Las calles del centro de Bariloche quedaron más solas que nunca
Las imágenes estremecen por lo inéditas. En Mitre reina la desolación. En cambio, en los barrios hay algo de movimiento en torno de los comercios de proximidad, que tienen ventas dispares.
El aislamiento obligatorio cambió rutinas que se evidencian en las calles con escaso movimiento de peatones y automovilistas pero al mismo tiempo impuso nuevas preocupaciones entre los comerciantes minoristas “de proximidad”, que pugnan por frenar la caída en la facturación.
Las calles céntricas lucían vacías ayer en el séptimo día de aislamiento obligatorio. En las principales calles comerciales, Onelli y Mitre, los locales están cerrados con rejas y candados, incluso algunos retiraron todos los productos de vidrieras. El panorama es desolador aunque por momentos, sobretodo después del mediodía, algunas personas circulan en busca de alimentos y elementos de primera necesidad.
En los barrios de la Pampa de Huenuleo se reportó en los últimos días mayor movimiento de gente, tal vez por la ausencia de controles de las fuerzas de seguridad en las calles internas. En los Kilómetros solo se nota movimiento en los pequeños centros comerciales que se forman en los ingresos a los barrios. Algunos comerciantes aseguraron que no han tenido hasta ahora problemas de stock ni incumplimientos de sus proveedores, salvo los que venden alcohol en gel y artículos de limpieza, como la cadena local Superclin, cuya sucursal del barrio Virgen Misionera se quedó sin varios de los productos más demandados.
El encargado de ese local, Martín Zarza, dijo que “la gente en su mayoría es comprensiva y lo toma bien, pero otros también se han enojado y nos acusan de tener la mercadería retenida”.
Dijo que las ventas se redujeron porque “se sale mucho menos, lo indispensable. Pánico no se ve, pero sí algunas conductas que parecen excesivas, como los que andan por todos lados con barbijo y guantes, a pesar de que no haría falta, según informan”.
Las ventas se cayeron en picada en algunos comercios como la panadería La Casita de Mani (Bustillo 4800), que si bien vende pan, tiene su fuerte en las facturas y los sandwiches.
“De una caja de 10.000 pesos por día bajamos a un promedio de 1.500 y hasta tuvimos algún día de 300 pesos”, dijo la empleada a cargo del local, Mónica Seguel.
Aseguró que “el clima que se ve en la calle es de mucha preocupación, porque no se sabe hasta cuándo va a durar esto. La gente se cuida y gasta lo mínimo, porque se quedó sin ingresos o teme perder el trabajo”.
Dijo que si bien compran poco, “hay mucho vecino dando vuelta, que sale a distraerse. Hay bastante movimiento, algunos con perro, otros sin perro. No parece que todos vayan a hacer algo indispensable”.
La caída en las ventas parece no ser para todos igual y tiene que ver con los rubros y también con las estrategias. Cristian Fernández, el propietario del minimercado Nilpi, en el barrio La Cascada, dijo que trabaja “primeras marcas” y en su caso mantuvo volúmenes de trabajo similares a los previos a la cuarentena. Tiene una clientela estable “de bueno poder adquisitivo”.
“La situación es de mucha incertidumbre, pero la gente se comporta muy bien, no se enoja. Yo veo bastante movimiento –señaló–. Algo que se vende mucho más es harina, levadura y grasa. Se ve que la gente tiene tiempo y cocina más. Nos quedamos sin azúcar y cuesta conseguir”.
El panorama complejo que enfrentan los pequeños comercios en la zona oeste de la ciudad los obliga a aprovechar al máximo el horario restringido, garantizar mercadería variadas y buen precio para atraer a quienes prefieren esquivar los supermercados y sobre todo tener disposición para atender todo tipo de historias personales.
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