La segunda muerte deYanet
Mujeres jóvenes, las víctimas. El anochecer, la hora elegida. El arma, un revólver. El disparo, a quemarropa. El asesinato impune de Yanet Opazo y la agresión a Claudina Kilapi tienen mucho en común con el triple crimen de Cipolletti. Lo principal: Kielmasz, en el lugar del hecho, y él mismo advirtiendo la relación. Cuando todo parecía aclarado, la confusión creada por las pericias y su interpretación judicial impidieron esclarecer el crimen.
Mañana:
Reveladores datos sobre un antecedente que hasta el momento no fue considerado y que pudo haber marcado el destino de las jóvenes víctimas.
Por Julio Rajneri
Yanet Opazo fue asesinada al anochecer del 26 de junio de 1993. Fue atacada sorpresivamente por un desconocido que también hirió gravemente a su amiga Claudina Kilapi.
Ambas amigas paseaban y reían, ajenas al invisible merodeador que las acechaba.
Las sospechas en la primera etapa de la investigación se dirigieron contra un ex novio de Yanet, a quien se le secuestró un arma que podía haber sido la del disparo. Pero las pruebas no fueron concluyentes y no se lograron avances sustanciales en la investigación.
Sorpresivamente 5 años después Claudio Kielmasz, detenido por el triple crimen, hace explotar una bomba y se coloca en el centro de la escena.
«¿Se acuerdan del caso Opazo? Es un asesinato que cometió mi hemanastro Torres».
Una declaración similar lo había convertido antes en el principal sospechoso del asesinato de las hermanas González y Verónica Villar. A partir de ese momento la investigación, con la intervención de la Policía Federal, toma un cariz distinto. Se realizan pericias del arma, aparecen testigos y se termina dictando el auto de procesamiento contra el propio Kielmasz.
E inevitablemente se relacionan ambos crímenes y sus sorprendentes coincidencias.
El ataque se produjo en una cortada del barrio Labraña. Es una zona deshabitada, con mucha vegetación y bastante protegida de la vista del público. No tiene luz. El parecido con el área de los olivillos, donde aparecieron los cadáveres de las tres chicas, es muy llamativo.
El barrio Labraña es un lugar que Kielmasz frecuentaba en sus visitas al templo evangélico. Algunos testigos dicen que en el año «93, entre ellos el propio pastor. Su mujer lo admite, pero recién a partir a partir de 1994.
El arma utilizada en los dos casos fue un revólver calibre 22 corto.
Como Paula González, Yanet Opazo tiene un puñetazo en la boca que le hizo perder piezas dentales.
Ambos ataques se produjeron al anochecer, esa hora que los hombres de campo definen como «entre dos luces».
Las personas atacadas son mujeres jóvenes, estaban paseando y no hay indicios de que las relacionen con un motivo pre -existente o algún episodio previo que dé a las muertes un motivo comprensible.
Kielmasz realiza varios contactos con los familiares de las víctimas en el triple crimen y participa de las manifestaciones populares. Aunque la prueba es más débil, los padres de Yanet creen haberlo visto en tres oportunidades y no hay dudas de que siguió visitando el barrio Labraña después del homicidio.
Como en el caso del triple crimen, Kielmasz aparece relacionado con la muerte de Yanet Opazo a partir de sus propias y espontáneas declaraciones, cuando nada ni nadie lo vinculaba a ese episodio. Y también en las dos declaraciones involucra a un hermanastro.
En los dos casos, Kielmasz es reconocido por haber estado merodeando en el lugar antes de producidos los atentados. En el caso de Yanet, hay muchos testigos que describen a la persona antes, durante y después del ataque y una de ellas lo individualiza claramente, porque lo conocía. Y todo coincide con la fugaz visión que Claudina Kilapi tuvo del atacante.
Las dos pericias iniciales realizadas con el arma entregada por Kielmasz en Cipolletti parecieron cerrar los dos casos.
Todos los disparos mortales correspondían a la misma arma, el revólver Bagual calibre 22 corto, con la numeración limada, que pertenece a la madre de Kielmasz.
Sin embargo a la larga, son las contradicciones de las pericias las que determinan, primero a la Cámara, anular el procesamiento y después al propio juez a dictar el sobreseimiento de Kielmasz, que se sumó a las anteriores desvinculaciones.
Las pericias realizadas fueron sobre dos armas calibre 22, marca Bagual, la primera número 355483 de Fabián González, y la otra con numeración limada, que es la que pertenece a Kielmasz.
La primera pericia realizada por el departamento de Criminalística de la Policía provincial en Roca afirma que el arma de González es la que disparó el tiro mortal hacia Yanet Opazo. Una nueva pericia hecha por la policía de Neuquén sobre la misma arma encuentra elementos coincidentes, pero no llega a ninguna conclusión porque las similitudes no son decisivas.
La tercera pericia, siempre sobre la misma arma, es de nuevo de la policía de Roca que, contrariando su anterior dictamen, dice que el arma 355483 no fue la que disparó la bala extraída del cadáver de Yanet Opazo.
La primera y decisiva pericia en el otro revólver que aportó Kielmasz, efectuada por la Policía Federal el 29 de enero de 1998, dictamina contundentemente que las balas que mataron a Paula y María Emilia González y a Yanet Opazo están disparadas por la misma arma, el Bagual calibre 22 limado.
Pocos días después el Departamento de Criminalística de Neuquén confirma la misma opinión de la Policía Federal y hace un informe coincidente.
Un nuevo dictamen requerido a Gendarmería Nacional concluye que, atento al estado que se encuentra la bala, no se puede dictaminar ni realizar una pericia con resultados definitivos.
Finalmente, en la última etapa de la investigación del juez Torres, la policía de Roca -en la misma oportunidad en que produce el segundo dictamen sobre el arma de González- dice que la bala no corresponde tampoco al arma que entregó Claudio Kielmasz.
En definitiva, las pericias crearon tal embrollo y tal confusión que la investigación que parecía haber llegado a la clarificación definitiva de los dos casos, terminó paralizada.
Al margen de las razones jurídicas, que pudieron haber estado motivadas en el propósito de garantizar el debido proceso legal, la evaluación es que las pericias son objetables en dos aspectos que tienen importancia decisiva.
La policía de Río Negro y el perito Prueger, vinculado a la de Neuquén, estuvieron enfrascados en una polémica con ribetes escandalosos respecto de sus respectivas capacidades científicas y éticas, en ocasión de las dos primeras pericias realizadas en el arma de González.
A su vez, era notorio el malestar producido en la policía rionegrina por la participación de la Policía Federal en la investigación de los crímenes, que fue interpretada como una negación de sus propias aptitudes para cumplir esa función.
Hasta qué punto el resultado de esas pericias ha estado influenciado por aquellas circunstancias, puede ser solamente objeto de conjeturas. Pero, en caso de duda, la prudencia aconseja recurrir a arbitrajes neutros que no estén contaminados por la sospecha de que sus dictámenes puedan estar alterados por factores ajenos a la tarea específica.
La otra observación se refiere a la autoridad. ¿Qué hacer cuando dictámenes supuestamente científicos llegan a conclusiones totalmente opuestas?
La primera definición es que debe primar la opinión de aquellos organismos cuya superioridad técnica y científica resulte incontrovertible. En el caso de las pericias balísticas, no hay un organismo en la Argentina que supere a la Policía Federal en esta materia. La mayoría de las policías provinciales adiestra a sus efectivos en la Federal o en establecimientos vinculados con ella y su rol en nuestro país es similar al que cumplen Scotland Yard en Inglaterra o el FBI en Estados Unidos.
Equiparar una pericia de la Policía Federal con las realizadas por las policías de nuestras provincias, que tienen formación reciente y escasas oportunidades de hacer experiencia, no es a nuestro juicio una decisión correcta. Y, cuando haya necesidad de requerir una nueva pericia, lo lógico es remitirse a una autoridad en lo posible superior o al menos equivalente a la que se pretende cuestionar. En ningún caso a una inferior.
En todo caso, este tema pudo y debió ser materia de debate en el juicio, para que las partes tuvieran la oportunidad de confrontar los dictámenes, interrogar a los peritos y esclarecer las causas de la disparidad.
En cambio, Kielmasz fue sobreseído definitivamente en una causa que contiene, a mi juicio, decisiones judiciales inexplicables y errores producto de la incompetencia de alguno de los expertos consultados.
Las pericias cerraban el círculo de las pruebas que lo incriminaban pero, al margen de ellas, el asesino es identificado por lo menos por media docena de testigos.
Está descripto minuciosamente y en forma casi totalmente coincidente en los detalles. Es un muchacho de entre 18 y 20 años, de cutis blanco, de contextura delgada, pelo lacio, vestido con zapatillas, jeans y campera verde.
Y Julia Carreras, con la misma precisión, aunque dándole un color azul a la campera que llevaba al hombro, dice que esa persona es Claudio Kielmasz, a quien conocía del templo evangélico.
Kielmasz merodeando por el lugar. Kielmasz visto fugazmente por Claudina Kilapi en el momento del ataque. Kielmasz huyendo del lugar después de los disparos y cruzándose con Huayquillán.
Y dos de las tres pericias realizadas, entre ellas la de la Policía Federal, la más confiable, dicen que el arma de Kielmasz mató a Yanet.
¿Qué más pruebas se necesitaban?
Sin embargo, Kielmasz fue sobreseído definitivamente.
Legalmente no puede volver a ser juzgado.
De hecho, el crimen de Yanet Opazo quedará impune para siempre.
Y ésa será su segunda muerte.
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