Las mujeres que amaron a Héctor Montecino
Todas gozaron de la protección del jefe del clan.
Foto Facebook
Fiofania conoció a Héctor Montecino por eso que muchos definen como ‘las cosas’ de la vida. En una fiesta de cumpleaños fue que el hombre más temido de Cipolletti le echó el ojo. Ella estaba más delgada, tenía la mirada turbia, triste. Era joven, llamativa y cargaba en sus espaldas una historia de desprotección y maltratos. La había secuestrado su propio padre, un hermano había muerto cuando apenas era un púber, la justicia la rodeaba. Decidió huir. Y en esa situación, vulnerable, perdida, se topó con la familia narco.
La vida de Héctor y Ruth Montecino es casi mítica en Cipolletti. A esta altura la sensación es que influían en muchos ámbitos sociales. En la noche y sus peligros, en la venta de automóviles, en el mercado de la droga, en la venta de terrenos y en la economía marginal. La particularidad es que el jefe del clan manejaba a las mujeres y su hermana se encargaba de adoctrinar a los hombres de la supuesta banda.
Fiofania Ruskoff Anufriev, procesada ahora por tráfico de estupefacientes, no fue flechada a primera vista por Montecino. En realidad, el amorío comenzó después de muchos “buenos gestos” y regalos, de visitas cariñosas, de atenciones y actos de galantería. Ella tenía 17 años y él le duplicaba la edad.
Así lo explica un informe que consta en la causa: “Evolutivamente Fiofania busca en esta etapa, como la mayor parte de las niñas de su edad, el reconocimiento de la figura paterna, que no estaba presente”.
Los romances de Héctor desnudan en buena medida su forma de operar. Seducción, órdenes y manipulación. Son sus claves en el negocio. “La frase ‘te quiero dar una mano’ es la que más se repite entre las personas vinculadas a él. Así empezaban en general sus relaciones”, revela una de las fuentes judiciales consultadas.
Fiofania realmente necesitaba más de una mano. Sus padres se conocieron en una colonia alemana católica y brasileña. A los pocos años se mudaron a una de iguales características pero en Bolivia, donde dieron a luz a Fiofania. Cuando tenía 10 años se separaron y –según la versión de ella misma– su padre, con ayuda de una tía, la secuestró para aterrizar en la Colonia 20, de Choele Choel.
Vivió con una abuela, fue a la escuela en Lamarque, donde no entendía nada porque sólo hablaba ruso, crió a sus hermanos más chicos y uno de ellos murió atrapado por las aguas del río Negro cuando apenas tenía 14. Jamás se recuperó de ese trance. Poca ayuda recibió del cielo. Comenzaron las malas juntas y los problemas con la justicia. Escapó a los 17 para evitar el instituto de menores. Hizo dedo, llegó a una gomería de General Roca junto a una amiga, conoció a un hombre, él escuchó su historia, le ofreció trabajo, techo y comida. Era amigo de Montecino. Ahí, en un cumpleaños, conoció al tipo que determinaría sus días para siempre. A esa altura, Héctor estaba en libertad condicional, vivía en la casa materna y estaba separado de la mujer con la que tuvo a sus hijos, Irma Betanzo. El negocio amanecía y daba “buenas” señales. Corría 2003, Argentina se reponía de la crisis y Fiofania, regalos y buenos tratos mediante, caía en sus brazos.
Fueron pareja hasta el 2011. La “Rusita” se inició en la droga y ahora está acusada de fraccionarla, acopiarla y entregarla a pedido de Montecino. Se sentía querida y respetada. Se separaron cuando comprobó que Héctor era más que un amigo de Carina Vanesa Domínguez.
Montecino le alquiló a la “Anita” (así la apoderaron los integrantes del clan) una casa en la calle Miguel Muñoz al 728, a menos de seis cuadras de la comisaría Cuarta. Allí la policía neuquina le encontró, el 23 de septiembre de 2011, 46 “tizas” de cocaína y algunas cosas más. Entre ellas, una agenda con teléfonos y una libreta con “deudas” y “saldos” –de acuerdo a la requisitoria de elevación a juicio–.
“La realidad es que Fiofania no entiende demasiado. Héctor utilizaba su casa como depósito. Ella se sentaba en el sillón, miraba tele, consumía y la pasaba con amigas”, explica la misma fuente. De vez en cuando le escribía mensajes a la tía Ruti (así la llamaba a su cuñada Ruth Montecino) y en algunas oportunidades entregaba la droga que un “flaquito” buscaba en su casa.
Hoy pasa sus días en la cárcel federal de mujeres de Neuquén, sueña con volver a las calles, estudiar y casarse con Diego Fernández Beovidez (30 años), que está condenado a 17 años de prisión. Ese nuevo romance no le cayó bien a Héctor y cuando se pelearon, ya detenidos, Fiofania ni siquiera quiso tener el mismo abogado que Montecino y hoy está siendo asistida por un defensor público.
Carina Domínguez tampoco puede ver a su hombre. Ella no tiene dudas, y su corazón se acelera cuando le hablan de Héctor Montecino. Es más, infla el pecho si el hombre la presenta como su única mujer (eso se vio durante el juicio).
También cayó en sus brazos en una situación de vulnerabilidad total. Porque llegó de La Pampa “escapada” y comenzó a trabajar de copera en un cabaret de la zona, contaron los que conocen su historia. De ahí la rescató Montecino –siempre según la versión que ofreció en la justicia la mujer imputada por tráfico–, la llenó de regalos, le compró un auto importado y la hizo su amante. Arriesgó todo por Montecino. Violó la prisión domiciliaria y escapó a Catriel para encontrarse con Héctor mientras él estaba prófugo. Prestó la casa de calle América y allí secuestraron 130 kilos de droga y su hija Macarena, de unos 20 años, quedó detenida con su pareja en la segunda causa.
Cuentan que fueron felices, que ella tuvo todo lo que quiso y que disfrutaron muchas tardes de paseo en el costoso coche que él le regaló. Hoy todo es distinto para ellos. Carina se enojó mucho con Héctor, después volvieron a hablarse y con el transcurso del tiempo los problemas se fueron arreglando.
Domínguez tiene dolor en el alma. En el juicio se muestra seria. Es morocha y alta y usa el pelo negro hasta más allá de la cintura. Mientras el resto de las mujeres del clan sonríen, Carina fija la mirada y se la ve afligida.
Irma Betanzo es una mujer simpática, de buen trato. Antes de caer presa trabajó como portera en un colegio de Cipolletti. Lo conoció a Héctor a principios de los 90 y fruto de ese romance tuvieron dos hijos: Pablo Antonio y Romina. El primero está detenido por el crimen de David Oliva, que cometió cuando era menor, y la muchacha quedó involucrada en la causa Nacimiento y la acusan de trabajar a pedido de su padre.
“Irma Betanzo es una pobre mujer, sin antecedentes fuera de la causa actual “Nacimiento”. Trabajaba hacía nueve años en una escuela de Cipolletti como portera. Estuvo casada legalmente con Montecino y se divorció hace unos 10 años aproximadamente. En “Nacimiento” quedó arrastrada, fundamentalmente por falta de carácter, por la pequeña Rominita que es una auténtica hija de Montecino. Irma Betanzo jamás estuvo en el tema de drogas. Está presa por no haber puesto límites a su hija Romina”, aseguran sus conocidos.
Irma tiene buena relación con las mujeres del clan, sobre todo con Ruth.
La primera mujer de Héctor, madre de sus hijos mayores Jéssica y Eladio (también detenido en una causa por tenencia de armas), vive en Zapala. Formó familia con otro hombre y tiene hijos chicos.
La madre de Héctor y de Ruth, Yolanda Esparza Flores, que en dos años cumple 70, nació en Chile y tuvo un tercer hijo, del que nada se sabe. Enviudó y siguió viviendo cerca de sus familiares, en una linda casa de la calle Primeros Pobladores.
Cuando se hicieron los múltiples allanamientos el 23 de septiembre, en lo de Yolanda aparecieron 225.000 pesos en un canasto de ropa. Una cifra bastante llamativa para una persona de apariencia tranquila y alejada de los placeres. Ella tenía a su nombre una costosa camioneta, cuya autorización para manejar se encuentra habilitada para uno de los imputados, que no es familiar directo.
Las mujeres formaron parte del mismo clan, se enamoraron del mismo hombre, se sumergieron en los mismos vicios. Serán juzgadas y tienen un futuro incierto. Sólo ellas saben lo que les costará el amor.
Fiofania Ruskoff aún mantiene una relación cercana con la hermana de Héctor, a la que llamaba “tía Ruti”.
Juicio por narcotráfico
Sebastián busader
sbusader@rionegro.com.ar
JUAN CRUZ GARCÍA
garciajcruz@rionegro.com.ar
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