generar la asignación de los recursos, y se sostiene dogmáticamente que la asignación que generan los mercados, es la mejor, la más eficiente, y la única capaz de generar crecimiento.
En términos económicos, el principal objetivo es la multiplicación de la riqueza. En el ideario liberal, la sola acumulación de riqueza significa que el statu quo para el conjunto es mejor. Se utiliza como justificación el cálculo del PBI per cápita, suponiendo linealmente que la división del total de la riqueza existente sobre la población total, es una medida real del bienestar.
Naturalmente cualquier tipo de política que el estado en cualquiera de sus niveles pudiera emprender a fin de re direccionar los recursos en un sentido diferente al que dictan la voluntad de los individuos y su interacción en los mercados, debe ser evitada.
Al dogma propio de la escuela económica liberal, suelen sumarse los reduccionismos de la escuela económica vernácula, que intenta explicar las dificultades de la desequilibrada estructura económica argentina, apelando únicamente a la ausencia de políticas liberales profundas, la poca apertura económica, y la escases de “libertad” en los mercados. De allí surgen por ejemplo, análisis simplistas que atribuyen las recurrentes crisis económicas a 70 años de populismo, omitiendo los programas aplicados en dicho periodo por dictaduras y/o gobiernos de sesgo liberal. O también aquellos que indican que la pobreza en Argentina es producto únicamente del exceso de gasto público que termina ahogando al sector privado, limitando la libertad de los agentes económicos.
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