Un viaje y un amor: la historia que unió a un roquense con una puertorriqueña en Grecia
Hijo de dos socios y trabajadores de la Cooperativa “El Valle”, Rubén Manso recibió hace 38 años un obsequio que le cambiaría la vida para siempre.
Atrás quedaron en el tiempo aquellos días de los años ’70, cuando ese pibe de Roca recorría la escalinata de la Terminal de la Empresa “El Valle” mientras Atelvina, su mamá, completaba tareas en la administración. Esa vecina de calle Villegas, zapalina, doña “Telva” Miranda, la “tía Telva” como varios la recuerdan, fue la que terminó de criarlo cuando quedó viuda, y fue la que sin querer, años después, puso en sus manos, el gran regalo: un viaje al exterior. Podría haber sido un paseo más, de turista, para un universitario recién egresado en plena década del ‘80, pero Rubén Manso, hijo de Manuel, también socio de la Cooperativa de transporte, hizo que valiera la pena. Cosechó experiencia, coraje y amor, porque en Grecia se unió a una puertorriqueña con la que todavía celebran el Día de San Valentín, 36 años después.
La historia de esta pareja, que en diciembre pasado anduvo de paseo por el Alto Valle, incluye nada menos que a cinco países, sólo si contamos dónde nacieron y los escenarios donde se enamoraron y vivieron. Quedan afuera todos los demás sellos de pasaporte que fueron agregando, porque jamás perdieron el gusto por viajar. Leira Annette Santiago Vélez es la chica de Yauco que se robó el corazón de este roquense, que la encontró a 12 mil kilómetros de su Patagonia natal.
Rubén precisó que fue un 19 de junio de 1987, viernes, en la isla griega de IOS. Él ya venía de dar un volantazo a su vida, al decidir que el viaje original de un mes por Europa iba a extenderse al menos por un año. Habían partido de Roca con su amigo Tomás Dobra y la madre de este último, pero estando en Yugoslavia le avisaron que sólo ella regresaría. “Telva”, en el Valle, ¡se enteró por carta, cuando esa mujer arribó y faltaban los jóvenes! La sorpresa la dejó helada, no lo podía creer… sin dirección fija ni la tecnología actual, era imposible llamar por teléfono, por lo caro que salía.
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Rubén ni siquiera había soñado algo así antes, más que conocer la tierra de sus ancestros, pero cerró los ojos y se animó a probar suerte. Y como si eso no fuera poco, cuando estuvo frente a esa muchacha tan linda, de pelo largo, que lo miró entre tanta gente, empezó a germinar en él un giro más grande todavía.
Lejos del romanticismo, esa joven, hija única criada en linaje de periodistas, no se la hizo fácil. Bajo esa noche estrellada de 1987, se acercó con sus amigos puertorriqueños y ella lo vio “guapo”, contó a RÍO NEGRO con su tonada intacta, pero al escucharlo hablar, con los modos y las formas de un argentino que se quería comer al mundo, enseguida puso un freno. Ni chistes ni halagos innecesarios, “si no tienes algo interesante de qué hablar, quizás convenga que terminemos la conversación ya mismo”, le cantó en la cara, dispuesta a volver a su hotel. Impactado, Rubén se puso serio y salió a buscarla, dejando en el camino ese personaje de conquistador y dispuesto a mostrarse tal como era. Ahí fue cuando ella empezó a pensar que quizás podrían entenderse mejor. Y en él, comenzó a verse cada vez más lejos la posibilidad de volver a Río Negro.
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Una cita al día siguiente en la playa, hablando de la realidad de sus países, y otra charla más y otra más, lo llevaron a este ingeniero recibido en la Universidad Nacional del Comahue a invitarla a conocer solos otra isla griega, sin el resto del grupo. Leira aceptó, pero estaba enfocada en terminar una maestría en la Universidad española de Salamanca y pronto retomaría sus clases. Así que en esas primeras mini-vacaciones de dos días, él se le declaró y le aseguró que iría a buscarla en unas semanas.
Eso sí, “Tomy”, el compañero de aventuras, aún no sabía y cuando se enteró intentó evitarlo. “Trató en vano de persuadirme para que no cometiera esa locura, pero la decisión ya estaba tomada”, contó Rubén. Como prueba de que iba en serio, le entregó a Leira su reloj, un Citizen Quartz, uno de los objetos más valiosos que tenía, con el compromiso de que iría hasta Salamanca para recuperarlo. En esa estación de colectivos de la despedida, lloraron los dos.
Pasaron tres semanas y este argentino, manteniéndose con lo que habían ahorrado trabajando en Israel entre fines de 1986 y mediados de 1987, logró llegar a donde vivía su amada, tal como prometió. Lo cuenta y se le ilumina la cara. Sin embargo, con tanta expectativa, pero también con la posibilidad de que no fuera real algo tan intenso, Leira había optado por empaquetar el reloj y devolvérselo vía encomienda, creyendo que él ya había vuelto a Roca. “Si, si, de no creer”, se rió este hombre, que hoy peina las canas de sus 61 años, pero que ese día, era un muchacho con el corazón en la mano.
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Desde ese reencuentro, se siguen eligiendo hasta la actualidad. Ya casados e instalados en Estados Unidos desde 1989, a partir de una beca que le ofrecieron a ella, hoy atesoran los primeros tiempos juntos en Salamanca, después en Madrid, los intentos de Rubén por homologar su título en petróleo y todos los trabajos en los que se anotó para salir adelante: desde un restaurante argentino y obras de construcción hasta como encuestador, extra de cine y TV y profesor particular de matemáticas.
En tierra norteamericana, ella encontró su lugar como docente hasta jubilarse como profesora emérita de “Historia y Estudios sobre la Mujer”, después de 32 años, en la Universidad Estatal de Nueva York. Y él siguió con cambios, estudiando inglés y dejando los hidrocarburos por el software y la computación, base para su trayectoria de 26 años en IBM. Volvieron en incontables ocasiones a pasear por la región y a visitar a Sandra Hadad, su hermana, y a “Telva”, esa madre que lo extrañó tanto pero que hoy estaría orgullosa, dice Rubén. “¿Quién iba a pensarlo? ¡Sólo Cupido tiene la respuesta!”, celebró.
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