Laura, la mujer que tuvo que reiventarse tras su luna de miel

Laura Vidal contrajo una extraña bacteria durante su luna de miel, en Colombia, en 2015. Casi queda ciega y tuvo que recibir un trasplante de córnea. Pero esta neuquina que diseña interiores y vive en Cipolletti, pateó el tablero, y se rearmó su vida.

A veces los cambios vienen de la mano de experiencias movilizadoras, drásticas, inesperadas. Nadie se imaginaria que en plena luna de miel, en medio del Caribe, en una hermosa isla podría infectarse de una bacteria que te dejaría ciega y que para poder salvar tu visión tuvieras que trasplantarte la córnea. Parece una pesadilla o una historia sacada de una película de terror, pero para Laura Vidal, diseñadora de interiores y paisajista, es parte de su pasado.


La neuquina viajó a Colombia, en diciembre de 2015, para pasar unos días de relax en una de las playas más hermosas del mundo. El destino lo eligió junto a su esposo, Manuel, con quien coincidieron que era un buen lugar para “desestresarse” después de la ajetreada organización de su casamiento.
A mitad del viaje algo comenzó a andar mal.


“Hubo un día que comencé a sentirme mal. Lo recuerdo muy bien. Ese día me levanté mal, me lloraba mucho el ojo y me molestaba la luz. Entonces dejé de usar el lente de contacto del ojo izquierdo. Estábamos en la isla de San Andrés”, recuerda Laura Vidal.
Ella está segura que fue en algún momento mientras se duchaba o cuando se lavó la cara ya que la bacteria que contrajo es característica de agua dulce.
“Estoy convencida que fue en San Andrés donde me contagié la bacteria. Para mi ese día fue un antes y un después. Era una molestia lo que sentía. No me sentí segura para ver a un médico en la isla y como pensé que se me iba a pasar seguimos de viaje”, aseguró.
La única posibilidad para seguir disfrutando de su luna de miel era salir con anteojos de sol a todos lados y con un pañuelo para ir secando sus lágrimas. Además dejó de usar el lente de contacto, del ojo izquierdo, creyendo que iba a cicatrizar, que era algo pasajero. Pero nada de eso pasó. Luego de estar unos días en la Isla de San Andrés, el matrimonio se trasladó a Cartagena. “Ahí sí que la pasé mal”, recuerda la diseñadora. Nada de lo que hiciera la hacía sentir mejor.
Las molestias nunca cesaron y siguieron aún más fuerte cuando llegaron a Cipolletti.


Faltaban pocos días para Navidad cuando regresaron y encontrar un médico oftalmólogo se transformó en una odisea.
“Cuando llegamos volví al trabajo y seguía con la molestia y me lloraba el ojo. Yo insistía con que esto no era normal y que ya habían pasado muchos días. Salimos con mi marido a buscar médicos, pero era justo época de fiestas y no había nadie. Busqué por todos lados (Cipolletti/Neuquén). Todos me decían que era una úlcera y me daban diferentes gotas, pero no mejoraba”, sostuvo. Cada vez veía menos, las gotas no ayudaban y abrir el ojo izquierdo le era casi imposible.


Entonces fue cuando le dijeron que en Buenos Aires existía un microscopio especial que podía llegar a darle un diagnóstico certero.
Viajó de inmediato y allí fue donde descubrieron que una bacteria le estaba perforando la córnea.
Recién en febrero de 2016 -dos meses después de que había vuelto de Colombia- pudieron decirle qué era lo que tenía.
“Una vez que estuvo confirmado que era esta bacteria (carta ameba) me dijeron que tenía que medicarme urgente porque existía una alta probabilidad que se perforara la córnea. Las gotas que me dieron fueron fulminantes. Eran dos gotas cada una hora. Y entre cada una tenía que esperar 10 minutos. Así que me ponía la alarma del reloj cada 50 minutos. Pasé días sin dormir”, resaltó.
Los médicos le dijeron que tuvo suerte de no haber quedado embarazada en la luna de miel porque de haber sido así no saben qué le podría haber pasado.

A ciegas


“No había vida, no tenía vida”, así rememoró su sentir de su luna de miel. Antes de ser trasplantada tuvo otra operación, en mayo de 2016, para extraer la parte más comprometida de la córnea.
Después de esta cirugía pudo salir de su casa y empezar a hacer una vida un poco más normal.
Cuenta que hasta esa operación estuvo encerrada y, entre risas, confiesa que fue “como su primera cuarentena, pero sin aislamiento”.
El objetivo de los médicos, con la primera intervención quirúrgica, era ayudar a su organismo a que combatiera la bacteria. “Pensaban que así íbamos a ganar tiempo”, explicó.
Y fue en ese momento que la única opción para salvar su visión era el trasplante. “Cuando me dijeron que me tenía que trasplantar fue el peor día de mi vida. Eran palabras mayores para mí. Recuerdo que fue en Buenos Aires cuando me recomendaron la primera operación y ahí mismo me dijeron que para recuperar la visión iba a tener que trasplantarme. Fue terrible”, indicó.
En ese momento lo que podía ver era como a través de un vidrio blanco. Tenía el ojo opaco y lleno de sangre. Iba a todos lados con lentes de sol y así fue como sus amigos comenzaron a decirle: “Ahí llegó Moria”, cada vez que se reunían.
Después de tres días de mucha oscuridad, de pensar en qué hacer, tomó la decisión y junto a su esposo viajaron a Buenos Aires.
“El trasplante fue un cuento de hadas. Me cambió la vida por completo. Al segundo día de haber sido operada ya veía con normalidad. Y después de tanta espera volver a mi vida fue maravilloso. Ni loca vuelvo a usar lentes de contacto. En un momento pensé que iba a quedar ciega y ya me imaginaba utilizando parches de colores. Para mí volver a ver fue el mejor de los regalos”, finalizó.


Patear el tablero, dar vuelta la hoja y empezar de cero fueron las claves para su vida

El trasplante fue un antes y después en la vida de Laura. Fue allí donde supo que debía cambiar, que tenía que reinventarse.

“Salí del trasplante siendo otra persona. Antes era muy estructurada, muy diplomática y ahora valoro lo que siento, lo que tengo ganas de hacer. El tiempo para mí es sagrado ahora. Lo invierto en cosas que me nutran realmente»

Laura Vidal


La diseñadora había trabajado en la Municipalidad de Cipolletti, de 2012 hasta 2016, a cargo del Departamento de Cálculos y Proyectos diseñando espacios verdes de la ciudad. Después de haber sido trasplantada sintió que era el momento de lanzarse hacia un nuevo mundo. “Ya no me importaba tener un sueldo fijo. Creo que ya venía gestando la idea de hacer algo independiente. Y el estar tanto tiempo en mi casa me hizo amigarme más con el diseño de interiores, de ver a mi carrera como algo que no era tan superficial. Me di cuenta que había cosas que no estaban diseñadas para mí, para mis nuevas necesidadesy que lo que quería hacer era simplificarle la vida a la gente, más allá de una cuestión estética”.


Lo que terminó por convencerla fue el contacto directo con sus clientes, poder desplegar toda su creatividad y poder formar parte de un proyecto familiar. “Me encanta formar parte de los sueños de las personas, porque tener tu casa, tu hogar, es un sueño. Con todos mis clientes tengo una conexión especial. Este trabajo es lo que yo estaba buscando”, señaló.


Define lo que le pasó como un plan en el que tuvo que reinventarse absolutamente. Y lo resume de una manera muy clara:

“Literalmente me reinventé: fue como elegir cada pieza de mi nuevo yo. Como cuando vas al supermercado y elegís qué llevar de cada góndola. Y fue así: elegí ser un poco más disciplinada, elegí ser más improvisada en otras cosas. Fue como mover piezas de un tablero y de ese proceso salió otra Laura”.

Laura Vidal


Antes de tomar la decisión de comenzar con su emprendimiento recuerda que tuvo mucho miedo y que, por momentos, la incertidumbre se apoderó de ella. “Sentí mi decisión como cuando pateas el tablero y pensé: arranco de cero. Me dio mucho miedo y ahora también. Ser independiente es muy difícil pero no lo cambio por nada. Porque es muy gratificante que mis clientes me den libertades creativas. Me dan mi lugar, que eso no me pasaba cuando trabajaba en relación de dependencia”, concluyó.


El trabajo aumentó en la pandemia

Pese a la crisis laboral y económica que se vive actualmente debido a la pandemia, para la profesional ha sido todo lo contrario ya que su trabajo aumentó radicalmente. La causa: el Covid-19 obligó a muchos a reinventarse, como tuvo que hacer ella misma hace 4 años atrás.


Asegura que desde el inicio del aislamiento muchos clientes la llamaron porque necesitaban rediseñar espacios para sus nuevas necesidades. “La gente empezó a trabajar en su casa, a estar más en sus hogares. Entonces se dio cuenta que los ambientes no respondían a ciertas necesidades que ellos tenían que cumplir”, puntualizó.
Es ahí donde su papel como diseñadora de interiores jugó un papel esencial para estas familias que requerían crear un lugar para las circunstancias que vivimos.


Ella cuenta que la llaman y le dicen que no saben dónde trabajar, dónde tener las clases virtuales con sus hijos y que al no saber cómo resolverlo es que piden su asesoramiento. “Desde dónde apoyo la computadora, dónde mis hijos tienen sus clases de zoom, hasta detalles de cocina. Me platean que si utilizan la mesa del comedor para trabajar, ¿dónde comemos?, se preguntan. La gente empezó a pasar más tiempo en su casa, entonces comenzaron a invertir en eso. Para que los espacios les sean funcionales a las nuevas necesidades”, contó a este diario.
A la hora de la compra de materiales es un gran desafío ya que hay bastante dificultades para conseguir determinados productos, pero la profesional asegura que hay que ser creativos y más en estos momentos. También aclaró que tiene el menor contacto con sus clientes y que todo lo que puede resolverse a través de videollamadas, compras online o las redes sociales se hace para evitar el contacto directo.


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