Las manos solidarias que cocinan para cientos de personas en Bariloche
Varios grupos trabajan en numerosos sectores de la ciudad, para ayudar en estos tiempos de pandemia a familias que están en situación de vulnerabilidad social.
Mariela Bonillo se levanta los jueves y sábados antes de que amanezca, en su casa de la calle Las Bayas al 300 del barrio Cooperativa 258. Sabe que hay mucho por hacer y el tiempo vuela. En otro sector de Bariloche, Silvina Vera, Marina Ortega y Eduardo Jara trabajan sin pausa los martes y jueves por la mañana. Tienen que tener todo preparado antes del mediodía.
Son algunas de las personas que cocinan para cientos de personas, que la están pasando demasiado mal en estos días de pandemia. Son militantes silenciosos de la solidaridad. Como ellos, hay decenas de voluntarios que ponen el hombro en esta emergencia de manera desinteresada y que brindan un plato de comida en aquellos barrios de ese Bariloche, que casi no se muestra.
Personas que sostienen con su esfuerzo a aquellas familias que hoy están muy afectadas por la emergencia económica y social que provoca el coronavirus.
Mariela es mucama y desde que comenzó la cuarentena obligatoria por la pandemia, causada por el coronavirus, no trabaja en un complejo de cabañas, ubicado en la avenida Bustillo. Cobra lo mínimo. Su pareja, Favio García, se dedica a hacer fletes.
El primer paso
Cuenta que empezó con sus hijas a juntar alimentos no perecederos como para colaborar, pero un día decidió que la mejor forma de ayudar era cocinar y ofrecer “un plato de comida calentita”.
Se puso en contacto con la responsable del merendero “Hormiguitas” del barrio Nahuel Hue, que ofrece almuerzos a personas necesitadas, para tratar de coordinar. “Si querés te puedo traer una olla de comida”, relata que le propuso a la encargada del merendero. La solidaridad estaba en marcha.
“La primera vez cociné como ciento veinte porciones”, relata Mariela. Para mejorar la tarea, resolvió llevar una olla con comida al merendero y ella se ubicó con otra olla, en el cruce de las calles Nuestras Malvinas y Dos Islas del barrio Nuestras Malvinas.
Favio se sumó a la cruzada porque transporta las ollas y todas las donaciones.
Desde hace semanas, Mariela y Favio se instalan en ese punto del barrio los jueves y sábados y brindar comida.
“Llegamos con la camioneta y hay un vecino, Omar, que sale corriendo a buscar la ollita de un matrimonio grande, que los dos tienen diabetes para llevarles la comida, y se recorre las dos cuadras alrededor avisando a los vecinos que llegamos”, comenta Mariela. Dice que empezó el 3 de mayo pasado, justo para el aniversario de Bariloche.
A veces tienen pan, como para acompañar la ración de comida. Pero Mariela observa otras necesidades de las personas que se acercan. Por eso, recolectan con Favio y sus hijas ropa y hasta algunos materiales que sirvan para proteger de alguna maneras esas viviendas precarias que deben soportar el duro invierno barilochense.
Sus hijas ayudan con las publicaciones en una cuenta de Facebook que crearon para la campaña solidaria. Amigos de la pareja fueron los primeros que se sumaron a la red que empezó a crecer. “Comenzamos a decirles que lo que ellos por ahí no usan a otras personas les sirve”, cuenta Mariela.
La red
Decenas de personas colaboran en forma anónima con alimentos, ropa, frazadas o colchones. Todo es útil. A veces reparten hasta leña que les donan. Favio se encarga de recolectar en su camioneta las donaciones. Eso requiere que se organice con sus fletes, porque debe ir hasta el kilómetro 13 de Bustillo porque la dueña de una pollería les dona lo que está dentro de sus posibilidades. Mariela recorre verdulerías de la calle Onelli para pedir colaboraciones. Así codo a codo, suman.
“La gente es muy consciente de la necesidad y cuando se lleva una prenda y si no le anda, la trae de vuelta y te avisa: a mi vecino capaz que le anda”, comenta Mariela. Asegura que situaciones como esas se observan “en todos lados”.
Afirma que las personas hoy lo que más necesitan es comida. Pero hay otras carencias que duelen en el alma. “Ver a los chiquitos en casitas donde el frío entra por todos lados, es muy doloroso”, asegura.
La cuenta en la red social es “Entro todo es más fácil”. “Hubo un error”, cuenta. “El nombre correcto es “entre todos es más fácil”, lo tenemos que corregir”, explica y se disculpa inmediatamente por la equivocación.
El nombre lo aportó la nieta de Mariela. “Fue un día que regresamos de recolectar donaciones a la casa y estábamos clasificando la ropa y mi nieta me dice: viste abuela que entre todos es más fácil”, rememora. La nena tiene 5 años.
Estos días Mariela cocina para unas 180 personas los jueves y sábados. Tiene dos ollas grandes (una de 90 y otra de 30 litros) que demanda mucho esfuerzo llenarlas. “A las seis arrancamos con Favio. Tenemos que preparar toda la verdura.
“Es un trabajo de hormiga”, manifiesta. Comenta que hay que pelar media bolsa de papas, a veces la bolsa completa cuando no consigue zapallos, casi media bolsa de zanahorias y como mínimo un cuarto de bolsa de cebollas. Después a revolver para que no se pegue. “No sabés como te quedan los brazos, parezco Popeye”, describe la mujer.
Cuenta que crió a sus hijas con lo justo. De manera sencilla. Hizo malabares para que no les faltara nada. Fue un aprendizaje que demandó mucho sacrificio. No se queja. Por el contrario, valora lo que pudo hacer. Pero afirma que esta pandemia es algo inédito. “Nos tocó a todos, pero a los que más afecta es a los que no tienen nada”, enfatiza la mujer.
Dice que hay personas que trabajaron toda la vida y que ahora están desocupados y van a buscar comida. Para ellos no es fácil. Es un dolor que se refleja en los rostros.
“Nosotros no le prometemos nada. Nuestro compromiso es tratar de ayudar como podemos”, aclara. “Y la transparencia es lo fundamental”, advierte. “Le pregunto a esas personas, ¿a vos que te falta? Trabajo, me responden”, comenta. “Hay algunos que me dicen le limpio el patio señora por ese colchón. Si usted necesita avíseme”, destaca.
“La gente que más dona es el laburante, que tiene lo justo y necesario”, valora. Ayer, un hombre se acercó con una bolsita con papas hasta el domicilio de Mariela para entregar su donación. Mariela dice que su premio son los mensajes que recibe de agradecimiento. “Una chica me escribió un día para contarme que habían dormido calentitos por primera vez con sus hijos, con las frazadas que les habíamos llevado. Esa es la gratificación más grande”.
La demanda aumentó estos días de pandemia
Lo que nosotros pasamos queremos que no les pase a otros”, afirma Marina Ortega, cuando se le pregunta por qué cocinan de manera solidaria para decenas de familias del barrio Barda Este, ubicado a pasos del arroyo Ñireco, y alrededores.
Marina conoció siendo una niña la pobreza. Relata que pedían monedas en el centro de Bariloche y muchas veces recibieron “vianditas” de personas desconocidas, que les ayudaron. “Hacerlo, ahora, nosotros para la gente es relindo”, explica, mientras acomoda las porciones de salsa en una mesa, con Silvina Vera.
Las dos se apuran porque quieren tener todo listo para entregar las porciones a tiempo, con los fideos que las familias hervirán en sus casas para que sea mucho mejor el almuerzo.
Eduardo Jara es otro voluntario. Coordina el ingreso de las personas que se acercan hasta la casa para recibir la comida que Silvina entrega por la ventana. El grupo se preocupa de tomar todas las medidas de prevención sanitaria.
Son los jóvenes del merendero Alihuen. Cuentan que comenzaron en diciembre de 2018 con el merendero. “La idea surgió porque nunca nadie le tiró una onda al barrio y vimos mucha pobreza y había que hacer algo”, explican.
El primer paso fue colaborar con meriendas para chicos del barrio. Era otro momento. Los niños podían concurrir al merendero y jugar en la hamaca o el metegol que habían conseguido. Hoy por la pandemia los juegos están en silencio. Quietos.
Silvina afirma que estos días “hay mucha más necesidad”. Explica que antes de la cuarentena obligatoria, cocinaban para unas 25 familias, pero ahora lo hacen para unas 40. También ayudan con bolsas de comida, cuando se puede.
“Hay muchas personas que se quedaron sin trabajo, que hacían changas”, cuenta Eduardo. Él está desempleado.
Comentan que hasta personas que quedaron varadas en la ciudad se acercaron a buscar comida.
“Nos juntamos a las 8.30 porque tenemos que tener la comida a las 11”, asevera Silvina. “El objetivo es no hacer esperar a las personas que vienen al mediodía”, agrega.
Para llevar adelante la tarea solidaria reciben el apoyo del MTD que les provee una vez al mes de carne que fraccionan para cocinar varios días. También, el municipio entrega una bolsa de mercadería por mes para 26 familias.
El trabajo lo ponen Silvina, Marina, Alejandra Sanhueza y Bárbara Silva. Es un aporte para ayudar en el Bariloche que más duele.
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