Todos los vientos, el viento

Pocas cosas más patagónicas que ese aire incansable que sopla, moldea, esculpe el territorio y el ánimo de los habitantes. Un animal porfiado que se cuela en cada escena y nos gana por cansancio, pero que también arrulla y es compañía.

“Suspendido por el viento” algo habitual en esta Patagonia, en la que se sabe que cualquier plan puede variar, así, de pronto, si el ventarrón arrecia. Porque todo es permeable a los soplos del sur, y eso recién se comprende cuándo se vive- o se nace- en el centro de este remolino que arma y desarma los paisajes a su antojo.
Su presencia se corporiza.


Desde el interior de cualquier casa se puede escuchar su respiración, que crece y se expande rebotando magnífica, como pidiendo pista para seguir ampliándose.
Entonces, detrás de cada puerta y de cada ventana parece acecharnos esa nariz gigante, que quiere incorporarlo todo en una inspiración, y luego exhala con fuerza, barriendo en su trayectoria cada cosa que exista.


A veces su acechanza se convierte en alerta meteorológica. Arrancan días en los que nadie puede olvidarse de que él está allí… y uno hace lo de siempre … sueña, trabaja, cocina … pero al asedio de sus transparentes fauces, que buscan devorarnos detrás de las paredes que las mantienen a raya. Hasta que al fin repliega su fiereza, y vuelve a soplar monótono, muy conforme con ser esa banda sonora que nos acompaña siempre.


Es poderoso el viento. Dibuja escenas paralelas con tierra, arena, agua o nieve. Convirtiéndose en bruma si se le cruza la efervescencia de las olas, o escarchillando si es rocío lo que atraviesa su aliento.
Hace un show en el mar. Enloquece a la espuma, la provoca. La exalta haciéndola crecer y arrinconándola contra los acantilados.


Arremete con cada objeto, y juega con nosotros con la misma fiereza. Hiriéndonos con la arena que se incrusta en la piel, o con la tierra que nos enceguece.


Comprendemos su fuerza cuándo sopla de frente, descargando su furia. Y su raíz burlona cuándo nos impide avanzar, o nos hace girar, mostrándonos que, para él, somos leves como una hoja.


Pero también arrulla. Y uno quiere dormirse contra la piel sonora de ese enorme gigante que, cansado de recorrer mundo, en las noches o en las tardes de invierno ronronea como un gato. O ruge despacito ovillado a tu puerta, para que escuches como se amansa su respiración. Quiere amigarse… demostrar que no es tan fiero cómo se muestra. Busca cobijo cobijando, reuniendo gente que quiera apoyar la cabeza en ese silbido espiralado que sube y baja rítmico…que es el gesto que elige para mostrarse juguetón.
Un animal porfiado que se cuela en cada escena y nos gana por cansancio. Habrá que acariciar su pelaje brumoso, para que siga así, velando nuestro sueño, mientras crece y decrece con cada inspiración.


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