Las mil noches de Pepe Cibrián Campoy
El musical “Las mil y una noches” se estrenó la semana que pasó en Buenos Aires.
Buenos Aires (Télam).- El musical “Las mil y una noches”, que se estrenó la semana pasada en el Luna Park, demostró una vez más que Pepe Cibrián Campoy es uno de los pocos directores argentinos con el delirio creativo necesario para generar, junto al compositor Angel Mahler, un musical ajeno a las fórmulas norteamericanas.
Con más de 100 actores en escena, orquesta en vivo dirigida por Mahler, un vestuario fascinante por la suntuosidad, el color y la variedad, y un tratamiento vocal impecable, deslumbra al espectador desde el comienzo.
La historia de Scherezade según la obra original, dista bastante, en algunos puntos, de la versión de Cibrián, quien deja en claro que se trata de una adaptación.
El espectáculo, que dura cerca de dos horas, está organizado en dos actos que difieren en el clima, en el criterio de puesta y hasta en la línea musical.
El primer acto relata el secuestro de la griega Helena (Georgina Frere), de origen cristiano, que es comprada como esclava por Feyza (Claudia Lapacó) y ofrecida por una noche a su hijo, el sultán Solimán (Juan Rodó).
A partir de ese momento, se suceden los encuentros, despierta el amor entre ambos y, ante los celos enfermizos de la sultana Feyza, que ve perder su poder y el cariño de su hijo, Solimán se une a Helena, que pasa a ser la sultana Scherezade, lo que determina el alejamiento de la madre del Sultán.
En todo el acto, las escenas reunen multitudes y predomina el carácter festivo. El constante desplazamiento de personajes y el tono operístico de los temas que se mantienen en tono brillante exigiendo el máximo de la capacidad vocal de los actores, encandila pero resta matices. Falta el momento de calma y serenidad que potencie las escenas más exaltadas.
En el segundo acto, la propuesta de Cibrián cobra altura y se valora con más justicia el talento de Mahler por la versatilidad de la línea musical.
El tono de la acción se torna dramático y se desarrollan claramente los dramas internos de los personajes. La suntuosidad se repliega, en las escenas intervienen menos personajes y la interpretación adquiere prioridad sin dejar de lado la técnica vocal.
Al morir su primer hijo, los sultanes caen en una honda desesperación que es aprovechada por Feyza, quien retorna a palacio con la intención de acabar con la vida de Scherezade.
La madre de Solimán, sabiendo que según la ley turca la traición se castiga con la muerte, organiza una compleja trama para demostrarle a su hijo que Scherezade tiene un amante.
En el momento de la ejecución, Feyza insiste en que el mismo Solimán sea el verdugo de su esposa. Cuando va a dejar caer la cimitarra sobre el cuello de Scherezade, siente que la vida no tiene sentido sin ella e intenta suicidarse. En el instante final Feyza se interpone y logra, a costa de su propia vida, unir a la pareja confesando la verdad.
El cuidado que Cibrián y Mahler pusieron en la selección del elenco, unido a la rigurosidad y exigencia en el proceso de ensayo, garantizó la calidad vocal de todos los participantes. Sin embargo la interpretación, en muchos casos, se reduce a un problema de actitud.
Es de resaltar el trabajo que realiza Claudia Lapacó en el rol de Feyza, porque si algo la destaca del resto del elenco es su calidad de actriz. La composición del personaje es impecable en todo momento, ya sea cantando, hablando o con su sola presencia en escena.
Lapacó valoriza actoralmente cada uno de los temas y no se priva de infundir a su rol la emoción que requiere la situación dramática que está en juego.
Juan Rodó despliega, como en otras ocasiones, el potencial de su voz y en el segundo acto crece como personaje, logrando una buena conexión en las escenas más dramáticas con Feyza.
Georgina Frere, la joven cantante que interpreta a la sultana Scherezade, armoniza con el resto del elenco aunque le falte por momentos el peso escénico que requiere el personaje.
Buenos Aires (Télam).- El musical “Las mil y una noches”, que se estrenó la semana pasada en el Luna Park, demostró una vez más que Pepe Cibrián Campoy es uno de los pocos directores argentinos con el delirio creativo necesario para generar, junto al compositor Angel Mahler, un musical ajeno a las fórmulas norteamericanas.
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