La personalización de la política

Por Gabriel Rafart

Calmadas las aguas de la agitación ciudadana por una profunda transformación de la política, momento que vivió su hora de gloria en el movimiento asambleísta, más porteño que nacional de principios del 2002, regresa al debate sin la pasión ni la urgencia de entonces.

Ahora es la clase política argentina la que reabrió la discusión sobre la necesaria modificación del modo de selección de candidatos y de los mecanismos electorales para que éstos arriben a posiciones de autoridad gubernamental, sobre todo en la arena legislativa. El propósito, deseable por cierto, es mejorar la calidad del vínculo que hace a la representación como institución política. Supone entonces incidir sobre las conductas y las cualidades tanto del elector como del propio aspirante a representante.

Aceptando que toda formulación de arquitectura electoral es caprichosa, donde siempre tendremos ganadores y perdedores, observemos algunos de los riesgos de uno de los esquemas propuestos.

No son pocos los que en la búsqueda de una mayor proximidad y empatía entre elector y candidato, devenido luego en representante, pretenden reinstalar, ya de manera exclusiva o combinada, un sistema de circunscripciones electorales uninominales. Los defensores de esta fórmula consideran que es mucho más fiable y deseable para el ciudadano promedio, ya que una cercanía de tipo «vecino» entre votante y aspirante a político le daría oportunidades al primero a impugnar o elegir al segundo todos los días. Supuestamente este tipo de personalización haría posible incrementar su cuota de responsabilidad política. Por supuesto que esta afirmación es de tono melancólico, ya que esa «vecindad» sólo existe para quien está próximo al aspirante. Proximidad que no es necesariamente territorial. Para el resto, este candidato es un dato no muy distinto de quién estaría «colgado» en la mal llamada lista sábana. De allí que elecciones basadas en este tipo de sistema uninominal no son suficiente garantía para que el elector pueda disponer de la información adecuada sobre la calidad del candidato y, aún más, su tendencia es reforzar esquemas patrimonialistas y personali

zados de viejo cuño.

Pero hay otro aspecto: la cuestión del número y la adecuación de las circunscripciones de cercanía eventuales. No hay ingeniero electoral que pueda atender el diseño de circunscripciones que contemplen satisfactoriamente la posibilidad de que cada votante logre conocer al otro, en virtud también de darle oportunidades a cada uno de ofrecerse como candidato. Sólo basta observar el número y la distribución poblacional en la Patagonia y lo abigarrada que está en el Gran Rosario o La Matanza. ¿Cómo es posible armar circunscripciones electorales con un grado fiable de homogeneidad que reflejen vínculos cara a cara? Imposible, sobre todo si además de pensarlo para la elección de diputados nacionales deberíamos establecer una fórmula semejante a fin de conformar el cuerpo de senadores que contemple a su vez la pretensión de representación de cada Estado provincial.

Pero no sólo se trata de saber cómo dibujar las circunscripciones electorales. Este tipo de sistema es proclive a la desfiguración del criterio de mayoría propio de la democracia electoral. Si no se establece un esquema de 'ballottage' nos podemos encontrar que en la medida en que se amplían las ofertas de candidatos es menor la cantidad de votos para ganar una elección. Efectivamente, frente a tres ofertas es necesario sumar un mínimo de 34 votos sobre 100 para ganar los comicios; en el caso de cinco candidaturas, con un mínimo de 23 sufragios se está en condiciones de triunfar; si fueran siete las alternativas se necesitarían sólo 15 votos. Si esta proyección la hacemos a escala nacional y con sistemas de partidos nos encontraríamos con distorsiones insalvables debido a que quien estaría en condiciones de quedarse con el control absoluto del cuerpo legislativo sería el derrotado en el escrutinio general, colocándose en tercera y hasta en cuarta posición de acuerdo con la cantidad de ofertas electorales.

Obviamente este cálculo no es caprichoso ni producido desde un laboratorio. Las últimas elecciones nacionales ofician de ejemplo muy preciso desde el momento en que el país se transformó en un distrito uninominal para las presidenciales, sin que se recurriera a la ratificación mayoritaria a través de una segunda vuelta. También está el lejano ejemplo de hace cincuenta años donde se impuso este sistema y el peronismo logró quedarse con más del ochenta por ciento de las bancas a diputados nacionales, además de una de las aplicaciones más ingeniosas de artificiales circunscripciones electorales, como aquella que reunía al Barrio Norte con el sur, con La Boca, con el claro propósito de compensar el voto antiperonista.

Atender una reforma electoral es responder a algo más que el dibujo de circunscripciones o de liquidación de las listas «sábana» que benefician a partidos y candidaturas de «alquiler». Tampoco una propuesta como la planteada hará que el candidato esté más «visible» en su distrito y consecuentemente los electores puedan acercarse a él, ya sea para votarlo o para, una vez electo, exigirle que rinda cuentas de manera periódica. De allí que coinciden muchos especialistas en que a pesar de la presencia de las listas sábana la baja calidad de la representación se dio en contextos de mayor afirmación territorial y personalización de la vida política. Ni la «lista sábana» ni la propuesta analizada puede responder adecuadamente a estas tendencias de una política que no ha dejado el comportamiento patrimonialista.


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