Las ciudades están perdiendo atractivo


Es probable que en la nueva normalidad tanto ricos como los capaces de aprovechar las comunicaciones digitales sigan optando por alternativas a las metrópolis gigantescas.


De tomarse en serio lo que dicen, muchos kirchneristas están convencidos de que la Ciudad de Buenos Aires es la fuente de todos los males del país. Además de ser rica en comparación con zonas urbanas aledañas de la provincia homónima, lo que a su entender es sumamente injusto, está llena de runners perversos que apoyan a sujetos como Horacio Rodríguez Larreta y, lo que es peor aún, Mauricio Macri.

Para poner fin a la anomalía que tanto les molesta, quisieran integrar la ciudad rebelde al conurbano bonaerense, razón por la cual hablan tanto del “AMBA”. El coronavirus les ha brindado un buen pretexto para tratar la aglomeración urbana así denominada como una unidad indivisible. Es por eso que Alberto Fernández y, con vehemencia llamativamente mayor, Axel Kiciloff, culpan a los porteños por la ferocidad de la fase actual de la pandemia.

Aunque es poco probable que los kirchneristas consigan privar la Capital Federal de su autonomía, continuarán haciendo lo posible por quitarle recursos para entregarlos a las arcas provinciales con la esperanza de hundir a Rodríguez Larreta.

En esta empresa, contarán con la ayuda no sólo del coronavirus sino también de lo que parece ser un fenómeno mundial. En todas partes, las ciudades están perdiendo su poder de atracción.

Antes de irrumpir la pandemia y con ella el “distanciamiento social”, más de la mitad de la población del mundo vivía en ciudades; se preveía que, para 2050, lo harían dos tercios.

En aquel entonces pareció lógico que cada vez más personas aspiraran a salir de lo que Karl Marx calificaba caritativamente de “idiotez rural”, trasladándose a centros urbanos donde, se suponía, habría más oportunidades para todos. Hubo motivos para creer que la tendencia era irreversible.

Demás está decir que la pandemia obligó a los demógrafos, sociólogos y especialistas en temas urbanísticos a revisar sus pronósticos. Muchos creen que el debate internacional en torno a los pros y los contras de la vida urbana que el virus ha desatado tenga consecuencias a largo plazo porque el progreso tecnológico hace que las distancias físicas importen mucho menos que en el pasado.

Si bien hasta hace poco las desventajas laborales del aislamiento eran decisivas, el “teletrabajo” se las ha arreglado para reducirlas. No extraña, pues, que en muchas partes del mundo quienes están en condiciones de hacerlo están mudándose a zonas rurales, pueblos chico o suburbios en que es mucho más fácil distanciarse socialmente que en las grandes ciudades.

Puede que, una vez vacunado el grueso de la población, en buena parte del mundo se restaure “la normalidad” de otros tiempos, pero es más que probable que tanto los ricos como los capaces de aprovechar las comunicaciones electrónicas sigan optando por alternativas a las metrópolis gigantescas que, sin los ingresos aportados por los habituados a pagar impuestos altos y gastar mucho dinero, perderán la capacidad para ofrecer a los residentes los servicios a los cuales se han acostumbrado.

Por motivos comprensibles, en Estados Unidos, los encargados de las grandes ciudades no ocultan la preocupación que sienten por lo que, según algunos comentaristas, está resultando ser un éxodo masivo de personas que quieren disfrutar de los servicios culturales brindados por los centros urbanos sin sufrir los inconvenientes que les supondría vivir en ellos. El fenómeno no es nuevo, pero gracias al coronavirus, el año pasado cobró más fuerza.

Asimismo, mientras que en América latina la miseria suele concentrarse en zonas adyacentes a las ciudades, en el Norte del continente lo hace en distritos céntricos que “la fuga de blancos”, y otros que disfrutan de un buen pasar o son profesionales exitosos, ha dejado a las “minorías étnicas” mayormente pobres como las conformadas actualmente por negros e “hispanos”.

Las ciudades más notorias en tal sentido son Detroit, que en 1950 era por el ingreso per cápita la más rica de Estados Unidos y medio siglo después una de las más pobres, y Chicago, pero según los medios norteamericanos, algo similar está sucediendo en Nueva York; aun cuando el impacto de la pandemia resulte ser pasajero, habrá servido para acelerar cambios que ya estaban en marcha.

Los especialistas coinciden en que el virus ha dado un impulso a actividades propias de la economía del conocimiento en desmedro de las tradicionales, comenzando con las vinculadas con la hospitalidad que incluye a hoteles, restaurantes, teatros, el turismo y el transporte aéreo que contribuyen enormemente a mejorar la calidad de vida en ciudades como Buenos Aires.

Debilitados por encierros prolongados, tales sectores no se recuperarán fácilmente de los golpes que han recibido.


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