Una ilusión frágil
Llega la noche de Año Nuevo después de un año complejo, intenso, agotador. Y ahí estamos, ilusionándonos como cada 31 de diciembre, planeando, pensando, cargando a esta única noche de la desmesurada carga de cumplirnos los deseos más ambiciosos.
La ilusión es un hilo frágil. Es un poco como esas mentiras piadosas a las que decidimos pasar por alto, aún sabiendo que son mentiras y que además son piadosas.
Ahí estamos, entonces, cocinando para esta noche, enfriando la bebida, poniéndonos de acuerdo en el grupo de whatsapp en quién hace la ensalada de fruta o el vitel toné; quién lleva el hielo, quién las garrapiñadas. Previendo qué ponernos, con qué combinarlo.
Ahí estamos, fingiendo que creemos que esta noche sí marcará algo más que un cambio de hoja en el calendario, que si deseamos lo suficientemente fuerte y convencidos quizás sí se cumplan algunos de los deseos más ambiciosos de la lista que quedaron del año anterior. Quizás, incluso, incorporemos más, y mejor, o quizás menos y más sensatos.
Ahí estamos, pensando como los que postergan para el siguiente lunes dejar un vicio o empezar el gimnasio, que si apagamos un rato todos los aparatos que nos hacen llegar notificaciones supuestamente urgentes y alertas noticias aparentemente vitales, podremos olvidar por un rato, por unas horas, la constante y continua catarata de información.
Ahí estamos, deseando, que las vacaciones, cuando lleguen, sirvan para desconectarse por completo, para descansar la mente después de un año abarrotado de elecciones, campañas, enfrentamientos entre candidatos y también entre familiares, por esos mismo candidatos y esas mismas campañas, y esas mismas elecciones.
Ahí estamos, con esa ilusión tan inocente, pero tan necesaria, poniéndole a esta noche la carga desmesurada de desearnos todo un año feliz. Y aunque sea un hilo frágil, de qué otra cosa podríamos agarrarnos.
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