«La última lectora», lo nuevo de la escritora Raquel Robles
Este texto está embebido en la misma escena dramática que dio lugar a "Papá ha muerto" y "Hasta que mueras", sus anteriores novelas.
Con una prosa que pone a narrar acontecimientos desde los gestos y la corporalidad de los personajes, la escritora Raquel Robles indaga desde su novela «La última lectora» sobre los modos en que la experiencia del dolor impacta sobre la escritura a partir del naufragio emocional de una mujer que afronta, en una sincronía fatal, la saciedad de su deseo con la muerte de un niño al que ha intentado proteger.
Sobre la cartografía articulada en torno a la idea de pérdidas y derrotas que impregna la obra de Robles, asoma ahora este texto embebido en la misma escena dramática que dio lugar a «Papá ha muerto» y «Hasta que mueras», un corpus que intercepta un momento oscuro de su biografía -la muerte de su hermana y el fin de una relación que sombreó su autoestima- y que en «La última lectora» se disimula en una trama donde la anécdota es enunciada secamente para dar paso a una operación de pesquisa sobre el lenguaje y el cuerpo, que aparece como receptáculo del placer, la muerte, la violencia o el dolor.
Así, en este texto recién editado por el Fondo de Cultura Económica, la escritora deja ver las marcas de su identidad sin que se confundan con las de su biografía y plantea una historia centrada en una mujer que se siente responsable por la muerte de un chico, al que ha intentado desviar de una historia de desgarro y marginalidad. Asume como propia la imposibilidad institucional para rescatarlo y se deja castigar en la calle por una patota tan a la deriva como aquel joven que ha decidido interrumpir su vida.
Robles, que también ha dirigido institutos para menores en conflicto y militante histórica de la agrupación H.I.J.O.S, se interna en la procesión interminable de esta protagonista que decide establecer una frontera tajante entre vivir y sobrevivir -a diferencia del hombre con el que comparte esa noche fatal- acaso porque la martilla la culpa de saberse en pleno clímax sexual mientras tiene lugar la tragedia. En ese punto, la novela instala una dimensión punitiva del deseo que cataliza una lectura de la narrativa religiosa y dialoga más secretamente con la criminalización del goce que se coló en los debates por la legalización del aborto.
P: La muerte y la pérdida se filtran de manera recurrente en tus libros, desde «Pequeños combatientes» a «Perder» o «Hasta que mueras» ¿De qué manera se inserta este nuevo texto en esa genealogía?
Raquel Robles: Es cierto que en mis libros, planteándolos como una genealogía, hay pérdidas, inclusive en «La dieta de las malas noticias». De hecho, el primer libro que publiqué se llama «Perder». Desde que empecé a escribir hasta determinado momento me interesaron mucho las historias de pérdidas y en algún momento me interesó ver cómo esas pérdidas impactaban en la lengua, en la forma de pensar el mundo y las formas de decir.
En este libro hice el intento de mostrar desde el modo en que está organizado el lenguaje, pero no solamente con la sintaxis, sino en la forma en que se organizan los gestos y las omisiones para mostrar esas tragedias. Mi biografía tiene algunas pérdidas fundamentales y tiene también muchas ganancias. Creo que se cuela por ahí no en las anécdotas o en las cosas que se cuentan sino en el modo en que los y las protagonistas se sobreponen a esas pérdidas por vía de una serie de actos voluntarios que ponen el cuerpo en un lugar donde no quiere estar para que después el alma vaya llegando a habitar ese cuerpo cuando el dolor es mucho.
P: La muerte se vincula en una misma secuencia con el deseo y el amor, aunque estas instancias quedan atrapadas en la onda expansiva del dolor que sumerge a la protagonista ¿Cómo se resignifica esta imbricación entre placer y culpa?
R.R.: Me interesa del relato bíblico la idea del placer y la culpa vinculados a cumplir una misión que trasciende el marco de la vida propia. El placer en el cumplimiento de esa ambición, la culpa que aparece cuando se fracasa y la idea de hacer con el propio fracaso un hito que permita a otros y a otras en algún momento triunfar, que es un poco la historia de Jesucristo, la del Che Guevara y la de mi familia también (risas). Después, hay cosas que tienen que ver con el patriarcado, con la penalización del aborto en el sentido de penalizar las consecuencias de haber gozado. Y eso está un poco colado en una noche de sexo que en el relato de esta protagonista se paga con la muerte.
P: «La lectura se opone a un mundo hostil, como los restos o los recuerdos de otra vida», dice el narrador. ¿Se plantea como un punto de fuga, genera un distanciamiento de lo real que nos pone a salvo de esa hostilidad?
R.R.: Como este libro no tiene marcas, como comillas o itálicas, muchas veces los textuales están metamorfoseados con el pensamiento de la protagonista. Intenté que ella pensara con libros y por eso hay tantos textos que pueden vincularse con la crítica en el sentido de pensar no tanto qué dicen los libros sino cómo se hicieron. Para mí tiene que ver con este personaje y con cómo está viviendo estas circunstancias y las cosas que elige -si es que en la tragedia se puede elegir- para sobrevivir.
Contrariamente a este personaje, no creo que la lectura te salve de la hostilidad en el sentido clásico de la evasión. La lectura te permite significar lo que estás viviendo y a su vez colocar lo que estás sintiendo en secuencia o en serie con un montón de otras y otros que sintieron cosas parecidas o con las que te identificás, o que nombran lo que sentís de un modo que no podrías haber nombrado. La realidad son una serie de narrativas que le ganan a otras narrativas. La literatura no te salva de la hostilidad en el sentido de la mugre del mundo. De lo que te salva es de la hostilidad de sentirte extranjera en este mundo, de la pérdida de sentido que implica la hostilidad.
P: Tras una experiencia que la shockea, la protagonista entabla con el mundo una relación de supervivencia en la que se lee un renunciamiento. ¿Esta disquisición entre vivir y sobrevivir se puede considerar una elección consciente? ¿Hay acaso alguna forma de goce subterráneo en este posicionamiento que coloca a la protagonista en situación de derrota?
R.R.: Goza en un sentido psicoanalítico, es decir, goza un poco su circunstancia pero en el sentido de no poder hacer otra cosa, de quedarse con los gestos mínimos de la supervivencia y renunciar a esos otros gestos que están, como dice María Zambrano, «prometidos a un futuro inconmensurable». Ella tiene un deseo que va por otro lado, es un deseo diferente al del amor romántico. No sé si son dos posiciones antagónicas pero sí están antagonizadas en ese relato y en la imposibilidad de juntar esas dos formas del amor, ella se queda con una forma y él se queda con otra.
P: Decís que una bomba estalló en el centro de tu escritura y que dejaste de creer en todo y que ese proceso implosionó sobre la novela ¿La escritura fue al mismo tiempo el disparador de la crisis y el recurso que te permitió volver a establecer lazos con el mundo?
R.R.: La escritura fue posibilitando mi propia supervivencia y a su vez mi supervivencia fue habilitando la posibilidad de otras escrituras.
Me fui levantando de ese tortazo que me dio la vida que tuvo que ver con ese vínculo y con la muerte de mi hermana en el 2017. Esa muerte fue el tiro de gracia de una serie de pérdidas familiares y salí de ese pozo pegándome patadas en el culo a mí misma y proponiéndome actos de voluntad delirantes, como la protagonista del libro. No esos mismos actos delirantes pero sí con la misma energía loca o la misma tónica de la fuerza de voluntad -y de análisis, de sanarme por otras vías- , de sacarme de los pelos. Parafraseando a mi analista, ella me dijo que cada persona se angustia con lo que es y con lo que tiene y yo me angustié produciendo. Esta novela fue protagonista del final no solo de un vínculo sino de un modo de vivir y de entender el mundo y también fue el puntapié inicial para volver a vivir y entender el mundo de otra manera.
Agencia Télam
Con una prosa que pone a narrar acontecimientos desde los gestos y la corporalidad de los personajes, la escritora Raquel Robles indaga desde su novela "La última lectora" sobre los modos en que la experiencia del dolor impacta sobre la escritura a partir del naufragio emocional de una mujer que afronta, en una sincronía fatal, la saciedad de su deseo con la muerte de un niño al que ha intentado proteger.
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