Un álbum de fotos perdido, los Palmieri y la memoria de Roca en los años ‘30
Gracias a alguien que encontró las imágenes olvidadas, RÍO NEGRO pudo ubicar a sus dueños y rearmar su pasado. Justamente hace unos días la familia celebró 100 años del primer edificio que dio vida a la bodega.
Las fotos la muestran en retratos, paseos y juntadas con amigas, como cualquier chica joven de la época, que intercambiaba recuerdos con sus primas y atesoraba los viajes en familia de la adolescencia. “¿De quién será?”, nos preguntamos con el colega Andrés Stefani en la redacción de RÍO NEGRO, cuando llegó con el álbum a la mesa de trabajo, sin mayores referencias.
Pasaron años hasta que se pudo confirmar que Irma Palmieri era su dueña, séptima hija de un conocido matrimonio de Roca, italianos que trascendieron por la labor en su bodega familiar. La memoria de Luis Palmieri, sobrino de Irma y nieto de esos pioneros, hizo posible reconocer los rostros de esos ancestros, entre álamos y fardos, entrenando en bicicleta o de vacaciones por Copahue. Página tras página, el tesoro en blanco y negro se mantuvo intacto, entre tapas de cartón forrado bordó, unidas por un cordón al tono, a pesar de los casi 90 años que tiene su contenido. Las fechas de las fotos y recortes de diario van desde 1937 a 1943.
El álbum apareció un día cualquiera entre 2016 y 2017, en un container después de una demolición, contó quien lo trajo a la agencia de calles 9 de Julio y Sarmiento. De una mano pasó a otra, buscando quien pudiera activar la búsqueda, pero los huecos de información hicieron que quedara guardado a la espera. La certeza llegó recién hace unas semanas, cuando el contacto para otro artículo del Suplemento La Patagónica, respondió también sobre esto. “La joven detrás de los arbustos es mi tía Irma y el ciclista es mi tío Remo”, afirmó Amanda Palmieri, abriendo un abanico de historias dentro de cada foto diminuta.
Ese pariente deportista fue nada más y nada menos que el primer ganador del Gran Premio Ciclista Regional, competencia hoy conocida como la “Vuelta al Valle”, allá por 1944. Nacido el 29 de septiembre de 1920, pisaba la mayoría de edad cuando la cámara se paró delante suyo para inmortalizarlo a bordo de su vocación. Junto a su hermano Rómulo (sí, bautizados como los gemelos que fundaron Roma) se casaron con dos chicas de una familia vecina, ambas hijas de Septimio Romagnoli (Remo con Elia y Rómulo con Elvira), dos hermanos y dos hermanas que construyeron sus viviendas en la misma chacra de la bodega, cerca de Ruta 22 y el Jockey Club roquense.
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Con Alejandro, padre de nuestros entrevistados para esta nota, se encargaron principalmente del sector administrativo de su producción, trabajo de escritorio y trámites en bancos, el Instituto de Vitivinicultura, los despachos e insumos. Después de un grave accidente, Remo estuvo al frente de su emblemática bicicletería, que funcionó en la ciudad para traer todas las novedades del rubro de sus amores, a pesar de todo. “Su risa contagiosa era única, te recuerdo siempre de buen humor. ¡Abrazo al cielo!”, le dedicó su nieta Carolina en Facebook en 2019, cuando hubiera cumplido 99 años.
Avanzando algunas páginas en el álbum, la foto de una coupé oscura, fuera de la bodega, se repite, con el número “14” dibujado en la puerta. Gracias a Luis, se supo que perteneció a Félix Heredia, apodado “El indio” o “El Negro” según sus conocidos, revelación en el Gran premio de Turismo de Carretera 1938 y el Gran Premio Internacional del Sur de 1939. También con el “46” del lado del conductor (volante a la derecha en ese tiempo), competía con esta frase en su chapa: “Visite el Valle si no lo conoce, consuma vinos y frutas de Río Negro”.
En la foto que guardó Irma, como en otras tantas que circulan en internet, se lo ve con ropa de tela gruesa, posando con dos integrantes de la familia Palmieri, en tiempos en que representaba a la región junto a los patagónicos Arturo Kruuse (conocido como el “Indio Rubio de Zapala) y Cayetano Saladino, gran volante de Neuquén capital y “eximio preparador de automóviles de carreras”, según la revista especializada en historia “Más Neuquén”. Con los años, Heredia fue recordado por la carnicería que instaló en pleno corazón de Roca.
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Para cuando se tomaron estas fotos, Luis Palmieri (primera generación), origen de esta familia junto a su esposa María y su hermano Enrique, ya había fallecido varios años antes, en 1931. Con “la Nona” compartían el apellido, aunque no eran parientes entre sí: ellos nacidos en Cingoli, Macerata, región de Marche, del matrimonio de Constantino Palmieri y Ana Catani; y ella descendiente de Pacífico Palmieri y Anunciata Cornelio, oriundos de Filotrano, Ancona. De ambos lados, cada familia tenía una hija más, ambas llamadas Palmira.
Cuando falleció el abuelo de bigotes y que se dejaba la barba sólo en la cosecha, tenía apenas 43 años. Su partida dejó a María a cargo de 10 hijos, el más chico era Dante que apenas caminaba. Ya antes habían perdido dos hijos más: un embarazo avanzado y una niña, llamada Laura, que había nacido en 1924 y que con sólo 18 meses cayó a una acequia. Duelos como estos y el esfuerzo que había significado llegar a comprar el terreno donde empezaron a producir, hicieron que la vida de aquellos años no fuera para nada fácil. El 30 de diciembre pasado sus descendientes celebraron con un gran encuentro los 100 años de la construcción del primer cuerpo de la bodega, pero todo había comenzado mucho antes con un galponcito rancho, construido con ramas de álamo, en tierras que antes pertenecieron a los Paso.
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Identificadas por las “cañitas” que poblaban el suelo, cerca del antiguo hotel “El Recreo” y sobre Ruta 6, estuvieron allí desmontando y emparejando desde 1910, hasta que se animaron a producir la sagrada bebida que conocían por tradición en su tierra natal. El libro “Principi di viticoltura” y los consejos de Valentín Serati, propietario de la bodega El Trébol, hicieron que con el tiempo llegaran a producir 600.000 litros de vino en 1942 y 1.000.000 en su máximo esplendor. Si bien después sumaron más propiedades, todo comenzó en esa chacra, la N°226.
En ese contexto, de un pueblo que apenas tenía 3000 mil habitantes cuando llegaron, fueron creciendo los hijos de Luis y María: Alejandro, Alfredo, Rosa, Rómulo, Aurelio, Remo, Irma, Laura, Amalia y Dante. Fueron a clases en el Colegio San Miguel, la Escuela 32 y en un instituto de pupilas en Buenos Aires, como en el caso de Rosa. Todas las mujeres cursaron luego el secundario en el “María Auxiliadora” de Roca. A pesar de que el nivel de vida de la familia iba mejorando, Luis recuerda con nostalgia los cumpleaños sencillos, el frío que pasaban en la vida de chacra y el vínculo, sintiéndose uno más, con sus compañeros hijos de trabajadores rurales de la Línea Sur o de Chile, también los “picados” con los canillitas que vendían el diario vespertino “El Tribuno”.
A partir del casamiento de Rosa, hermana de Irma, con Pierino Sabbadini, este álbum guardó recuerdos del trabajo en YPF de ese cuñado, que llevó a la pareja a vivir en Plaza Huincul, Tartagal (Salta), Mendoza, Buenos Aires (Florida, Banfield) y Mar del Plata, entre otros destinos que le asignaba la empresa petrolera. Tambores y un tanque con el logo acompañaban al matrimonio, que aparece junto a Amalia, otra de las hermanas.
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Los paisajes de fondo que capturó la cámara con fuelle eran frecuentemente los álamos, frutales y arbustos del terreno familiar. ¿Dónde más? Si en la semana la escuela y las obligaciones los mantenían enfocados en lo importante, con pocas posibilidades para pasear en otros lugares, así fuera yendo a pie o en bicicleta. Con caminos de tierra y sin la cantidad de vías de comunicación actuales, todo era un poco más complejo, pero se las ingeniaban para llegar al río, “por la calle de la bodega Canale, donde estaba la balsa”, dijo Luis en diálogo con este medio. En su memoria quedó algún paseo siendo niño, cuando acompañó a quienes cargaban las bordalesas en el barco a vapor que avanzaba por el curso de agua. Una foto en la ribera los muestra a Aurelio, Remo, Rómulo y su esposa Elvira, entre otros seres queridos, con lentes, shorts y ellas con los trajes de baño enteros, de moda en esa fecha, un dia de los Enamorados, el 14 de febrero de 1943.
El dique Ballester, las bardas en Regina y las termas de Copahue fueron otros destinos que visitaron y que este álbum guardó para siempre. La meseta en Roca aún no era un sitio accesible, cuando ni siquiera se soñaba con el puente de Paso Córdoba. Y el taxi de Felipe Equiza hacía traslados desde la década del ‘20 hacia el interior neuquino, desafiando la desolación, pero ellos como familia, tiempo después, viajaron en camión, con provisiones para un mes, “porque no sabían qué les podía pasar”. “Lo más difícil era la subida de Loncopué”, contó Luis.
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A caballo, entre las rocas o delante de las fumarolas, se la puede ver a Irma, de nuevo como protagonista, posando con sombrero. Había nacido en noviembre de 1922 y era la mimada de su mamá, dijo este sobrino al confiar cómo la recordaban en la intimidad de la casa. Coqueta, elegante, era distinta a las demás, desafiando a su manera los mandatos de la época: la que se postuló y ganó como Reina de la Primavera, la que se permitía ciertos gastos para conseguir la ropa de diseño que le gustaba, la que aprendió a manejar los primeros vehículos que pudieron comprar.
Casada con Ismael Greloni, vivió con él en Roca, Viedma y también en Cinco Saltos, pero no tuvo hijos y se separó tiempo después. En una época en que la mayoría de las anécdotas se compartían en forma oral, para las mujeres tener sus propias fotos reveladas era una forma de plasmar para siempre esos momentos felices y el semblante de la gente que apreciaban, la “barra” de amigos con los que se divertían cada sábado, los retratos favoritos y el abrazo con esa confidente con la que se miraban y se reían de lo mismo. Irma falleció también joven, en Buenos Aires, a los 36 años, un 20 de octubre de 1959. Sus restos descansan junto a sus padres y otros familiares, en el Cementerio Parque Las Fuentes, pero su sonrisa sigue intacta ahí, en el álbum forrado color bordó.
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