Las esenciales, historias de mujeres que con su trabajo mueven el mundo

Durante el aislamiento cumplieron un rol fundamental, tanto por el empleo remunerado que desempeñan, por las horas no pagas dedicadas a las tareas domésticas, por su rol comunitario. Todas pusieron el cuerpo y lo siguen haciendo.

Las mujeres mueven el mundo, no es un eslogan bonito que reluce el 8 de marzo. En el sector de la salud y los servicios sociales, siete de cada diez personas ocupadas en Argentina son mujeres, de acuerdo al último informe del Indec, del tercer trimestre de 2020.  Esto significa que más de la mitad de las personas que están al frente de la emergencia sanitaria por el covid-19 fue personal feminizado, como Beatriz Carriqueo en el hospital López Lima que llegó a limpiar camas en tiempo récord.

Pero hubo más. Luján Peralta fue la que atendió el teléfono cuando una persona pensó que podía abortar en Neuquén aún en cuarentena,  Luciana Brizuela llevó módulos alimentarios a mujeres trans desde Allen, Zulema Aguirre acompañó a quienes sufrían el confinamiento con sus agresores en La Angostura, y Magalí Gutiérrez montó la escuela en su casa de Roca.

Hay mucho más que cinco esenciales, estas son las nuestras.


Beatríz: «Nosotros teníamos que desinfectar urgente, porque la guardia estaba llena de casos covid»


*Por Florencia Bark

Beatriz Carriqueo nació en Cerro Policía, en la región sur de Río Negro. Es trabajadora de maestranza del hospital López Lima. Foto Emiliana Cantera.

El trabajo brota por sus poros y el esfuerzo nace de sus manos. El brillo en su mirada dice más que mil palabras, e irradia hacia todas las superficies que toca en su andar. “Yo soy mucama”, dice orgullosa Betty. Con 43 años, es una de las guardianas de la limpieza del hospital Francisco López Lima, la que cuidó la higiene en cada rincón, la que preparó y desinfectó cada cama y habitación para los pacientes en medio de la pandemia de coronavirus.

Nadie le enseñó, pero al ser empleada doméstica gran parte de su vida, aprendió a dominar las tareas de maestranza. Se capacitó cuando tuvo que hacerlo y más aún cuando fue reclutada para la primera línea de batalla hace un año.

Beatriz Carriqueo nació en Cerro Policía en la región sur de Río Negro y a los siete años se fue con su familia a vivir a El Cuy, donde hizo la escuela primaria. A los 12, se mudó a Roca donde trabajó trece años en una casa de familia y luego la contrataron en una clínica de imágenes. Siete años después, se pasó al sector público en el hospital. Formó una familia junto a su esposo, un trabajador rural con quien tuvo tres hijos (25, 24 y 15 años).

Betty vive para trabajar y trabaja para vivir. La jornada en el hospital empieza muy temprano o termina muy tarde: de 6 a 14 o de 14 a 22, son los turnos rotativos y se suman ocasionalmente guardias, de 6 a 22.

Con su testimonio, graficó como los ritmos de trabajo se aceleraron fuertemente en la pandemia y el agotamiento no dio tregua, en un sector mayoritariamente feminizado. La sobrecarga laboral y la falta de personal fueron algunos de los factores.

“Una vez me tocó trabajar tres días, 16 horas; pero llegué a hacer dos días y medio porque me venció el sueño, tuve que ir a mi casa”, cuenta.

Planchar, hacer pan. Después del empleo remunerado siguen las horas de trabajo no pago. Foto Emiliana Cantera.

En la peor situación sanitaria, la presión por desinfectar rápidamente las habitaciones para liberar camas recayó sobre sus espaldas y la de sus compañeros, ya que escaseaban los lugares y había mucha demanda.

“Cuando un paciente covid empeoraba y se iba a terapia, por ejemplo, nosotros teníamos que desinfectar urgente, porque la guardia estaba llena de casos covid”, asegura. Alrededor de una hora es el tiempo con el que contaban para hacer una desinfección completa de sala: paredes, cama, puertas y baño, con todo el equipo de protección personal. “Hicimos muchísimas desinfecciones por día. Hay once camas en la sala donde estoy, hacíamos una limpieza atrás de otra, muy rápido”, agrega. Además, hubo varios días que tuvo que cubrir compañeros que caían infectados.

Otro aspecto se sumó al desgaste laboral. Allí cuando parecía que nada más podía pasar, llegaba otro tramo en casa, el turno de las tareas “no remuneradas”. Los quehaceres del hogar, para Betty, son parte de lo que le toca. “Yo sigo trabajando en la casa, eso es lo mío. En lo que hace una ama de casa, limpiar los pisos, lavar ropa, planchar, hacer pan”, comenta.

“(Después de tantas horas de trabajo) sabés que llegas a tu casa y tu familia te espera, pero vos querés ir a dormir”, señala.

Durante la pandemia, las mucamas convivieron con el virus, batallaron contra su propagación y cargaron con trabajo pesado. No controlaron pacientes, no curaron, no dieron el alta, pero garantizaron el ambiente óptimo para acceder a la salud. Y lo hicieron sin tantos aplausos. “Pasamos momentos tristes porque vimos mucha gente morir. Entre compañeros nos dábamos fuerza porque somos seres humanos y la tristeza caía sobre nosotros”, concluye la mujer. 

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Luján: «Tranquila, se van a contactar con vos y te vamos a acompañar»


*Por Laura Loncopan Berti

Luján Peralta tiene 23 años. Estudia para ser instrumentadora quirúrgica y es activista feminista. Foto Florencia Salto.

-Todos los llamados son distintos. Hay mujeres que hablan muchísimo y otras que apenas te contestan. Hace poco llamó una mujer (de Río Negro) con un embarazo re deseado, le hicieron un montón de análisis y estudios, y el feto estaba con malformaciones. La mujer estaba muy angustiada y me puso muy mal. El aborto ya era legal, había pedido un montón de veces la interrupción, además de que eso entra por causales. Exigió un montón de veces que respetaran su decisión. Hasta que le dieron nuestro número. Finalmente la derivaron a Neuquén y fue quirúrgico.

Luján Peralta tiene 23 años y es una de las telefonistas que integran Socorristas, la red que brinda información sobre aborto y realiza acompañamientos en todo el país. El espacio nació en Neuquén, de la mano de la Colectiva Feminista La Revuelta, y no ha cesado su atención: ni durante la pandemia, ni tras la legalización. La anécdota es reveladora: sí, también un embarazo deseado puede ser inviable por circunstancias que no controlamos.

En 2020 recibieron 1908 llamadas y acompañaron a 1291 personas en procesos de aborto. En lo que va del 2021 ya sonó el teléfono 378 veces.

Antes del distanciamiento obligatorio, las personas se comunicaban con la línea y se acordaba un encuentro grupal en el que participan quienes requerían información y una dupla socorrista. Si definían seguir adelante con la interrupción, a través del método medicamentoso ambulatorio, iban a contar con “una guardia telefónica activa.”

Con la pandemia fue imposible generar presencialidad. Si bien estaban vigentes en ese momento los abortos por causales, considerados servicio esencial en la emergencia, no era fácil acceder a un establecimiento de salud, cuya prioridad era la atención de pacientes con covid-19 y tampoco circular por la calle.

Cuando llamaban se les tomaban los datos y se las derivaba a una socorrista que se pondría en contacto a la brevedad.

“Le decíamos que una compañera se iba a comunicar con ellas en el transcurso del día, porque además todas nos estábamos acomodando al trabajo, a los estudios, a la familia, estábamos encerradas, todas lejos. Eran más las ansiedades que sentíamos al celu que antes de la pandemia. La mujer también estaba en su casa, no tenía tanto tiempo”, afirma Luján.

El primer contacto implica un gran compromiso emocional y una escucha atenta.

Hay mujeres que llaman muy angustiadas y lloran, y lloran. Tenés que calmar esa ansiedad, porque tampoco sabes lo que le está pasando del otro lado. Te cuentan re poco y no podés ayudarla más que en eso que te pide.

¿No todas las que llaman a la línea son feministas?

-No, pasa que te hablan en la llamada y dicen “yo antes era pañuelo celeste y ahora yo sé que puedo decidir”. Es como que lo tienen que sentir en su cuerpo, algunas. Por ahí acompañan a sus hijas. Muchas que tienen religiones, que van a la iglesia, que son creyentes, que son practicantes y también abortan.

La legalización del aborto no implicó una reducción en la atención. En 2021 hubo 378 llamadas. Foto Florencia Salto.

El 30 de diciembre de 2020 Argentina sancionó una ley que autoriza la interrupción voluntaria del embarazo hasta la semana 14 de gestación inclusive. Ese fue para Luján el momento de mayor felicidad. Las llamadas no frenaron, hay personas que todavía se topan con obstáculos en el sistema de salud.

-¿Siempre que llaman están decididas a abortar?

-Hay de todo. Vos cuando pasas a la compañera que va a acompañarla le decís: “está buscando info y solamente eso.” Ellas deciden si quieren seguir o quieren abortar con nosotras.

-¿Llama la persona o llaman amigas?

Hasta la abuela me estaba escribiendo recién de una chica que estaba embarazada, que tenía un atraso. Nosotras nos ponemos re firmes: “tenemos que hablar con ella, ella me tiene que llamar a mí, vos no vas a abortar”. Siempre pedimos que nos llame la persona que va a hacer el proceso.

La marea verde la envolvió en 2018 y la dejó en esta orilla. Ella cargaba con prejuicios de los que aprendió a desprenderse en los acompañamientos: “yo antes pensaba ¿por qué las mujeres tienen tantos hijos?, no todas tenemos el mismo acceso a los anticonceptivos, no sabía que el DIU podía fallar”.

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Luciana: «Nosotras también merecemos llegar a viejas»


*Por Natalia López

Luciana Brizuela es una de las pocas mujeres trans de Allen con trabajo formal. Foto Florencia Salto.

“Hasta el día de hoy no creo que todos los días vaya a mi oficina, fiche, vista de administrativa y mis compañeros me saluden con calidez. Era lo que soñé. Amo mi vida y mi resistencia. Vivo porque resistí al maltrato, a la vulnerabilidad, a todo lo malo, y a todos los obstáculos que me puso la sociedad”, cuenta Luciana Brizuela.

Ella es una de las tres mujeres trans que viven hoy en Allen. “El resto migró por exclusión social o golpizas. Es que no es fácil ser trans en un pueblo chico”, explica, “donde la mirada, el comentario y el prejuicio siempre están latentes”.  

Hace nueve meses, en plena pandemia, comenzó a trabajar en el área de Desarrollo Humano del municipio y, por momentos, no lo puede creer: nunca antes había tenido un trabajo formal.  

Además de la discriminación a la que están expuestas, las condiciones de vida de las mujeres trans son muy frágiles. La exclusión sistemática de la educación a temprana edad y del mercado de trabajo en la juventud y adultez, las ha confinado en la pobreza estructural, forzado a la explotación sexual y expuesto a más violencia machista. Es por eso que, en nuestro país, la expectativa de vida de una persona trans ronda entre los 35 y los 40 años.
Por otra parte, el contexto de la pandemia por covid-19 profundizó la situación de pobreza y exclusión en la que viven.

“El aislamiento y la imposibilidad de poder tener un ingreso formal, son reales. Son muchas las compañeras que si no se paran en una esquina no tienen qué comer. La pandemia las volvió a recluir en su hogar, a trabajar clandestinamente en sus casas, exponiéndolas a mayores riesgos”, indica Luciana.

Frente a esto, las redes entre quienes integran la comunidad trans de la región funcionan y crecen más allá de la geografía: “cuando alguna no tiene para comer, pagar la luz, el gas o el alquiler acude a otra. Llevamos módulos de alimentos a Neuquén, Cipolletti o Roca, donde esté la más necesitada”.

Luciana admite que sin la contención y el acompañamiento de los suyos no hubiera podido llegar hasta este punto de su vida.  Su mamá, papá y hermano siempre estuvieron al lado para contenerla y darle herramientas. Así pudo terminar el secundario, estudiar en un terciario, recibirse de administrativa en bancos y finanzas y poder pensar en seguir estudiando. Además, integra la Agrupación Diversa de Allen que nuclea a personas de la comunidad LGBTI+ de la ciudad.  

Aun con este contexto familiar a favor, conseguir un trabajo formal no fue fácil. “En Allen ya estaba aprobado el cupo laboral trans pero no se ponía en vigencia. Fue todo un dilema, tuve que poner la cara, reunirme con legisladoras y decir que no se estaba cumpliendo. ¿Por qué tenemos que estar destinadas a una esquina? La falta de oportunidades es responsabilidad del Estado”, asegura.

“Vivo porque resistí al maltrato”, asegura Luciana Brizuela. Foto Florencia Salto

Luciana ingresó como contratada al municipio tras reunir los requisitos para acceder al puesto. Ahora tiene que esperar a que salga el pase a planta permanente.  

A nivel nacional, en septiembre del año pasado, el presidente Alberto Fernández firmó el decreto que establece el cupo laboral para travestis, transexuales y transgénero en el sector público nacional. Por otra parte, la Cámara de Diputados busca este 2021 sancionar una ley de cupo laboral que contempla estímulos al sector privado. Ya está aprobada en comisiones y se espera su debate en el recinto.

Desde 2018, Río Negro tiene cupo laboral trans que comprende al 1% del total de trabajadores contratados y de planta permanente del Estado provincial. Viedma, Bariloche, Cipolletti, Regina, Allen y Roca tienen normativa en este sentido.

“Son muy pocos los municipios en los que se aprobó el cupo, se puso en vigencia y se cumple en su totalidad. Sería genial que a nivel nacional y provincial se le dé importancia. Nosotras también merecemos llegar a viejas, morir en una cama digna, tener una jubilación, tener educación y acceso a la salud”, señala.  

El deseo de Luciana es que el día de mañana “te tomen por tus aptitudes y no por tu condición sexual. Por eso es importante que se apruebe el cupo laboral trans y se ponga en marcha inmediatamente, que se nos visibilice y se nos respete. Las mujeres trans también valemos”.


Zulema: «Guadalupe es la punta del iceberg, hay que ver lo que está por debajo»


*Por Laura Loncopan Berti

Zulema Aguirre tiene 56 años y es integrante de Wakoldas. Foto Gonzalo Regis.

Zulema Aguirre no deja de responder llamados y mensajes desde el 23 de febrero pasado, cuando Juan Bautista Quintriqueo asesinó a Guadalupe Curual en Villa La Angostura. La demanda de la prensa no cesa. Primero porque renunció el juez Jorge Videla para esquivar el posible jurado de enjuiciamiento en su contra, por su intervención en las denuncias previas que hizo la joven. Luego sobrevino la muerte del femicida en el hospital Ramón Carrillo de San Martín de los Andes. No habrá acusación, ni juicio. Lo que sí se mantuvieron fueron las asambleas de las 19.

“No es casualidad donde pasó lo que pasó, porque es justamente la postal turística de Villa La Angostura. El femicidio de Guadalupe es la punta del iceberg nada más, hay que ver todo lo que está por debajo todavía. Esta imagen que quieren vender lo único que hace es profundizar esta diferencia social que hay, porque son estas mujeres después las empleadas precarizadas de los hoteles de cuatro, cinco estrellas que venden al mundo”, repite Zulema.

En 2006 llegó al sur de Neuquén desde el conurbano bonaerense. “Vengo con ese acumulado de trabajo y acá lo que empecé a hacer es acompañamiento, generar espacios de diálogo con las mujeres y como sucede en todos lados, ¿no? Lo que surge es esto: la falta de acompañamiento, de no escucha de parte de las instituciones del Estado y ahí nos fuimos organizando, al principio éramos muy poquitas”, recuerda.

Hoy integra Wakolda, parte del Frente Popular Darío Santillán, que se sumó a estas asambleas espontáneas creadas al calor del dolor y la bronca de mujeres, algunas con recorrido activista y otras apenas asomándose. “El rol que cumplimos nosotras en esa explosión fue organizar un poco, nada más, pero después el acumulado de saberes estaba”, afirma.

El sitio del femicidio fue ritualizado. Foto Gonzalo Regis.

Durante el aislamiento obligatorio, cuenta Zulema, el comedor en el barrio Mallín fue “el puente” para quienes vivían situaciones de violencia machista y estaban confinadas con sus agresores. “Hacíamos inclusive mucha cartelería en el lugar donde se entregaba la comida de: “si necesitas ayuda, hacemos un gesto”. Hemos fijado distintas estrategias para no exponerlas, porque en un momento entregábamos 300 raciones de alimentos por día. Hemos trabajado los siete días de la semana en el momento pico, habrá sido en julio, agosto, septiembre” asegura.

El hospital local, señala, “era el único lugar un poco más cálido, con las trabajadoras sociales, las enfermeras. Donde les decís (a las mujeres): “no vayas a la comisaría, andá al hospital”. Plantea que “a pesar del sabor amargo de que nos hubiera gustado que Quintriqueo goce de buena salud y vaya a la justicia, la verdad es que de alguna manera nos sorprendió la reacción del pueblo y ahora está quedando (en marcha) un grupo de mujeres jóvenes”. Las mismas que lograron que el municipio declare la emergencia en violencia y que marcharán el lunes 8.

Si Guacolda, guerrera indígena y compañera de Lautaro, fue un mito o no puede ser tema de controversia. Lo que no está en duda es que todo este territorio fue colonizado y hay huellas por doquier. Curual es un apellido de origen mapuche. El de su femicida, también.

Zulema dice: “Si (las instituciones) tomaron conciencia real de lo que pasó y lo que puede llegar a pasar, creo que se tienen que poner a la altura de la circunstancia, de los acontecimientos y realmente trabajar al lado nuestro”.

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«Mis contactos son mamás, ellas se hacen cargo de la crianza»


*Lorena Vincenty

Magalí Gutiérrez es docente y trabaja en atención temprana desde 2006. Foto Emiliana Cantera.

Le dicen Maga. Es docente de educación especial con un postítulo en estimulación temprana y pasó la cuarentena en su casa, con su gato, resolviendo sin magia las demandas de sus alumnos, de las mamás, de los directivos y sus propias angustias.

Magalí Gutiérrez tiene 37 años y trabaja en atención temprana a niñes de 0 a 3 años desde el 2006. Formarse y poner el cuerpo es la base de lo que hace y cuando la pandemia decretó que no había más presencialidad, ni upa, ni cerca, vivió un momento “caótico”.

“Entré en una crisis terrible. Dije: “ yo eso no lo sé hacer, no se puede sin el cuerpo y el encuentro con el otro.” Necesito un vínculo con esa mamá que, en un proceso de duelo, en el que acaba de saber que su hijo tiene discapacidad, viene a compartir una crianza. Es un camino que se hace con mucho respeto, un ida y vuelta desde la confianza. Si eso no está, pensaba, no hay nada”, afirma Magalí mientras prepara su vuelta a la escuela con pocas certezas.

Una computadora portátil y un celular fueron las herramientas con que debía reinventarse. Comenzó a hablar por teléfono, con una disponibilidad de entre 12 a 16 horas diarias. Hacía videollamadas, pensaba  propuestas, mandaba videos. Había que meterse en la casa de los alumnos de manera virtual y también abrir la suya, porque creyó que era justo. Desparramó sus pelotas y juguetes para acompañar a las mamás sin invadirlas, dice ,y cada vez que habla de la interacción con la familia de sus alumnos nombra a “las mamás”.

“Siempre las mamás, todos mis contactos son mamás. Ellas se hacen cargo de la crianza. Los papás o no están, no se encargan o no se involucran. Cuando estamos en lo presencial demandamos y a veces aparecen, pero no es lo común, es algo cultural que está arraigado”, destaca.

Su sensación permanente era de frustración: le contaban que no llegaban a fin de mes, que habían perdido la changa que hacían, que no sabían cómo sostener la asistencia del Estado.

“Había que hamacarse con eso. Les mandaba una propuesta de juego y esperaba que me digan si les había gustado, y a veces no podían dedicar tiempo al juego. Sin tomarme atribuciones, porque no soy psicóloga, ni trabajadora social, acompañaba. Además cuento con el apoyo de mi equipo de trabajo”, cuenta.

Cuando repasa lo que hacen sus colegas, Magalí también habla de mujeres. Educación es un lugar habitado por mujeres, como las demás áreas de cuidado. Fuera del sistema, esas tareas están mal pagas y no suele haber muchos varones.

Las madres de sus alumnos son las protagonistas en la crianza. Foto Emiliana Cantera.

“En las escuelas, los varones generalmente son secretarios generales en los gremios o ocupan cargos directivos. A veces, es más fácil para ellos, porque no tienen familia a cargo, o tienen mujeres que se hacen cargo y ellos cuentan más tiempo para capacitarse”, destaca.

En la pandemia Magalí es una imprescindible. Las tareas que realizó el año pasado continúan y se suman a los desafíos que ya enfrentaban desde antes que un virus ponga patas para arriba el mundo.

“Las mujeres somos las que más intervenimos por una educación de las infancias y ya no de nene, nena, que trabajamos para poner fin a juegos estereotipados, o al desarrollo de habilidades sectorizadas. Hoy tenemos más de 50 femicidios en lo que va del año y estamos en un lugar de privilegio para trabajar algunas cosas con las familias. Ya no solo se trata solo de nombrar lo que nos está pasando, sino de transformar, desde pequeños, el tema de las masculinidades”, concluye.


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