La poética del desierto
Cipoleña, formada en el IUPA, se instaló en Buenos Aires en el 2007. Allí fusiona la fotografía con el dibujo, la pintura y el collage, siempre con la impronta de la Patagonia que nunca olvidó.
Yo soy: Julieta Anaut
P- ¿Podrías definir en diez palabras quién es Julieta Anaut?
R- Una artista marcada por el interior, marcada por el no pertenecer y grabada por la espina. Llevo los paisajes y los cuerpos de otras mujeres dentro de mí, para pinchar mis dedos cosiendo sus ropas y darles surgimiento a través de un río, en nuevos mundos de plantas, serpientes, jarrones y adornos frágiles.
P- ¿Cómo fue ese viaje en el que fusionaste la fotografía con el dibujo, la pintura y el collage a través de técnicas digitales?
R- Desde mi primera formación en pintura y grabado desarrollada en el IUPA, Río Negro; sumado al posterior trabajo en fotografía, cine y video que comencé a realizar una vez mudada a Buenos Aires en 2007; sumé diferentes formaciones e incorporé nuevos conocimientos y exploraciones sensibles. De a poco mi trabajo comenzó a orientarse hacia lo multidisciplinario y el cruce de lenguajes, donde el deseo va más allá de lo que una técnica o una disciplina permite, para ampliar el proceso de construcción de las imágenes.
P- ¿El Alto Valle dejó una impronta en tu manera de crear?
R- Como artista del Alto Valle y la Patagonia, me siento identificada con ese paisaje que me es propio, el del desierto. He nacido y me he criado en ese contexto árido y despojado. Hacer arte en esos lugares me ha llevado a habitarlos de otro modo, en un sentido más cercano y profundo. Las espinas, los cactus, la tierra seca y quebradiza, son parte de los escenarios que a veces se observan en mis trabajos. La relación con el agua también surge desde esa existencia y ese contraste. Me interesa la poética del desierto que se aleja de la idea de vacío, la que puede llevar al descubrimiento de un mundo extremo, sencillamente sutil y lleno de una vida nómade y silenciosa. También es un mundo que puede plagarse de fantasías misteriosas, que puede pensarse a partir de lo antepasado presente, de la prehistoria que vive bajo esa tierra, en sus huesos petrificados. ¿Qué sucede cuando ese lugar es el propio pero está lejano? ¿El arte puede ser una manera para afrontar el desarraigo, como un ritual que permita una conexión con lo perdido? Es probable que sí.
P- ¿Qué recordás de tu formación en el IUPA?
R- La recuerdo con mucho afecto, como un tiempo en que podía dedicarme al aprendizaje artístico en un ambiente que propiciaba un seguimiento muy personalizado. Allí se podía crear un vínculo estrecho tanto con estudiantes como con docentes que se sostenía en el tiempo.
P- ¿Se puede vivir del arte?
R- Creería que sí, aunque con mi carrera aún no puedo dar certeza completa de eso. Pero se puede vivir rodeado de arte e intentando producir lo más posible, aunque esto no siempre garantice una estabilidad económica. Por azar y por esfuerzo, hasta el momento he tenido la posibilidad de siempre mantenerme relacionada con el ambiente del arte, a veces aportando a trabajos de otras personas y otras veces desarrollando proyectos propios. Quizás lo ideal es pensar el hecho de “vivir del arte” como diferentes estrategias que nos permitan sostenernos en el circuito del arte a través de propuestas variadas, como la docencia, la exposición y venta de obra, la formación académica, la asistencia técnica, gestión de subsidios, becas o premios; los intercambios y colaboraciones entre artistas y tantas otras maneras de poder hacer lo que nos apasiona a pesar de los costos o las adversidades.
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