Vista Alegre: ella era Rosa, la hija del capitanejo que llegó a vivir más de 117 años

Su familia había cruzado la cordillera para “poner fin a las correrías que los desangraron”, contó el cronista de RÍO NEGRO que la visitó en 1971. La charla es de los pocos registros que quedaron para recordarla.

“Cuando el tiempo se detiene”, fue el título de la nota que le dedicaron. Salió publicada un lunes, de fecha 11 de Octubre de 1971, cuando la protagonista ya pisaba los 117 años. Rosa Calluqueo es la mujer que diario RÍO NEGRO destacó en aquella ocasión, vecina de Vista Alegre, cuando esta zona conformaba un caserío a unos 10 kilómetros de lo que hoy es Centenario, muchos antes de que en 1995 se independizara como municipio. Vivía en una modesta vivienda, en la chacra donde trabajaba Mariano, uno de sus tres hijos.

Costa Reyes era el lugar, al sur de esa zona, en tiempos en los que la necesidad de subsistir llevaba a los indígenas a tener que “bajar la cabeza” ante los trabajos rurales más duros, que les imponían algunos chacareros, por su origen, por no saber leer, escribir, firmar o hablar en castellano. Etherline Mikeska, autora del trabajo “Vista Alegre: 100 años de historia”, es quien acercó esta información de contexto.

Doña Rosa trajina, lenta pero firmemente su carga de años por el patio sombreado, dirigiéndonos de vez en cuando una mirada recelosa que nos hace sentir “huincas”, prepotentes y malvados”, contaba el cronista de RÍO NEGRO, que la visitó junto al fotógrafo. No era para menos. ¿A quién le gustaría sentirse observado por un desconocido? Más si la vecina provenía de un grupo social que había sido perseguido, excluido, encarcelado y asesinado con el argumento de la llegada de la “civilización”.

“Inmediatamente después de la conquista, hubo un mandato de los loncos y las machi de las comunidades de no decir nada de su lengua y su cultura al ‘conquistador’, lo que se llamó ‘hermetismo’”, explicó Sara Riquelme, presidenta de la Junta de Estudios Históricos de Neuquén. A eso se sumaba la negación a que les sacaran fotos y que con ello, se llevaran una parte de su integridad.

A pesar de todo, Rosa abrió la charla y saludó en lengua nativa, para luego ir soltándose con esa visita que llegó desde ‘el pueblo’ y que ahora la escuchaba desde unos banquitos y cajones en el patio, como de entrecasa, mate de por medio. Ahí la vieron con lo se animó a mostrar, “su frescura, su risa fácil y sabia, sus ojos velados de olear lejanías, su voz suave y ronca como la de la tierra, sus manos finas, su rostro cansado de arrugas, de soles y vientos”.

En ese intercambio confió algo de lo que recordaba:

“Mujeres trabajábamos todo el día y éramos chicas hasta más de los 30, recién nos podíamos casar pasando los 40 años y de aquí para allá todo el tiempo”,

dijo Rosa.

Pedro Cayuqueo, capitanejo de la tribu Calfucurá, había sido su padre, cuando ella nació en 1854 en Azul. El rol de ese hombre era el que le asignaban a los subalternos de un cacique cuando guiaban a una partida de indígenas.

Mariano contó que hacía 20 años habían llegado a la zona de Vista Alegre, en la década del ‘50, mientras se consolidaba la fruticultura. Habían cruzado la cordillera en los comienzos del siglo XX, para “poner fin a las correrías que los desangraron”. El abuelo Pedro ya no era guerrero en ese entonces, así que convertido en platero, se dedicó a ese talento, además de reivindicar “los poderes” que había heredado. Calculaban que tenía 160 años cuando murió, mientras que su mujer, 137. “En 1905, el gobierno chileno les entregó unas tierras inhnóspitas en la zona que hoy se llama Paso Icalma, más o menos a la altura de Aluminé, donde se afincaron por fin, y donde aún vivía una hija de doña Rosa”, completaron la reconstrucción.

Clara Pletz, descendiente de alemanes y polacos, era la esposa de ese trabajador rural y nuera de Rosa. Con ella habían tenido cinco hijos hasta ese momento, dos pelirrojos, dando cuenta y ejemplo del mestizaje que se dio entre razas y pueblos. “No podemos hablar de ‘ellos’ y ‘nosotros’ como habitualmente se hace, hay un ‘somos’ que es el que cubre todas las realidades (…) yo diría que se trata de una multiculturalidad, ya que nuestro espectro étnico supera ampliamente los dos grupos que por lo general tenemos en cuenta, que son nativos y españoles”, opinó Sara Riquelme.

Cerrando ese diálogo de hace 52 años, Mariano contó que Rosa había ido al médico por primera vez en su vida un año antes, en 1970, obligada “ante la persistencia de un estado febril que no cedía”. Molesta, ella dio su parecer sobre la experiencia: “Los médicos te despilchan pa’ mirarte el cuerpo nomás”, sentenció.

Pese a las consultas, nada se pudo rescatar para esta nota acerca de cómo terminó su vida. Pero hace 50 años, su descendencia seguía abriéndose paso a la vida. Antes de la despedida, Doña Rosa cargaba en sus brazos a su última nieta, Emilia Marcela, “una belleza morena de dos meses”, describió el cronista, que partió rumbo a la ciudad pensando que “el tiempo puede ser una simple ecuación”.


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